Katie entró en la cocina con Jamie y se encontró a santa Eileen sentada a la mesa rodeada por una pequeña jungla.
—Te hemos traído tus flores —dijo Eileen poniéndose en pie.
Por un instante Katie pensó que se trataba de alguna clase de regalo personal.
—Hola, cariño —dijo mamá besando a Jamie.
Eileen se volvió hacia Jamie y dijo:
—No veíamos a este jovencito desde… bueno, ya ni sé desde cuándo.
—Hace mucho tiempo —repuso Jamie.
—Bueno… —intervino mamá ligeramente incómoda—. ¿Dónde está Tony?
Katie se dio cuenta de que mamá se preparaba para la inoportuna aparición del novio de su hijo ante su desprevenida y evangélica hermana. Lo cual le hizo sentir lástima tanto por Jamie como por mamá. Estaba claro que ser reina del fin de semana no le daba a una el poder de resolverlo todo.
—Me temo que no va a venir —explicó Jamie. Katie lo vio armarse de valor—. Hemos tenido ciertos problemas. En resumidas cuentas, se fue a Creta. Que al parecer es un sitio muy bonito en esta época del año.
Katie le dio una discreta palmadita a Jamie en la espalda.
—Lo siento —dijo mamá, y pareció que lo dijera en serio.
Entonces Eileen dijo:
—¿Quién es Tony? —con una expresión inocente de ojos muy abiertos que hizo que un escalofrío palpable recorriera la habitación.
—Bueno —intervino su madre ignorando por completo a su hermana y frotándose las manos—. Tenemos muchas cosas que hacer.
—Tony es mi novio —dijo Jamie.
Y Katie pensó que si todo salía mal, si el registro civil se quemaba hasta los cimientos o ella se rompía el tobillo de camino allí, habría valido la pena sólo por la expresión de la cara de Eileen en ese momento.
Pareció que estuviera recibiendo instrucciones de Dios de cómo proseguir.
Se hacía difícil saber qué estaría pensando mamá.
—Somos homosexuales —añadió Jamie.
Lo cual, se dijo Katie, fue pasarse un poco con los huevos del budín. Tiró de él hacia el pasillo.
—Venga, vamos.
Y en la puerta de la cocina apareció un hombre diciendo:
—Vengo a arreglar el lavabo.