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George se sentó en la taza del váter de arriba mientras Jamie le aplicaba un vendaje nuevo en la muñeca y lo ayudaba a ponerse una camisa blanca limpia.

Ahora se acordaba. Jean le había puesto antes el primer vendaje. Se había hecho un tajo con una alambrada de púas. De qué forma precisa había entrado en contacto con una alambrada de púas no estaba muy claro.

—Bueno, así que no has redactado un discurso —dijo Jamie.

Por supuesto. Ahora se acordaba. Era el día de la boda de Katie.

—¿Papá?

—¿Qué?

—Un discurso —insistió Jamie—. ¿Has escrito un discurso?

—¿Para qué?

Jamie se frotó la cara.

—Vale. Mira, Katie se ha casado esta mañana…

George arqueó las cejas.

—No soy un absoluto tarado.

—Van a celebrar el banquete en el jardín —continuó Jamie—. Después de comer el padre de la novia suele pronunciar un breve discurso.

—Va a casarse con Ray, ¿no es eso? —dijo George.

—Eso es. Te diré qué vamos a hacer.

—¿Qué vamos a hacer?

—Voy a hablar con Ed —repuso Jamie.

—¿Quién es Ed? —preguntó George. El nombre no le sonaba de nada.

—Papá —dijo Jamie—, tú escúchame y ya está. Vale. Ed es el padrino. Después de comer anunciará que vas a pronunciar unas palabras. Entonces tú te levantas y propones un brindis. Y luego te sientas.

—Vale —repuso George, preguntándose por qué estaría Jamie armando tanto revuelo con el tema.

—¿Podrás proponer un brindis?

—Eso depende de por quién se suponga que esté brindando —contestó George sintiéndose bastante pagado de sí mismo por haber dado con la cuestión clave.

Jamie soltó grandes bocanadas de aire, como si estuviese a punto de levantar un peso pesado.

—Te levantas. Dices «Me gustaría proponer un brindis por Katie y Ray. Me gustaría dar la bienvenida a…». No. Demasiado complicado.

A George le pareció que el propio Jamie estaba un poco confundido.

—Te levantas —dijo Jamie—. Dices «Por Katie y Ray». Te sientas.

—No pronuncio un discurso —señaló George.

—No —repuso Jamie—. Sólo un brindis. «Por Katie y Ray.» Luego vuelves a sentarte.

—¿Por qué no pronuncio un discurso? —quiso saber George, que empezaba a preguntarse por qué debería seguir las instrucciones de una persona confundida.

Jamie volvió a frotarse la cara.

—Katie y Ray quieren que sea breve y simple.

George digirió eso.

—Muy bien.

—Te levantas —insistió Jamie—. Dices…

—«Por Katie y Ray» —dijo George.

—Te sientas.

—Me siento.

—Brillante —concluyó Jamie.

George permaneció unos minutos más sentado en la taza después de que Jamie se fuera. Le ofendía un poco que se le negara la oportunidad de hablar largo y tendido. Pero cuando trataba de imaginar qué cosas podía decir si se extendía sus pensamientos se volvían algo confusos. De manera que quizá era mejor seguir la línea de la mínima resistencia.

Salió del baño, esperó a que la cabeza se le despejara un poco y bajó por las escaleras.

Alguien le tendió una copa de champán.

¿Era sensato beber champán cuando ya había tomado Valium? Tenía poca experiencia con esas cosas. Quizá habría algún médico entre los invitados al que poder preguntárselo.

Gail apareció ante él.

—A Brian lo puso muy triste no tenerte con él en Cornualles.

Se hacía difícil no mirarle los pechos.

—Estaba deseando hacer un poco de boy scout —prosiguió Gail—. Hogueras. Sacos de dormir —se estremeció—. Yo iré para allá el mes que viene. Cuando funcione el termo para la ducha y hayan instalado la moqueta.

¿Qué diablos hacía allí ese hombre?

En el otro extremo de la habitación.

George se preguntó si tendría alucinaciones.

—¿Te encuentras bien, George? —preguntó Gail.

No estaba alucinando. Era él, sin duda. David Symmonds. El hombre al que había visto realizar el acto sexual con Jean en su dormitorio. Ahora se había colado en la boda de Katie. ¿Es que ese hombre no tenía decencia alguna?

Empezó a ver otra vez el mundo con claridad. Fue como aquella noche en Glasgow. Estaba demasiado borracho para hablar. Entonces había visto las llamas en el pasillo y se había sentido sobrio al instante.

—Pareces un poco trastornado —comentó Gail.

No iba a tolerar eso. Apartó a Gail hacia un lado y se abrió paso entre la multitud. Le diría al señor Symmonds que se marchara.

Confió en que no fuera necesario pegarle.