25

Channing bostezó y miró el reloj.

Las 10.34 de la noche.

Ya hacía más de cuatro horas que estaban en la iglesia. Afuera, hacía tiempo que el placentero brillo del sol había sido desplazado por el crepúsculo y luego por la noche cerrada, y junto con la oscuridad había llegado un viento frío que parecía atravesar incluso las piedras de la iglesia. Desde el presbiterio podía oír soplar el viento en torno al antiguo edificio. El viento también batía las ventanas entabladas y metía sus dedos fríos en el interior de la iglesia. Sin embargo, a pesar del frío, la camisa de Channing estaba empapada en sudor.

El esfuerzo de mover tanta piedra, y con tanto cuidado, le habían agotado.

Tras su regreso del pueblo con algunos instrumentos de Cath, se habían puesto a trabajar en la vidriera, en la tarea más importante.

Había sido liberada de la piedra que la tenía en su lugar. No había manera de saber si esa vidriera, lo mismo que las demás de la iglesia, no estaba ya destrozada. O tal vez lo que tenían entre manos fuera sólo un fragmento de una vidriera mucho mayor, de la cual el resto se hubiera roto. Únicamente si eliminaban la piedra que la recubría lograrían conocer la primera de muchas respuestas que el descubrimiento conllevaba.

Más que producirles cansancio físico, el trabajo les había destrozado los nervios. A pesar de estar encastrada en la piedra, la vidriera seguía siendo muy vulnerable a cualquier intento excesivamente afanoso por liberarla. Era como tratar, pensó Channing, de liberar del hielo un cuerpo la mano con un taladro neumático.

Esta tarea era diez veces más delicada.

El vidrio era antiguo, del siglo XIV o del XV. Catherine ya no tenía ninguna duda al respecto. Un cincel que resbalara o un mazazo mal dado y todo quedaría hecho añicos.

Habían trabajado diligentemente, casi con nerviosidad, para despejar la piedra de alrededor del precioso descubrimiento, dejando piezas de mampostería en el suelo de la iglesia y dando de vez en cuando un paso atrás para comprobar qué progresos había hecho el trabajo.

Después de una hora habían dejado al descubierto los tres paneles superiores de la vidriera.

Sin embargo, la sección que se exponía a la tenue luz de las lámparas de aceite era prácticamente imposible de ver. La capa de mampostería, los estragos del tiempo y ciertos defectos del vidrio ayudaban a impedir su visión a través de una pátina de suciedad que cubría el vidrio. También las bandas de hierro y de plomo que se usaron para separar los paneles coloreados estaban oxidadas y descoloridas.

Pero siguieron trabajando, satisfechos de que la vidriera se hallara allí en pie para convertirse en objeto de su atención, pese a que Channing no podía borrar de la mente la idea de que, una vez quitada la última pieza de piedra, toda la estructura se derrumbaría hacia adelante y se destrozaría contra el suelo de la iglesia. Relegó esta idea al fondo de su pensamiento.

A medida que trabajaban, comenzaron a surgir ciertas embarazosas anomalías.

El vidrio no era sólo el trabajo de más de un artesano, al parecer, sino que, además, la piedra que lo sostenía tan firmemente era de un período distinto de aquel en que se levantó el edificio.

—La agregaron en fecha posterior —dijo Channing.

—Pero ¿por qué esconderla? —estaba impaciente por saber Catherine, volcada su atención en la vidriera y más concentrada a medida que ésta se iba desvelando.

Channing no tenía respuesta para esta cuestión particular. Tal vez una vez a la vista y descifrada, se pudiera solucionar este enigma.

Cuantos más paneles se sacaban a luz, más claro resultaba que el vidrio hasta entonces desvelado no era una mera parte de una vidriera mayor.

Lo que Channing había encontrado era un todo completo.

La ventana tenía alrededor de un metro veinte centímetros de ancho, y quizá algo más de un metro ochenta de altura. Catherine había hecho una pausa momentánea, se secó el sudor de la cara con el dorso de la mano y luego, con infinito cuidado, había quitado algo de suciedad de uno de los paneles y había examinado el vidrio de debajo con ayuda de un ocular de joyero y de una linterna.

—Es crown glass —dijo ella—. Al menos lo es esta parte. —Sin esperar la pregunta de Channing, Cath siguió explicando—: Se soplaba una burbuja de vidrio a través de un tubo de hierro y luego se la hacía girar hasta que formara un disco. Después empleaban un hierro para eliminar las aristas hasta dar al vidrio la forma correcta —explicó y señaló el vidrio con un tiralíneas, indicando así las pequeñas burbujas todavía visibles en el vidrio—. En el crown glass, las burbujas siempre forman círculos concéntricos.

