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Katie apartó el salmón para no picar más.

Le gustaba la idea de acabar el día de su boda sin sentirse a punto de explotar, y quería dejar un poco de sitio para el tiramisú.

Ray le acariciaba distraídamente la pierna bajo la mesa. A su izquierda, mamá y Alan hablaban de eléboros y brassicas ornamentales. A su derecha, Barbara le cantaba a papá las maravillas de ir de camping en caravana. A papá se lo veía contentísimo, así que presumiblemente estaba pensando en otra cosa al mismo tiempo.

Estaban sentados unos quince centímetros por encima de todos los demás. Parecía algo salido de la tele. Las camareras con sus chaquetas blancas. El tintinear de la cubertería elegante. El leve murmullo de la lona.

Se hacía raro ver a David Symmonds sentado al fondo de la carpa, charlando con Mona y limpiándose las comisuras de la boca con una servilleta. Katie se lo había señalado a Ray y ahora iba a ignorarlo, al igual que iba a ignorar los ladridos del perro de Eileen y Ronnie, al que se había reasentado en un jardín cercano y que estaba sumamente mosqueado ante semejante hecho.

Se lamió los dedos y limpió de migas el platillo lateral.

Tony y Jamie seguían agarrados de la mano en la mesa, a la vista de todo el mundo. A Katie le pareció dulce. Incluso a mamá se lo pareció. Los padres de Ray parecían hacer caso omiso. Quizá su vista no daba la talla. O quizá todos los hombres se tomaban de la mano en Hartlepool.

Papá le tocó el brazo.

—¿Qué tal?

—Bien —repuso Katie—. Genial.

El tiramisú llegó y fue un pequeño anticlímax, francamente. Pero los bombones que sirvieron con el café eran fantásticos. Y cuando Jacob vino a acurrucársele en el regazo se quedó bastante decepcionado al descubrir que ella ya se había comido los que le tocaban (Barbara ofreció valientemente los suyos para mantener el orden).

Entonces se oyó un golpeteo en la mesa, la charla decreció y Ed se puso en pie.

—Damas y caballeros, es tradicional en las bodas que el padrino se ponga en pie y cuente historias groseras y chistes ofensivos y haga sentir a todo el mundo incómodo.

—Exactamente —exclamó el tío Douglas.

Hubo risas nerviosas por toda la carpa.

—Pero ésta es una boda moderna —continuó Ed—. De manera que voy a decir unas cuantas cosas agradables sobre Katie y unas cuantas cosas agradables sobre Ray. Y luego Sarah, la madrina de boda de Katie, va a ponerse en pie y a contaros historias groseras y chistes ofensivos y a hacer sentir incómodo a todo el mundo.

Más risas nerviosas recorrieron la carpa.

Jacob se chupaba el pulgar y jugueteaba con su anillo de casada, y Ray la rodeó con un brazo y dijo en voz baja:

—Te quiero, esposa.