Era la oscuridad del ciego.
Una negrura tan impenetrable, tan tangible que se sentía flotar en ella. Rodeado de ella. Como si la profunda tiniebla, al metérsele por todos los poros del cuerpo, le dejara sin luz con la misma eficacia que si le hubiesen arrancado los ojos.
Pero aquella oscuridad no estaba exenta de placer.
Antes había sentido placer, y sabía que volvería a sentirlo. Tan exquisito a veces que resultaba casi insoportable.
Su incapacidad para ver potenciaba las sensaciones que experimentaba.
Tenía un agudo sentido del olfato.
En sus fosas nasales, el olor era fuerte, picante, dulce, ocasionalmente rancio.
Un poderoso olor a cobre que conocía bien y que acogía gustosamente.
También sus oídos parecían más sensibles que lo usual, y sintonizó con mayor intensidad los sonidos que se filtraban a través de la oscuridad.
Era como un cierto tipo de coro.
Sus propios suspiros y gruñidos de placer se mezclaban con los otros ruidos.
Con gritos más estridentes.
Gritos de dolor.
Sonrió en la oscuridad, recorrió con los dedos los rasgos del rostro, se metió un dedo índice en la boca y siguió el dibujo de su labio inferior.
Degustó la sangre y lo chupó.
Sentía como si todo el cuerpo le ardiera a pesar del frío que hacía dentro del edificio, y esbozó una mueca cuando pensó en la luminosidad que su cuerpo estaría produciendo, pues aquel calor parecía aumentar.
Pero no había resplandor.
Únicamente aquella negrura que tan entrañablemente amaba.
Casi tan entrañablemente como los objetos que lo rodeaban.
Con ávida fruición pasó sobre ellos las manos.
Estuvo al borde del éxtasis.
La respiración, lenta y gutural, le raspaba profundamente la garganta mientras seguía pasando los dedos sobre eso que tenía al lado.
Finalmente, lo levantó. Suavemente, sin esfuerzo.
El olor parecía hacerse más intenso a medida que se acercaba el objeto a la cara.
Era invisible en la oscuridad, pero pasó el índice por él y percibió todos los pliegues y todas las arrugas.
Cada pulgada intacta.
Parecía terciopelo.
Produjo una amplia sonrisa, a sabiendas de que su placer todavía podía continuar durante horas.
No irían a buscarlo hasta la mañana, y para entonces se habría saciado. Para entonces estaría colmado de placer.
Hasta la próxima vez.
Se conmovió anticipadamente, llevó el objeto más cerca de la cara y sintió que algo le corría lentamente hacia abajo por el brazo derecho.
Un líquido que goteaba del codo sobre su muslo desnudo.
Abrió ligeramente la boca, para prepararse, y se pasó la lengua por los labios antes de serpentear hacia fuera, tejiendo tiesos modelos sobre el otro objeto.
Degustó. Olió. Palpó. Escuchó.
Gritos sordos.
La caída del líquido.
La lengua tocó los labios.
Y los otros labios estaban calientes.
A pesar de que hacía una hora que la cabeza había sido tronchada del cuerpo.