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Jean oyó un pequeño chirrido justo cuando Katie y Ray empezaban a pronunciar los votos. Se volvió en redondo y vio a Jamie deslizarse en la sala y situarse detrás de aquella encantadora joven de la silla de ruedas.

Ahora todo era perfecto.

—Por el que yo, Katie Margaret Hall —dijo Katie.

—No pueda unirme en matrimonio —entonó el juez.

—No pueda unirme en matrimonio —repitió Katie.

—Con Ray Peter Jonathon Phillips —dijo el juez.

Jean se volvió para mirar a Jamie por segunda vez. ¿Qué demonios le había pasado? Parecía que lo hubiesen arrastrado de los pies a través de un seto.

—Con Ray Peter Jonathon Phillips —repitió Katie.

Jean sintió una ligera desazón.

—Ahora ha llegado el solemne momento —anunció el juez— en que Ray y Katie contraerán matrimonio ante ustedes sus testigos, familiares y amigos.

Jean se acordó entonces de que no le estaba permitido sentir desazón. Ahora no. Jamie había estado haciendo una buena obra. Y esa gente de ahí era buena gente. Lo comprenderían.

—Voy a pedirles a todos que se pongan en pie —dijo el juez— y se unan a la celebración de este matrimonio.

Todo el mundo se puso en pie.

Llegarían a casa y Jamie podría cambiarse de ropa y todo volvería a ser perfecto.

—Ray —dijo el juez—, ¿quieres a Katie como tu legítima esposa, para compartir tu vida con ella, amarla, socorrerla y consolarla sea lo que sea que os depare el futuro?

—Sí, quiero —declaró Ray.

—Katie —dijo entonces el juez—, ¿quieres a Ray como tu legítimo esposo, para compartir tu vida con él, amarlo, socorrerlo y consolarlo sea lo que sea que os depare el futuro?

—Sí, quiero —contestó Katie.

Desde varias filas atrás, Jean oyó a Douglas decir:

—Allá vamos, muchacha.