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—Channing ha muerto.

Catherine Roberts no aguardó a ser saludada formalmente ni a que le dieran la bienvenida en la habitación de hotel de los Callahan. Se lo dijo a David Callahan apenas éste abrió la puerta, y entró. Laura, sentada en la cama, vestía tan sólo una delgada bata y no le importaba en absoluto que los pechos e incluso el oscuro triángulo del vello púbico se transparentaran debajo de aquel diáfano material. Miró a Cath con indiferencia.

Catherine Roberts estaba de mal humor. El viaje de Machecoul a St. Philbert no había servido para calmar su furia. No había tenido ningún problema para encontrar el hotel en que se hallaban los Callahan, había preguntado en qué habitación se hallaban y había subido en el ascensor hasta la planta adecuada mientras que el conserje seguía tratando de comunicar su presencia a los huéspedes.

En ese momento estaba en la habitación. Calmada en apariencia, se quitaba un mechón de la frente, mientras por dentro hervía.

La actitud de Callahan ante su anuncio la irritó más aún. Dada la reacción del hombre, lo mismo podía haberle anunciado que fumar es peligroso para los pulmones. Se limitó a alzarse de hombros.

—¿Me ha oído? —preguntó irritada—. He dicho que Mark Channing ha muerto. Asesinado.

—¿Cómo sabe usted que fue asesinado? —preguntó Callahan.

—Porque he visto su cadáver —respondió en una suerte de silbido—. Créame, no fue suicidio.

Callahan le ofreció una copa y ella aceptó.

—¿Qué ocurrió? —inquirió.

Cath le contó la historia lo más brevemente posible. Hasta hizo mención de su pesadilla. Cuando llegó a la parte que se refería a la llegada a la iglesia, hizo una pausa y bebió un trago. Laura la miraba atentamente.

—Su cuerpo estaba… —Catherine luchó con las palabras—. Estaba mutilado. Muy cruelmente.

—¿Cómo? —quiso saber Laura.

—Ya lo he dicho, no lo sé.

—Quiero decir, ¿qué clase de heridas? —preguntó tranquilamente Laura.

—Estaba terriblemente desfigurado —contestó Cath con desgana, al tiempo que el recuerdo de aquella visión volvía a provocarle náuseas; bebió—. No sé cómo describirlo sin parecer estúpida —continuó, mirando a uno y después al otro—. Lo habían despedazado. El cuerpo estaba aplastado, roto —y bajó la mirada, complacida de mirar el fondo del vaso.

—¿Qué dijo la policía? —preguntó Callahan.

—No saben nada —explicó Cath—. Nadie sabe nada. Nadie sabrá nunca nada.

—¿Por qué está tan segura de eso?

Cath terminó el resto de su bebida y dejó el vaso, no sin una cierta violencia.

—Porque saqué el cuerpo de la iglesia —respondió a Callahan, mirándolo—. Lo arrastré hasta el coche y lo puse en el maletero. Luego llevé el coche al bosque cercano y lo oculté. Pasarán siglos antes de que alguien lo descubra. —Suspiró y prosiguió—: Luego volví a la iglesia y la limpié por dentro lo mejor que pude. Después fui en mi coche a la posada, me lavé, me cambié, hice la maleta y aquí estoy.

—Ha hecho usted bien —comentó Callahan con una sonrisa.

—No he venido aquí para un maldito elogio —protestó Cath—. Quiero saber si usted lo mató.

Callahan negó con la cabeza.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Él dijo que destruiría la vidriera —le recordó Cath.

—¿Dónde está ahora la vidriera? —preguntó Callahan.

—Todavía en la iglesia.

Él asintió con la cabeza.

—Lo he preparado todo para ir a recogerla mañana por la noche —dijo Callahan—. Unos hombres la llevarán en un camión. Unos colegas míos la traerán a Irlanda en un avión privado. Estaré para recibirla. Luego la llevarán a mi propiedad rural. Allí podrá usted continuar con su trabajo —sonrió—. Laura y yo regresamos hoy. Pensé que tal vez quisiera usted quedarse a supervisar el cargamento. Puede volver en el avión con la vidriera. Para mantenerla a la vista —y volvió a esbozar la misma sonrisita burlona.

—¿Cómo sabemos que no fue usted quien mató a Channing? —preguntó Laura—. Usted nos ha acusado a nosotros. Pero tenía usted tantos motivos como nosotros.

—Tampoco usted quería que se destruyera la vidriera —le recordó Callahan.

—Yo no lo maté —contestó secamente Cath.

—¿Por qué escondió el cadáver? —inquirió Callahan.

Cath tragó con esfuerzo.

—Sabía que si intervenía la policía no habría ninguna posibilidad de sacar la vidriera de la iglesia. La investigación habría interrumpido mi trabajo durante demasiado tiempo.

Callahan sonrió.

—Está usted tan obsesionada como yo —dijo rotundamente.

Cath no dijo nada.

—¿Quién cree usted que lo mató? —preguntó Laura.

—No lo sé. Pero lo mataron de una manera tan extraña…

Cath movió la cabeza al reaparecer otra vez las imágenes en la mente. Imágenes de sangre, del cuerpo retorcido en la cintura hasta el cercenamiento, las extremidades amputadas. Aquel ojo que colgaba, aquel ojo de mirada ciega. Se llevó las manos al rostro y espiró profundamente. Callahan sonrió.

—¿Se da cuenta de que lo que ha hecho la convierte en cómplice? —dijo Callahan.

—¿Qué diablos está usted diciendo, Callahan? —protestó Cath.

—Simplemente lo que pienso —respondió—. Ha hecho bien en abandonar Francia enseguida. En mi finca estará segura.

—Presenta usted las cosas como si me estuviera siguiendo la Interpol —comentó Cath, sarcásticamente.

—¿Podría alguien haberse enterado de algo acerca de la vidriera? —reflexionó Laura en voz alta—. Quiero decir, de que iba a ser sustraída. Tal vez alguien que no quería que se la llevaran fue quien mató a Channing.

Callahan se alzó de hombros.

—Es posible, supongo —agregó Callahan—. Puede que así sea, pero en ese caso, quienquiera que haya matado a Channing también está detrás de nosotros.