—¿Esto te dice algo acerca del hombre que lo hizo? —preguntó Channing.

—Es uno de los métodos más antiguos de fabricación de vidrio coloreado. Parece que otras partes fueron producidas con otros medios. Esto es lo que hace pensar que aquí intervino más de un vidriero —respondió Cath, que ya había recuperado otro fragmento de dibujo de debajo de la película de suciedad.

Había quedado al descubierto una mano en forma de garra.

La enorme mano sostenía un niño.

Channing había fruncido el entrecejo, pero no carecía de sentido.

Si en verdad la vidriera hubiera sido encargada para Gilles de Rais, la inclusión de un niño en su dibujo era casi predecible.

¿Qué otra cosa cabía esperar de alguien que había sido responsable de la muerte de más de doscientos niños?

—También son distintos los métodos para colorear —había dicho Catherine, mirando primero la garra y luego los ojos rojos que parecían brillar con tanta luminosidad en la cara de la primera criatura—. Ese —había agregado señalando el rostro de la criatura— tiene aspecto de haber sido fijo. El vidrio fue coloreado antes de ser colocado en el panel. A éste —tocó muy suavemente la garra— le agregaron óxido de hierro. Oxido de cobalto, azul. Oxido de manganeso, púrpura. Si querían amarillo, le agregaban sulfuro.

Él había escuchado muy atentamente, los ojos puestos alternadamente en la vidriera y en Catherine.

Ahora, cuando las manecillas de su reloj se acercaban a las 11.00, se inclinaba hacia atrás contra el altar y volvía a mirar la vidriera.

A juzgar por lo que podían ver, bien podía ser que el vidrio fuera opaco.

Sólo la garra y la cara de la otra criatura; el resto seguía aún recubierto por una gruesa capa de suciedad.

Channing estaba cansado; no recordaba haber estado nunca tan cansado. Sentía como si le hubieran chupado el vigor, como si, en lugar de soplar el viento de afuera hacia dentro de la iglesia, los elementos exteriores lo atrajeran hacia fuera y crearan dentro del presbiterio un vacío que dificultaba la respiración. Él lo atribuyó a las nubes de polvo en suspensión.

Hacía cada vez más frío.

Se frotó los brazos y tembló, mientras volvía a mirar el reloj.

—Deberíamos volver a la posada —sugirió.

Cath continuaba observando el dibujo de la vidriera, asombrada de que estuviera intacto.

—Cath —dijo él suavemente—, decía que…

—Ya te he oído —interrumpió ella, sin mirarlo, sin apartar los ojos de la ventana.

—Podemos seguir trabajando mañana por la mañana —insistió Channing.

Pero ella no le contestó, los ojos fijos en el rostro de la criatura que se veía en el panel de arriba, a la izquierda. Una y otra vez miraría la mano-garra que tenía cogido al niño, pero lo que le retenía la mirada eran los ojos rojos. Por último, consiguió arrancar de ellos su atención. Se masajeó el puente de la nariz con el pulgar y el índice y asintió.

—Quizá tengas razón. Una buena noche de sueño no estaría mal —acertó a decir, e incluso esbozó una tenue sonrisa.

Una buena noche de sueño. Channing no podía recordar cuándo se había dado este lujo por última vez.

Comenzaron a recoger las herramientas.

—Hay algo que me intriga, Mark —dijo ella—. Es acerca de la iglesia. ¿Cómo te las arreglaste para conseguir permiso de las autoridades locales para trabajar aquí?

Mark se encogió de hombros.

—La tienen clasificada como edificio abandonado —explicó luego—. No les importa quién venga aquí ni qué haga una vez dentro. Si mañana se viniera abajo, no creo que se les moviera un pelo.

La intensidad del viento parecía aumentar. Channing tembló.

Sin duda, hacía cada vez más frío.

A través de la abertura de una de las ventanas cerradas con tablas vio aparecer momentáneamente la luna en el cielo antes de que una nube negra se la tragara.

Una de las lámparas parpadeó y se apagó, para volver luego a iluminarse.

Channing miró hacia la vidriera.

En toda la iglesia resonó un golpe sordo, y el sonido se prolongó en el silencio.

Channing se dijo que seguramente se habría olvidado de asegurar la puerta de la iglesia cuando entraron.

—Déjalo por esta noche, Cath —dijo.

Otra vez el golpe.

Dos veces en rápida sucesión.

¿Qué diablos estaba pasando?