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La criatura tenía casi uno ochenta de estatura.

Se alzaba en el centro de la vidriera, los brazos estirados y levantados. En la mano izquierda tenía un niño sentado; en la derecha, otro espectro más pequeño.

Se erguía sobre las cabezas de dos humanoides que yacían a ambos lados. A ambos los habían creado desnudos; se notaban claramente sus grandes genitales.

Debajo de las piernas de la criatura había una puerta, algo así como un rastrillo adornado con cabezas. Los centenares de pequeños ojos parecían reflejar la luz con insoportable intensidad.

La criatura central, la más grande, era azul oscuro, salvo los ojos, que, a la luz de las lámparas y de los rayos de sol que casi con timidez se colaban en el transepto de la iglesia, parecían tener un diabólico brillo rojo. Los dos monstruos sobre los que se levantaba eran de color amarillo, excepto los ojos, que tenían el mismo color rojo brillante ya mencionado. Había gruesas lenguas que daban la impresión de lamerse los labios.

La mayoría de los paneles contenía por lo menos la representación de un niño, y todos, sin excepción, llevaban inscritas letras o símbolos. Las palabras estaban en latín.

Channing se sentó junto al altar, contemplando la vidriera, tomando nota de las palabras, tratando de encontrarles sentido. No podía. Lo único que le venía a la cabeza cuando miraba la vidriera era lo inexplicable del hecho de que por la mañana apareciera descubierta. Y descubierta en forma tan completa y experta.

Mark y Cath apenas si habían intercambiado diez palabras desde que habían llegado a Machecoul y habían encontrado restaurada la vidriera. Él había empezado una serie de fotografías de la vidriera; ella se había puesto a trabajar tratando de descifrar el dibujo, la fecha y, si era posible, el creador.

La ventana era complicada en su construcción, pero relativamente simple en su ilustración. Sólo las cuatro grandes criaturas rodeadas por más de una docena de otras más pequeñas y de niños.

Muchísimos niños.

—Decididamente, es del siglo quince —dijo Cath, cuya voz penetraba cual afilada cuchilla el silencio y los pensamientos de Channing—. Esta vidriera es vidrio perpendicular —prosiguió, señalando los maineles que dividían los compartimientos, segmentando cada panel—. Hay muchísimo vidrio blanco allí. Lo pintaron encima, al menos las figuras grandes, que no fueron cocidas, al igual que las más pequeñas —martilleó suavemente sobre el vidrio con el extremo de su pluma—. Las figuras de los niños se hicieron empleando un efecto de mosaico, es decir, con piezas pequeñas de vidrio coloreado reunidas a modo de rompecabezas. El resto es propio de los vidrios perpendiculares. Estilo decorado. Modelos en forma de S, arcos conopiales.

Channing levantó una mano para pedirle calma.

—Me estás mareando, Cath —dijo, con aire cansado.

—Lo siento. Lo que pasa es que por fin parece haber por lo menos algo seguro respecto de esta maldita vidriera. Su fecha.

—Es lo único de lo que estamos realmente seguros.

—¿Y las letras? ¿Puedes encontrarles algún sentido?

—Están básicamente en latín. No son anagramas, no son inversiones, gracias a Dios. No debería llevar demasiado tiempo descifrarlas. Esos símbolos son lo que me desconcierta.

En la parte superior derecha, el panel exhibía una mano amputada en la muñeca. Estaba rodeada por tres círculos. Dos paneles más abajo había una piedra y, debajo, la palabra:

COGITATIO

Alrededor de la vidriera se veían otras palabras, no formando oraciones, sino puestas al azar, casi como graffiti que alguien hubiera garabateado sobre el artefacto terminado. Palabras que Channing había anotado:

SACRIFICIUM

CULTOS

ARCANA

ARCANUS

Se alzó de hombros. Luego dijo:

—No tienen demasiado sentido por sí mismas. Pensamiento. Sacrificio. Adoración. Secretos. Oculto —y sacudió la cabeza.

—Un secreto —murmuró Cath—. Oculto en la vidriera, tal vez.

Ella se volvió para mirarlo.

Al pie de la vidriera había más palabras.

OPES

IMMORTALIS

Channing volvió a mirar las palabras y las repetía en voz alta a medida que las traducía.

—Tesoro e Inmortal. —Frunció el entrecejo—. ¡Dios mío! —murmuró—. Un tesoro inmortal. Un tesoro inmortal secreto. Gilles de Rais era alquimista.

Una de las cosas que buscaban los alquimistas, ademas del secreto de la conversión del metal en oro, era el secreto de la inmortalidad. Tal vez estas figuras y estos símbolos se refieran a eso.

Cath guardó silencio durante un largo rato, con la atención puesta en la vidriera.

—Pero eso no resuelve el mayor misterio de todos, ¿cómo llegó esta ventana, sólo en una noche, a estar en las condiciones en que ahora se encuentra?

Channing respiró hondo.

—No, no lo explica. Como tampoco explica por qué un ateo asesino de niños, un hechicero que se dedicaba a la magia negra, como Gilles de Rais, habría de querer poner una vidriera a su nombre en una iglesia.

—Esa palabra —dijo Cath, señalando el panel ubicado justo encima de la cabeza de la criatura más grande—. ¿Qué significa esto?

BARON

—Probablemente se refiera al título de De Rais —respondió Channing—. Era Baron de Machecoul y de las tierras circundantes.

—Pero entonces, ¿por qué está en inglés y no en latín?

Las palabras de Cath quedaron flotando en el aire, bailando tan libre mente como las motas de polvo a la luz de los rayos de sol que rompían la oscuridad.

—En latín, barón es princeps, ¿verdad? —dijo, los ojos todavía fijos en la vidriera.

—Sí. tienes razón —convino Channing, acariciándose reflexivamente la barbilla.

—Me parece que sé qué es y creo que sé qué es lo que esta vidriera se propone ilustrar —dijo ella.

Él la miró atentamente.

—Una de las imágenes más populares de las vidrieras del siglo quince era algo que se conoce como Árbol de Isaí. Era la representación literal del árbol de la familia de Cristo, en vidrio. La figura de Isaí, fundador de la Casa de David, estaría en la parte más baja, y de él surgirían vides o ramas, cada una de las cuales representa uno de los antecesores de Cristo —señaló la vidriera—. Creo que se trata de una especie de parodia de un Árbol de Isaí. Si De Rais practicaba la magia negra, ¿qué mejor manera había que ésta para demostrar su desprecio hacia Dios que la de exhibir en una iglesia algo de esta naturaleza?

—¿Y Baron?

—Creo que es un nombre.

Ambos contemplaron la ventana, atentos al nombre y a la criatura de resplandecientes ojos rojos.

¿Quién si no alguien tan retorcido como De Rais habría elegido personalizar semejante abominación? Y si lo hizo, ¿por qué venerarlo de esta manera?

—Un monumento. Eso es la vidriera —dijo Cath—. Un monumento dedicado a eso que De Rais llamaba Baron.

—¿Qué le hacía adorarle como lo hacía? —preguntó Channing, cuyos pensamientos comenzaban a florecer.

Cath dio un paso atrás.

No dijo nada.

Se limitó a mirar la cara representada en el vidrio, y los relucientes ojos rojos le sostuvieron la mirada.