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Jean se había equivocado con Ray.

Una hora después de su llegada todo volvía a estar en marcha. Había mandado a Katie a la ciudad. Iba a ir un hombre a arreglar el lavabo y había enviado a Eileen y Ronnie en busca de las flores con su bendito perro de acompañante.

Y, por raro que fuera, sí parecía tener control sobre el clima. Jean le estaba preparando una taza de té justo después de su llegada cuando miró por la ventana y vio que había dejado de llover y había salido el sol. Al cabo de una hora aparecieron los hombres de la carpa para dejarla bien seca y Ray estaba en el jardín dando órdenes como si fuera el director de la empresa.

Cierto que a veces tenía demasiado desparpajo. No era uno de ellos, si se quería expresar así. Pero Jean empezaba a darse cuenta de que ser uno de ellos no era algo necesariamente bueno. Después de todo, era obvio que su familia estaba fracasando a la hora de organizar una boda. Quizá un poco de desparpajo era precisamente lo que hacía falta.

Empezó a entender que Katie bien podía ser más lista de lo que ella o George habían creído.

A media tarde el hermano de Jean y su esposa aparecieron y les ofrecieron llevarlos a cenar a ella y George.

Jean explicó que George no andaba muy fino.

—Bueno, si a George no le importa, puedes venirte tú —propuso Douglas.

Jean había empezado a articular una educada negativa cuando Ray intervino:

—Vete. Nos aseguraremos de que alguien monte guardia en el fuerte.

Y por primera vez Jean se alegró de que Katie fuera a casarse con ese hombre.