Las gemelas pelirrojas las habían desterrado de la cocina, de manera que Katie y Sarah estaban de pie en el porche de la carpa. Sarah se volvía para exhalar bocanadas de humo hacia el jardín y así no contaminar el ambiente nupcial.
Un adolescente estaba barriendo los tablones ya secos. Estaban poniendo ramos en jarrones sobre unos pies de hierro forjado retorcido. Un hombre estaba en cuclillas comprobando que las mesas estuviesen alineadas, como si se preparara para un tiro de billar particularmente difícil.
—¿Y Ray…? —preguntó Sarah.
—Está siendo genial, en realidad —repuso Katie.
Una mujer sacaba cubiertos de un cajón de plástico y los sostenía a la luz antes de ponerlos.
—Perdóname —dijo Sarah.
—¿Por qué?
—Por pensar que igual estabas cometiendo un error.
—Así que pensabas que cometía un error —dijo Katie.
—Vete a la mierda. Ya me siento bastante mal. Eres mi amiga. Sólo quería estar segura. Ahora ya estoy segura —Sarah hizo una pausa—. Es buen tipo.
—Lo es.
—Creo que hasta Ed puede ser buen tipo —se volvió para mirar hacia el césped—. Bueno, quizá no del todo. Pero está bien. Mejor que el borracho imbécil que conocí en vuestra casa.
Katie se volvió a su vez y vio a Ed jugar al avión con Jacob, dándole vueltas agarrado por los brazos.
—¡Mira! —gritó Jacob—. ¡Mira!
—Ed —exclamó Katie—, ten cuidado.
Ed la miró y se alarmó un poco y se le soltó la mano izquierda de Jacob, y Jacob cayó sobre la hierba húmeda con sus pantalones de ceremonia de Rupert Bear.
—Lo siento —exclamó Ed levantando a Jacob del suelo por una muñeca como un conejo al que hubiese disparado.
Jacob chilló y Ed trató de ponerlo en pie.
—Me cago en diez —musitó Katie caminando hacia ellos y preguntándose si las gemelas pelirrojas les permitirían utilizar la lavadora.
En ese instante alzó la mirada y vio a su padre dar brincos en el baño, lo cual le pareció bien raro.