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George se dio cuenta de que el doctor Barghoutian no era tan estúpido después de todo.

El Valium iba bien. El Valium iba pero que muy bien. Bajó, se preparó una taza de té y jugó un par de partidas de cartas con Jacob.

Después de que Katie se fuera a la ciudad se coló por detrás de la carpa para echarle un vistazo al estudio y se percató de que, con el paso al fondo del jardín cerrado, el estudio se había convertido en un lugar secreto de esos que les encantaban a los niños y que, a decir verdad, a él todavía le gustaban. Sacó la silla plegable y se sentó durante diez minutos muy agradables hasta que uno de los obreros se deslizó por el otro lado de la carpa y empezó a orinar en un arriate. George decidió que toser para que se percatara de su presencia era más educado que observar a alguien orinar en silencio, de manera que tosió y el hombre se disculpó y desapareció, pero George sintió que su espacio secreto se había violado en cierto sentido y volvió a la casa.

Entró y se preparó un sándwich de jamón y tomate y se lo tomó con un vaso de leche.

El único problema del Valium era que no favorecía el pensamiento racional. Fue sólo después de cenar, cuando los efectos de las dos pastillas que había tomado durante la tarde empezaron a remitir, cuando hizo los cálculos. Para empezar, había sólo diez pastillas en el frasco. Si seguía tomándoselas a ese ritmo se quedaría sin ellas antes de que llegara la boda.

Empezó a caer en la cuenta de que, si bien el doctor Barghoutian era listo, no había sido generoso.

Iba a tener que dejar de tomar las pastillas en ese momento. E iba a tener que evitar tomarlas al día siguiente.

La etiqueta en el pequeño frasco marrón advertía que no se ingiriese alcohol mientras se tomaban. A la mierda con eso. Cuando se sentara después del discurso, iba a apurar la primera copa que pillara. Si se sumía rápidamente en un coma, ya le estaba bien.

La dificultad residía en llegar al sábado.

Lo veía venir, incluso en ese momento, sentado como estaba en el sofá con Jacques Loussier en el equipo de música y el Daily Telegraph doblado en el regazo, al igual que había visto aquella tormenta venir del mar en Saint Ives unos años antes, un muro gris de luz densa a menos de un kilómetro de distancia, el agua oscura debajo de él, todo el mundo mirando sencillamente, sin caer en la cuenta de lo rápido que se movía hasta que fue demasiado tarde, y entonces corriendo y chillando cuando el granizo cayó sobre la playa en horizontal como disparos.

Su cuerpo empezaba a acelerarse y agitarse, con todos los indicadores moviéndose sin cesar hacia el rojo. El miedo volvía. Deseó rascarse la cadera. Pero si quedaba algo de cáncer, lo último que quería era perturbarlo.

Era muy tentador tomarse más Valium.

Virgen santa. Uno podía decir todo lo que quisiera sobre la razón y la lógica y el sentido común y la imaginación, pero a la hora de la verdad lo único que necesitaba era la capacidad de no pensar en nada en absoluto.

Se levantó y fue hacia el recibidor. Quedaba un poco de vino de la cena. Se acabaría la botella y luego se tomaría un par de codeínas.

Cuando entró en la cocina, sin embargo, las luces estaban apagadas, la puerta que daba al jardín estaba abierta y Katie observaba desde el umbral la lluvia torrencial mientras se bebía el resto del vino directamente de la botella.

—No te bebas eso —dijo George bastante más alto de lo que pretendía.

—Lo siento —repuso Katie—. Pensaba que estabas en la cama. En cualquier caso tengo intención de acabármelo. Para que no tengáis que compartir mis bacterias.

A George no se le ocurrió ninguna forma de decir «Dame la botella» sin parecer desquiciado.

Katie echó un trago de vino.

—Dios, cómo me gusta la lluvia.

George se quedó mirándola. Ella echó otro trago. Al cabo de un rato se volvió y lo vio observándola. George se dio cuenta de que su actitud era un poco rara. Pero necesitaba compañía.

—Scrabble —dijo.

—¿Qué? —preguntó Katie.

—Me preguntaba si querrías jugar una partida de Scrabble —¿de dónde había salido eso?

Katie meneó lentamente la cabeza, sopesando la idea.

—Vale.

—Genial —dijo George—. Ve a sacar la caja del armario. Tengo que subir un momento a por un poco de codeína. Para el dolor de cabeza.

George estaba a medio camino de las escaleras cuando se acordó de la última partida de Scrabble que habían jugado. Se había parado en seco durante una discusión muy acalorada sobre el uso totalmente lícito por parte de George de la palabra zho, un cruce entre vaca y yak.

Oh, bueno; así mantendría la mente ocupada.