120

Cuando George llegó a su habitación experimentó una oleada tan tremenda de alivio que sintió que se le soltaban un poco las tripas.

Entonces de repente no se acordó de dónde había escondido el Valium y el pánico lo inundó como una riada, denso y frío y veloz, y tuvo que esforzarse en seguir respirando.

Era consciente de saber dónde estaba el frasco. O más bien era consciente de haber sabido dónde estaba diez minutos antes, pues ¿por qué iba a olvidar una cosa así? Y sabía que tenía que tratarse de un sitio totalmente lógico. Era simple cuestión de encontrar la casilla en su cabeza en que había almacenado esa información. Pero el interior de su cabeza estaba patas arriba y se sacudía violentamente y los contenidos de otras casillas se salían y se metían en medio.

Estaba de pie de cara a la ventana, un poco encorvado para ayudarse a respirar.

¿Bajo la cama…? No. ¿En la cómoda…? No. ¿Detrás del espejo…?

Estaba en el baño. No había escondido en absoluto el frasco. ¿Por qué iba a haberlo escondido? No había necesidad de esconderlo.

Corrió hacia el baño, con las tripas soltándosele un poco otra vez. Abrió el armario. Estaba en el estante de arriba, detrás de las tiritas y los mondadientes.

Giró la tapa y siguió girándola y sintió volver el pánico hasta que comprendió que era a prueba de niños y tenía que presionarse hacia abajo. La presionó hacia abajo y la giró y casi dejó caer el frasco al ver a Ray en el espejo, de pie tras él, a poco más de un metro y dentro del baño de hecho, que le decía:

—¿George? ¿Te encuentras bien? He llamado a la puerta pero no me has oído.

George estuvo a punto de echarse al gaznate el contenido entero del frasco y tragar por si Ray trataba de detenerlo.

—¿George? —repitió Ray.

—¿Qué?

—¿Te encuentras bien?

—Estoy bien. Perfectamente bien —contestó George.

—Parecías un poco nervioso cuando has entrado corriendo en la cocina.

—¿De veras? —George deseaba terriblemente tomarse las píldoras.

—Y Jamie estaba preocupado por ti.

George depositó con suavidad dos pastillas en la palma de la mano y las tragó como quien no quiere la cosa. Como hacía la gente con los cacahuetes en las fiestas.

—Me ha dicho que no te sentías el mismo.

—Son Valium —explicó George—. Me las ha mandado el médico. Me ayudan a sentirme un poco más tranquilo.

—Estupendo —repuso Ray—. Así pues, no planeas salir a dar más paseos, ¿no? Quiero decir hoy. Antes de la boda.

—No —respondió George, y se obligó a soltar una risita. ¿Se suponía que era divertido ese intercambio? No estaba muy seguro—. Lo siento si he causado problemas.

—No pasa nada —dijo Ray.

—Desde luego pienso asistir a la boda —dijo George. Estaba bastante desesperado por ir al lavabo.

—Bien —dijo Ray—. Eso está bien. Bueno, será mejor que vaya a vestirme y calzarme.

—Gracias —dijo George.

Ray se fue y George echó el pestillo y se bajó los pantalones y se sentó en la taza e hizo de vientre y se zampó las seis pastillas que quedaban, tragándolas con un poco de agua asquerosa del vaso de los cepillos de dientes sin detenerse a pensar en los posos en el fondo.