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Jamie llegó de trabajar para encontrarse un mensaje de Katie en que le decía que la boda volvía a celebrarse. Se la oía absolutamente radiante. Y su alegría le hizo sentirse más optimista de lo que lo había estado en una buena temporada. Quizá estaba volviendo la suerte de todos.

Se sintió tentado de llamarla de inmediato, pero necesitaba solucionar otra cosa primero.

Aparcó a la vuelta de la esquina de casa de Tony y puso en orden sus pensamientos, pues no quería cagarla esta vez.

Siete de la tarde de un lunes. Si Tony iba a estar en algún momento, era entonces.

¿Qué iba a decirle Jamie? Lo que sentía parecía muy obvio. Pero cuando trataba de expresarlo con palabras le sonaba torpe, nada convincente y sentimental. Ojalá uno pudiera abrirse una tapa en la coronilla y decir «Mira».

Eso no tenía sentido.

Llamó a la puerta y se preguntó si Tony se habría mudado en realidad de casa, porque le abrió una joven a la que nunca había visto. Tenía el pelo largo y oscuro y llevaba unos pantalones de pijama de hombre con un par de Doc Martens con los cordones sin abrochar. Sujetaba un cigarrillo encendido en una mano y un destrozado volumen en rústica en la otra.

—Estoy buscando a Tony.

—Ah —repuso ella—. Tú debes de ser el tristemente famoso Jamie.

—No estoy seguro de ser tristemente famoso.

—Me preguntaba cuándo ibas a aparecer por aquí.

—¿Nos conocemos? —preguntó Jamie tratando de que sonara literal y no estirado. Empezaba a tener la misma sensación que en el encuentro con Ian. La de no tener ni la más remota idea de qué estaba pasando.

La mujer se las apañó para coger el libro con la mano del cigarrillo y tendió la otra para que Jamie se la estrechara.

—Becky. La hermana de Tony.

—Hola —dijo Jamie estrechándole la mano. Y ahora que se fijaba reconocía su cara de fotografías y se sintió mal por no haberse interesado más en su momento.

—Soy esa que has estado evitando —dijo Becky.

—¿Eso he hecho? —preguntó Jamie. Aunque no se trataba tanto de haberla evitado como de no haber hecho un esfuerzo consciente—. En cualquier caso, pensaba que vivías en… —mierda. No debería haber empezado esa frase. Ella no hizo ademán de ayudarlo—. En algún sitio lejos.

—En Glasgow. Y luego en Sheffield. ¿Piensas entrar, o vamos a quedarnos hablando aquí fuera?

—¿Está Tony?

—¿Sólo vas a entrar si está él?

Jamie tuvo la clara sensación de que Tony no estaba y de que Becky iba a someterlo a alguna clase de interrogatorio, pero no le pareció buen momento para mostrarse descortés con un miembro de la familia de Tony.

—Entro.

—Bien —repuso Becky, cerrando la puerta tras él.

—Bueno, ¿está Tony?

Subieron por las escaleras hacia el piso.

—Está en Creta —contestó Becky—. Yo le cuido la casa. Estoy trabajando en el Battersea Arts Centre.

—¡Uf! —soltó Jamie, aliviado.

—¿A qué viene eso?

—Viene a que he estado llamándolo. Pensaba que estaba evitándome.

—Está evitándote.

—Oh.

Jamie se sentó a la mesa de la cocina, entonces se dio cuenta de que era la casa de Becky, temporalmente al menos, y de que Tony y él ya no salían y no debería sentirse como en casa de forma tan automática. Volvió a levantarse, Becky lo miró raro y se sentó por segunda vez.

—¿Una copa de vino? —Becky meneó una botella ante él.

—Vale —repuso Jamie sin querer mostrarse grosero.

Ella llenó una copa.

—No contesto al teléfono. Hace que la vida sea mucho más simple.

—Claro —Jamie aún tenía la cabeza llena de todas las cosas que quería decirle a Tony, y ninguna de ellas era muy apropiada en ese momento—. El Battersea Arts Centre. ¿Qué hacéis allí… pinturas, exposiciones…?

Becky le dirigió una mirada fulminante y se sirvió una copa para ella.

—Es un teatro. Trabajo en el teatro —dijo la palabra teatro muy despacio, como si le hablara a un niño pequeño—. Superviso a los acomodadores.

—Vale —repuso Jamie. Su experiencia en el teatro se limitaba a una visita obligada a Miss Saigon de la que no había disfrutado. Le pareció mejor no compartir eso con Becky.

—En realidad no prestabas mucha atención cuando Tony te hablaba de su familia, ¿verdad?

Jamie no conseguía recordar una conversación en que Tony le hubiese dicho a qué se dedicaba su hermana. Era posible que de hecho Tony nunca se lo hubiese contado. Eso también era mejor callárselo.

—Bueno… y ¿cuándo vuelve Tony?

—No estoy segura del todo. Creo que en un par de semanas más. Fue todo bastante improvisado.

Jamie hizo un rápido cálculo mental. Dos semanas.

—Mierda.

—¿Mierda por qué?

