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Era todo un poco pesado.

Durante un tercio de las horas que pasaba despierto Jamie se las apañaba para no pensar en Tony en absoluto. Durante otro tercio imaginaba que Tony volvía a tiempo y que los dos se reconciliaban en distintas escenas melodramáticas. El tercio restante se dedicaba a pensamientos sensibleros sobre que iría a Peterborough solo y que sería objeto de demasiada compasión o ninguna en absoluto y que tendría que mostrarse alegre por el bien de Katie.

Tenía pensado salir para allá a primera hora de la tarde del viernes para ahorrarse el tráfico. El jueves por la noche tomó un plato de pasta al horno de Tesco y una ensalada de frutas ante un vídeo de The Blair Witch Project, que daba más miedo del que había previsto, de manera que tuvo que parar la cinta a la mitad y correr todas las cortinas y cerrar con llave la puerta principal.

Esperaba tener pesadillas. De forma que supuso cierta sorpresa encontrarse con que tenía un sueño sexual con Tony. No fue para quejarse. Un rollo como de ponerse las botas recién salido de la cárcel. Pero lo que fue ligeramente perturbador fue que la escena entera tenía lugar en la sala de estar de sus padres durante alguna clase de cóctel. Tony empujándolo boca abajo en el sofá, embutiéndole tres dedos en la boca y follándoselo sin el más mínimo preámbulo. Todos los detalles mucho más vívidos de lo que se suponía debían serlo en los sueños. La inclinación de la polla de Tony, las manchas de pintura en sus dedos, la intrincada enredadera del estampado en la funda del cojín contra la cara de Jamie en primerísimo plano, la charla, el tintineo de copas de vino. De hecho fue tan vívido que en varias ocasiones durante la mañana siguiente recordó lo sucedido y se vio presa de un sudor frío durante una fracción de segundo antes de acordarse de que no era real.