74

Jamie estaba arrodillado en las escaleras con una palangana de agua jabonosa, limpiando la sangre de su padre de la moqueta.

Ése era el problema con los libros y las películas. Cuando pasaban cosas tremendas había música orquestal y todo el mundo sabía dónde hacer un torniquete y por delante de la casa nunca pasaba una furgoneta de helados. Entonces las cosas tremendas pasaban en la vida real y te dolían las rodillas y se te desintegraba la esponja en las manos y era obvio que iba a quedar alguna clase de mancha permanente.

Jamie llegó primero y cuando Katie y Ray detuvieron el coche junto al suyo, mamá salió pitando por la puerta del pasajero como si hubiera un incendio en la casa, lo cual fue un poco raro. Y entonces cundió el pánico porque era obvio que Jacob no podía entrar por culpa de la sangre (la descripción de Ray hizo que más pareciera un cambio en la decoración que sangre derramada). Pero el pánico se estaba transmitiendo de forma totalmente gestual para que Jacob no captara qué estaba ocurriendo.

Y Jamie vio a qué se refería Katie con lo de que Ray era un tipo capaz. Porque sacó una tienda del maletero y le dijo a Jacob que ellos dos iban a dormir fuera porque había un cocodrilo en la casa y que si Jacob tenía suerte no tendría que entrar a lavarse y podría hacer pipí en las flores.

Pero eso no era un trabajo. No te casabas con alguien porque fuera capaz. Te casabas con alguien porque estabas enamorado. Y había algo muy poco sexy en lo de ser demasiado capaz. Ser capaz era algo propio de un padre.

Aunque, obviamente, de haber sido Ray su padre habría acudido al médico. O habría utilizado las herramientas adecuadas y no habría dejado nada medio colgando.

Jamie todavía estaba enjabonando las escaleras cuando Katie se materializó ante su vista.

—No crees que fuera a conservarlo, ¿no? —blandía un envase vacío de helado.

—¿A qué parte correspondía, por cierto? —quiso saber Jamie.

—A la cadera izquierda —repuso Katie imitando con la mano unas tijeras junto al bolsillo de sus tejanos.

—¿De qué tamaño era?

—Como una hamburguesa grande —contestó Katie—. Por lo que parece. No he llegado a ver la herida en sí. Bueno… el baño ya está. Mamá ha acabado con la cocina. Dame eso y puedes salir a ver qué tal les va a Ray y Jacob.

—¿Prefieres limpiar sangre de una moqueta a ir a hablar con tu prometido?

—Si vas a ponerte odioso puedes hacerlo tú mismo.

—Lo siento —repuso Jamie—. Oferta aceptada.

—Además —añadió Katie—, por mucho que me duela decirlo, las mujeres sencillamente limpiamos mejor.

El cielo estaba nublado y el jardín estaba muy oscuro. Jamie tuvo que permanecer treinta segundos de pie en el patio antes de conseguir ver algo.

Ray había plantado la tienda lo más lejos posible de la familia de Katie. Cuando Jamie llegó a ella, una voz incorpórea dijo:

—Hola, Jamie.

Ray estaba sentado de espaldas a la casa. Su cabeza era una silueta y su expresión, indescifrable.

—Te he traído un café —Jamie se lo tendió.

—Gracias.

Ray estaba sentado en una esterilla de camping. Se echó hacia atrás y le ofreció a Jamie el otro extremo.

Jamie se sentó. La esterilla estaba ligeramente caliente. Se oían pequeños ronquidos procedentes de la tienda.

—Bueno, ¿qué fue lo que se hizo George? —preguntó Ray.

—Mierda —repuso Jamie—. Nadie te lo ha contado, ¿no? Lo siento.

Jamie le contó la historia y Ray dejó escapar un largo silbido.

—Vaya chalado.

Pareció impresionado, y durante un par de segundos Jamie se sintió extrañamente orgulloso de su padre.

Permanecieron sentados en silencio.

Era como la fiesta de adolescentes. Pero sin «Hi, Ho, Silver Lining». Y Jamie no estaba solo en el jardín. Pero le parecía bien. A Ray lo habían desterrado de algún extraño modo y eso lo convertía también en alguien ajeno. Además, Jamie no lo veía, de manera que no ocupaba tanto espacio como de costumbre.

Ray dijo:

—Salí corriendo.

—¿Perdona?

—Katie fue a tomar un café con Graham. Los seguí.

—Oh, vaya, eso no está bien, ¿no?

—Quería matarlo, para serte franco —explicó Ray—. Tiré un cubo de basura. Supe que la había cagado. Así que me largué. Dormí en casa de un tipo del trabajo —hizo una pausa—. Por supuesto, eso fue peor que seguirla a ella al café.

Jamie no supo qué decir. Hablar con Ray ya era bastante difícil a plena luz del día. Sin lenguaje corporal se hacía prácticamente imposible.

—En realidad —prosiguió Ray—, todo eso no iba sobre Graham. Graham era sólo un…

—¿Catalizador? —propuso Jamie, contento de poder hacer una contribución.

