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A David le estaban instalando una nueva caldera, de modo que Jean estaba sentada con él en el jardín del Fox and Hounds. La idea la puso nerviosa al principio, pero David tenía razón. El sitio estaba desierto y no había más que unos metros hasta el coche si tenían que escabullirse.

Ella se estaba tomando un gin-tonic, algo que no hacía normalmente de camino a casa desde el colegio. Si George le hacía preguntas siempre podía culpar a Ursula. Necesitaba un poco del valor que proporcionaba el alcohol. Su vida era un lío de mil demonios en ese momento y tenía que volverla más simple.

—No sé muy bien cuánto tiempo podremos seguir haciendo esto —dijo.

—¿Te refieres a que quieres dejarlo? —preguntó David.

—Quizá. Sí —qué duro sonaba ahora que lo decía en voz alta—. Oh, no lo sé. Sencillamente no lo sé.

—¿Qué ha cambiado?

—George —contestó ella—. Que George esté enfermo —¿no era obvio acaso?

—¿Y eso es todo? —quiso saber David.

No parecía preocupado, y a Jean empezaba a irritarla su confianza. ¿Cómo podía pasar como si nada por todo aquello?

—No es ninguna tontería, David.

Él le agarró la mano. Jean dijo:

—Ahora todo me parece distinto. Me parece mal.

—Tú no has cambiado —repuso David—. Yo no he cambiado.

Eso la exasperaba a veces. La forma en que los hombres podían estar tan seguros de sí mismos. Montaban palabras como cobertizos o estantes y podías subirte en ellas de tan sólidas que eran. Y esos sentimientos que te abrumaban de madrugada se convertían en humo.

—No estoy tratando de acosarte —dijo David.

—Ya lo sé —pero no estaba muy segura.

—Si estuvieras enferma, si estuvieras gravemente enferma, yo seguiría queriéndote. Si yo estuviera gravemente enfermo, confío en que me seguirías queriendo —David la miró a los ojos. Por primera vez a Jean le pareció triste y eso la tranquilizó un poco—. Te quiero, Jean. No son sólo palabras. Lo digo en serio. Esperaré si tengo que hacerlo. Soportaré lo que sea. Porque eso es lo que significa el amor. Y sé que George está enfermo. Y sé que eso te complica la vida. Pero es algo con lo que tenemos que vivir y que solucionaremos. No sé cómo, pero lo haremos.

Jean se encontró riendo.

—¿Qué es tan divertido?

—Yo —repuso ella—. Tienes toda la razón. Y me saca de quicio. Pero sigues teniendo razón.

David le oprimió la mano.

Permanecieron en silencio unos instantes. David pescó algo en su cerveza con limonada y un gran vehículo agrícola pasó con estruendo por el otro lado del seto.

—Me siento fatal —dijo Jean.

—¿Por qué? —preguntó él.

—Por la boda.

David pareció aliviado.

—Estaba tan desconcertada por lo que le estaba pasando a George que no… Katie debe de estar pasando por un momento espantoso. Hacer planes para casarte. Y luego anular la boda. Ellos dos viviendo juntos. Debería haberme mostrado comprensiva. Pero tan sólo nos peleamos.

—Ya tenías bastantes problemas.

—Ya lo sé, pero…

—Al menos la boda no va a celebrarse —añadió David.

Ajean le pareció cruel que dijera eso.

—Pero es muy triste.

—No tan triste como casarte con alguien a quien no quieres —concluyó David.