Jamie no supo muy bien si Becky era irritable en general o estaba siendo especialmente irritable con él. Más valía andarse con cuidado.

—Quería que viniese a algo. A una boda, de hecho. La boda de mi hermana. Va a casarse.

—Eso es lo que la gente suele hacer en las bodas.

Jamie empezaba a entender por qué Tony no se había esforzado más en presentarle a su hermana. Esa mujer podría hacer sudar a Katie.

—Nos peleamos.

—Ya lo sé.

—Y fue culpa mía.

—Eso me pareció —repuso Becky.

—En cualquier caso, estaba pensando que si consigo que venga a la boda…

—Creo que era la boda lo que trataba de evitar. Al irse a Creta.

—Ah.

Becky apagó el cigarrillo en el pequeño cenicero de cristal en el centro de la mesa y Jamie se concentró en la forma en que el humo ascendió y se quebró en pequeñas espirales para no pensar en el incómodo silencio.

—Él te quería —dijo Becky—. Lo sabes, ¿no?

—¿De verdad? —fue una pregunta estúpida. Pero estaba demasiado asombrado para que le importara cómo sonaba.

Tony lo quería. ¿Por qué coño no se lo había dicho nunca? Jamie siempre había asumido que Tony sentía exactamente lo mismo que él. Que no quería precipitarse y comprometerse.

Tony lo quería. Él quería a Tony. Por Dios, ¿cómo se las había apañado para joderlo todo de forma tan espectacular?

—No te habías dado cuenta, ¿verdad? —dijo Becky.

No había absolutamente nada que Jamie pudiese decir.

—Jesús. Los hombres sois a veces unos tarados.

Jamie estuvo a punto de decir que de habérselo dicho Tony nada de aquello habría pasado. Pero no le pareció una respuesta muy adulta. Además, sabía exactamente por qué Tony nunca se lo había dicho. Porque el propio Jamie nunca habría permitido que se lo dijera, porque no quería que Tony se lo dijera, porque le daba pánico que Tony se lo dijera.

—¿Cómo puedo ponerme en contacto con él?

—Dios sabe —respondió Becky—. Está en casa de un amigo suyo que tiene una multipropiedad allí.

—Gordon.

—Sí, me suena que sí. Tony pensaba que el móvil le funcionaría.

—No le funciona. Lo he probado.

—Ya somos dos —soltó Becky.

—Necesito un cigarrillo —dijo Jamie.

Becky sonrió por primera vez. Le dio un cigarrillo y después fuego.

—Estás de los nervios, ¿no?

—Mira —dijo Jamie—, si llama…

—No lo ha hecho.

—Pero si lo hace…

—Hablas en serio, ¿verdad? —dijo Becky.

Jamie se armó de valor.

—Le quiero. Es sólo que no me di cuenta hasta que… Bueno, por Dios, Tony me dejó. Después mi hermana anuló la boda. Luego mi padre tuvo una especie de crisis nerviosa y acabó en el hospital. Y fuimos todos a Peterborough y allí básicamente nos sacamos los ojos unos a otros. Y fue espantoso. Espantoso de verdad. Luego resultó que la boda vuelve a celebrarse.

—Va a ser un acontecimiento de lo más divertido, ¿eh?

—Y me di cuenta de que Tony era la única persona que…

—Oh, por Dios. No llores. Por favor. Los hombres que lloran me dejan descolocada. Bebe un poco más —le sirvió lo que quedaba del vino en la copa.

—Lo siento —Jamie se enjugó los ojos ligeramente húmedos y tragó saliva.

—Manda una invitación —propuso Becky—. Escribe algo sensiblero en ella. La pondré encima del montón de su correo. O en su almohada. Si vuelve a tiempo haré que vaya de una patada en el culo.

—¿De verdad?

—De verdad —encendió otro cigarrillo—. Conocí a sus antiguos novios. Unos imbéciles, en mi humilde opinión. Es obvio que tú y yo no nos conocemos desde hace mucho, pero créeme, tú pareces una mejora importante.

—Ryan parecía agradable —mentalmente, Jamie estaba presentando a Becky y Katie y preguntándose si se convertirían en amigas para toda la vida o serían víctimas de una combustión espontánea.

—Ryan. Dios santo. Vaya gilipollas. Odiaba a las mujeres. Ya sabes, decía que no se puede trabajar con ellas porque no son lo bastante duras y luego se largan a tener hijos. Probablemente ni siquiera era gay. No del todo. Ya conoces a esa clase de tío. Sólo son incapaces de soportar la idea del sexo con mujeres. Odiaba a los niños, además. Algo que siempre me sulfura. Me refiero a que de dónde creen que vienen los adultos, por el amor de Dios. ¿Quieres conductores de autobús y médicos? Te hacen falta niños. Me alegro de no haber sido la pobre maldita mujer que se pasó una parte de su vida limpiándole el culo. Tampoco le gustaban los perros. Ni los gatos. Nunca te fíes de un hombre al que no le gustan los animales. Ésa es mi norma. No te apetecerá compartir un curry de Tesco, ¿no?