Katie supo que iban a pelearse durante la cena. Se respiraba en el ambiente. Si las cosas iban especialmente mal podían acabar discutiendo sobre su propia boda, la salud mental de papá y el amante de mamá al mismo tiempo.
Cuando daban cuenta de los espaguetis a la boloñesa mamá dijo que esperaba sinceramente que papá no tuviera más accidentes estúpidos. Su expresión era un poco atormentada, y a Katie le pareció bastante obvio que sabía que la historia del formón era una gilipollez pero quería asegurarse de que ninguno de los dos lo supiera. Hubo uno de esos violentos silencios en que se oye masticar a todo el mundo y el ruido de los cubiertos y Jamie salvó la situación al decir:
—Y si lo hace, confiemos en que sea en el jardín —lo cual les permitió distenderse un poco con unas risas forzadas.
Estaban recogiendo los platos cuando mamá dejó caer la bomba.
—Bueno, ¿va a haber boda o no?
Katie apretó los dientes.
—Sencillamente no lo sé, ¿vale?
—Bueno, pues vamos a tener que saberlo pronto. Quiero decir que está muy bien lo de ser comprensivos, pero voy a tener que hacer unas llamadas bastante difíciles y prefiero no postergarlas más tiempo del necesario.
Katie apoyó las palmas de las manos en la mesa para calmarse.
—¿Qué quieres que te diga? No lo sé. La cosa está difícil en este momento.
Jamie se detuvo en el umbral con los platos.
—Bueno, ¿le amas o no? —quiso saber su madre.
Y fue entonces cuando Katie perdió los estribos.
—¿Qué coño sabes tú del amor?
Mamá puso la misma cara que si la hubiesen abofeteado.
Jamie intervino:
—Un momento. Un momento. Nada de pelearse a gritos. Por favor.
—Tú no te metas —espetó Katie.
Mamá se sentó otra vez, cerró los ojos y dijo:
—Bueno, si eso es lo que sientes entonces supongo que podemos asumir que no habrá boda.
A Jamie le temblaron las manos. Dejó los platos otra vez sobre la mesa.
—Katie. Mamá. Dejémoslo ya, ¿de acuerdo? Creo que ya hemos pasado bastante.
—¿Qué coño tiene que ver esto contigo? —exclamó Katie, y supo que estaba siendo infantil y maliciosa pero necesitaba comprensión, no un maldito sermón.
Entonces Jamie perdió los estribos, algo que no le había visto hacer en mucho tiempo.
—Por supuesto que tiene que ver conmigo. Tú eres mi hermana. Y tú eres mi madre. Y entre las dos estáis jodiéndolo todo.
—Jamie… —dijo mamá como si él tuviera seis años.
Jamie la ignoró y se volvió hacia Katie.
—Me he pasado los últimos veinte minutos sentado ahí fuera con Ray y es realmente un buen tipo y se está rompiendo los cuernos para ponértelo fácil.
—Vaya, has cambiado de parecer —dijo Katie.
—Cállate y escúchame —espetó Jamie—. Está aguantando toda esta mierda. Y va a darte un sitio en que vivir todo el tiempo que desees incluso si tú no le quieres, porque tú le importas y Jacob le importa. Conduce hasta aquí y se sienta ahí fuera porque es perfectamente consciente de que no les gusta a mamá y papá…
—Yo nunca he dicho eso —intervino mamá con un hilo de voz.
—Y hoy me he sentado con papá y he hablado con él y le pasa algo malo de verdad y no ha tenido un accidente con un ridículo y jodido formón. Estaba rebanándose a sí mismo con unas tijeras y vosotras dos pretendéis olvidarlo como si no hubiese pasado nada. Bueno, pues sí que ha pasado. Necesita a alguien que lo escuche o va a meter la cabeza en el horno y todos acabaremos sintiéndonos hechos mierda porque fingimos que no pasaba nada malo.
Katie estaba tan perpleja por el súbito cambio de personalidad de Jamie que no oyó lo que decía. Nadie habló durante unos segundos y entonces mamá se echó a llorar muy suavemente.
Jamie dijo:
—Voy a llevar un poco de pudin al jardín —y salió, dejando los platos sobre la mesa.