La Charter Arms 44 parecía inmensa a medida que Doyle la iba poniendo al descubierto y la apuntaba a la cabeza de Sheehan.
El jefe inspector Austin vio el arma y gritó, pero se dio cuenta de que Doyle no podía oírle a través del vidrio.
—Lo va a matar —dijo Garner, incrédulo—. Lo va matar este loco y cabrón.
Austin volvió a gritar y luego giró en redondo, dirigiéndose al espejo bidireccional que comunicaba con la pequeña celda.
Esta vez Doyle había ido demasiado lejos.
—Déjelo.
La voz sobresaltó a Austin, tanto su mera aparición como la autoridad que parecía encerrar. Se volvió para mirar quién había hablado.
En la habitación estaba Jeffrey Donaldson, quien miraba, más allá de Austin, al antiterrorista y a su adversario. Observó como Doyle presionaba el cañón sobre los restos de nariz del irlandés, cuya cara aún chorreaba sangre.
—Podría matar a ese hombre, por Dios —protestó Austin.
—Podría… —dijo Donaldson, acercándose al espejo bidireccional.
Garner miró al recién llegado. Era un hombre de unos cuarenta y cinco años, alto y delgado. Su cara presentaba un aspecto algo angustiado debido a las mejillas descamadas. Tampoco la barba entrecana contribuía a rellenar sus rasgos. Vestía una camisa con el cuello abierto y pantalones, y llevaba un abrigo sobre los hombros. Mientras observaba el cuadro detrás del vidrio, se tiraba de la barba con aire ausente, como si quisiera arrancársela pelo a pelo.
—¿Cuánto hace que está ahí dentro? —preguntó Donaldson.
—Unos quince minutos —respondió Austin—. Supongo que debemos agradecer que Sheehan haya sobrevivido todo ese tiempo —y volvió a mirar a ambos hombres—. No quiso decirnos nada, pero Doyle insistió en probar por su cuenta.
—Usa diferentes métodos —dijo Donaldson despreocupadamente.
—El principal es la brutalidad —comentó secamente Austin—. Usted es su superior. Usted debe detenerlo.
Donaldson había sido jefe de la Unidad Antiterrorista los últimos cuatro años. Había sido uno de los pocos hombres de esta unidad que habían alentado efectivamente a Doyle a que volviera al servicio después que le aconsejaran que lo dejara, por su bien. Las heridas que había sufrido tras la explosión de la bomba parecían forzarlo a un retiro precoz, y Donaldson recordaba todavía sus visitas al joven en el hospital, cuando éste se preguntaba si alguna vez volvería a andar, sin pensar jamás en reincorporarse al trabajo. Cuando, contra todos los consejos médicos y oficiales, Doyle retornó a su empleo, Donaldson comprobó que se había transformado en otro hombre. Antes, había sido prudente. A partir de la explosión, no tuvo ninguna preocupación por su seguridad. Parecía no importarle la vida en absoluto, ni la propia ni la de nadie. Había en él una ferocidad que a veces llegaba a ser terrorífica.
En ese momento Donaldson podía comprobar tal cosa directamente.
—Sáquelo de ahí —dijo Austin—. Matará a Sheehan y entonces sí que no podremos obtener nada de él.
—Leí su legajo en el coche mientras venía —dijo Donaldson—. ¿Qué le hace pensar que, de otra manera, conseguiría extraerle algo?
—Se deben seguir ciertos procedimientos… —comenzó Austin, pero Donaldson lo interrumpió en seco.
—Ciertos procedimientos —dijo en tono de reproche—. ¿Quiere decir, obrar según las reglas? Pues bien, las reglas son distintas para hombres como Sheehan. Debería usted saberlo. Doyle obedece las reglas de ellos.
—Doyle no obedece las reglas de nadie —dijo Austin—. ¿Cómo diablos puede usted confiar en él? Su familia es irlandesa, ¿no es cierto?
—Ésa es precisamente una de las cosas que lo hacen perfecto para el oficio. Entiende su mentalidad.
Doyle acababa de empujar a Sheehan contra la pared. En ese momento le apoyaba el cañón del arma sobre la barbilla.
—No confío en él —dijo Austin.
—Yo no confío en nadie —dijo Donaldson—, mirando directamente al policía.
—Es un loco.
—Obtiene buenos resultados.
—Puede ser. Pero sigo pensando que es un loco.
Donaldson sonrió levemente.
—Muy bien. Podría ser que tuviera usted razón —dijo tranquilamente.
Austin no encontró respuesta. Lo único que pudo hacer fue observar como Doyle levantaba el cañón de la 44 hacia la boca de Sheehan.