Jean dejó de trabajar.
En realidad no había sabido muy bien qué esperar cuando George llegó del hospital. Resultó que parecía sorprendentemente normal. Se disculpó por todo el trastorno que había causado y dijo que se sentía muchísimo mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo.
Jean le preguntó si quería hablar de lo ocurrido, pero él le dijo que no hacía falta preocuparse. Ella le dijo que si empezaba a sentir alguna vez lo mismo debía contárselo y él la tranquilizó diciéndole que nunca más volvería a sentir lo mismo. No tardó en quedar claro que el doctor Parris había exagerado las cosas y que las más paranoicas imaginaciones de Jean habían sido infundadas.
George aún sentía mucho dolor, claramente. Pero estaba decidido a no utilizar la silla de ruedas. De manera que Jean se pasó la mayor parte de esa semana ayudándolo a levantarse de la cama y a entrar y salir de sus baños con sales y agarrándolo de la mano cuando bajaba por las escaleras, y luego llevándolo a la consulta para que le cambiaran el vendaje y volviéndolo a traer.
Al cabo de tres o cuatro días ya se movía solo por ahí, y para principios de la segunda semana era capaz de conducir el coche, de forma que Jean volvió al trabajo diciéndole que la llamara en cualquier momento si necesitaba ayuda.
Llamó a la floristería y al servicio de comidas y a la compañía de coches de alquiler y lo canceló todo. Los de la floristería fueron de lo más grosero, así que se encontró diciéndoles a los del servicio de comidas y a la compañía de coches que su hija había caído gravemente enferma, y fueron tan comprensivos que se sintió peor que cuando le habían gritado.
No se sentía capaz de llamar a los invitados y decirles que la boda se había anulado, de modo que decidió dejarlo estar unos días.
Y todo marchaba bien. Claramente bien. Sólo unos días antes había pensado que sus vidas se hacían pedazos.
Y ahora las cosas estaban volviendo lentamente a la normalidad. No podría haber pedido más.
Pero se sentaba a la mesa de la cocina algunas noches y pensaba en lavar y en cocinar y en limpiar y sentía algo oscuro y pesado que la agobiaba, y tan sólo levantarse a poner la tetera era como adentrarse en aguas profundas.
Estaba deprimida. Y no era algo que estuviese acostumbrada a sentir. Se preocupaba. Hacía frente a las cosas. Se enfadaba. Pero nunca se sentía abatida durante más de unas horas.
Era poco caritativo, pero no podía evitar desear que George anduviese algo peor. Que la necesitara un poco más. Pero no tardó nada en estar trabajando de nuevo en el estudio, poniendo ladrillos y serrando madera.
Se sentía como si estuviese perdida en el mar. George estaba allí en su isla. Y David estaba en otra isla. Y Katie.
Y Jamie. Todos ellos con tierra sólida bajo los pies. Y ella iba a la deriva entre ellos, con la corriente llevándosela más y más lejos.
Condujo hasta casa de David la semana siguiente y aparcó en la esquina. Estaba a punto de salir del coche cuando se dio cuenta de que no podía hacerlo. Cuando estuvieron juntos por primera vez había parecido el principio de una nueva vida, algo diferente y excitante, una fuga. Pero ahora lo veía tal como era: una aventura como cualquier otra, escabrosa y rastrera, una compensación egoísta por el desastre en que se había convertido su vida real.
Se imaginó sentada en la sala de profesores del Saint John, tomando té y galletas de pasas con Sally y Bea y la señorita Cottingham, y se sintió, por primera vez, como si llevase alguna clase de mancha, como si fuesen capaces de mirarla y saber lo que estaba haciendo.
Estaba siendo una tonta. Lo sabía. No eran diferentes de otras personas. Sabía a ciencia cierta que el hijo de Bea tenía alguna clase de problema con las drogas. Pero le parecía mal estar haciendo el amor con David una tarde y enseñando a niños a leer a la mañana siguiente. Y si tuviera que elegir entre los dos habría elegido a David sin titubear, pero eso le parecía aún peor.
Se fue de allí y llamó a David más tarde para disculparse. Se mostró encantador y comprensivo y dijo que entendía por lo que debía de estar pasando. Pero no era así. Se lo notó en la voz.