—Un síntoma —repuso educadamente Ray—. Katie no me quiere. No creo que lo haya hecho nunca. Pero lo está intentando en serio. Porque le da miedo que yo la eche de la casa.

—Vaya —dijo Jamie.

—No voy a echarla de la casa.

—Gracias —sonó extraño. Pero corregirlo habría sonado más extraño aún.

—Pero no te casas con alguien si no lo quieres, ¿verdad? —dijo Ray.

—No —repuso Jamie, aunque era obvio que la gente lo hacía.

Se quedaron un rato callados, escuchando un tren en la distancia (qué raro que sólo se oyeran por la noche). Era extrañamente agradable. Lo de que Ray estuviera un poco alicaído. Y Jamie no fuera capaz de verlo. Así que Jamie dijo:

—Por Dios, el famoso Graham —con tono desenfadado, como si hablase con un amigo.

Sintió a Ray estremecerse. Incluso en la oscuridad.

—Ya lo conoces —añadió Jamie—. Ya sabes cómo es.

—Trato de no llamar la atención —explicó Ray.

Jamie dio un sorbo al café.

—Bueno, está claro que es un tío guapísimo —probablemente no era eso lo que debería estar diciendo—. Pero es eso y nada más. Es aburrido. Y superficial. Y débil. Y en realidad no es muy inteligente. Sólo que al principio no te das cuenta. Porque es mono, y despreocupado, y tiene confianza en sí mismo. O sea que asumes de alguna manera que tiene grandes planes —miró atrás, hacia la casa, y advirtió un cristal roto en la cocina que se había tapado cuidadosamente con un rectángulo de madera—. Trabaja para una compañía de seguros… No pasa con frecuencia que alguien tenga un empleo que haga parecer excitante el mío.

Jamie estaba disfrutando al hablar con Ray en la oscuridad de esa manera. Por lo extraño y furtivo que resultaba. Por la forma en que hacía más fácil decir las cosas. Tanto fue así que Jamie bajó la guardia y se encontró teniendo una breve pero muy específica fantasía sexual sobre Ray y sólo se dio cuenta de lo que estaba haciendo al cabo de unos tres segundos, y fue como pisar una babosa en la cocina por la noche, porque estaba mal en muchos sentidos.

—Tu madre no está muy contenta con la idea de tenerme en la familia, ¿verdad? —dijo Ray.

Y Jamie pensó «Y qué coño importa» y dijo:

—No mucho. Pero pensaba que el culo de Graham irradiaba la luz del sol. Así que difícilmente es la mejor del mundo al juzgar la personalidad de alguien —¿era sensato decir eso? Le habría gustado ver la cara de Ray en ese momento—. Por supuesto, cuando Graham dejó a Katie y a Jacob, mi madre decidió que era un servidor de Satán.

Ray no decía nada.

Una luz se encendió en el piso de arriba y su madre apareció brevemente en la ventana del dormitorio y miró hacia el jardín a oscuras. Se la veía menuda y triste.

—Ten paciencia y aguanta —dijo Jamie, y se dio cuenta de que quería que Ray y Katie estuvieran juntos y no supo del todo por qué. ¿Porque necesitaba que algo saliera bien cuando todo lo demás estaba saliendo mal? ¿O empezaba a gustarle aquel tipo?

—Gracias, colega —repuso Ray.

Y Jamie hizo una pausa y luego dijo:

—Tony me ha plantado —tampoco tuvo muy claro por qué había dicho eso.

—Y tú quieres volver con él…

Jamie trató de decir que sí, pero sólo pensar en hacerlo le provocó un nudo de emoción en la garganta y no sentía la suficiente confianza con Ray para eso.

—Ajá.

—¿Culpa tuya o de él?

Jamie decidió lanzarse. Era una especie de penitencia. Como zambullirse en una piscina de agua fría. Sería edificante. Si lloraba, a la mierda. Ya había quedado en ridículo bastantes veces esa semana.

—Deseaba estar con alguien. Y quería permanecer soltero al mismo tiempo.

—¿Para así poder…, bueno, tirarte a otros tíos?

—No, ni siquiera eso —por extraño que fuera, no sentía ganas de llorar. Todo lo contrario, de hecho. Quizá era por la oscuridad, pero se le hacía más fácil hablar de eso con Ray que con cualquiera de su familia, incluida Katie—. No quería comprometerme. No quería compartir las cosas. No quería tener que hacer sacrificios. Lo cual es una estupidez. Ahora lo veo —hizo una pausa—. Si quieres a alguien tienes que poner algo de tu parte.

—Has dado en el clavo.

—La cagué —concluyó Jamie—. Y no sé muy bien cómo arreglarlo.

—Ten paciencia y aguanta tú también —dijo Ray.

Jamie se quitó un insecto de la cara.

—Lo más estúpido… —añadió Ray.

—¿Qué es lo más estúpido? —preguntó Jamie.

—Que la quiero. Es dura de pelar, joder, pero la quiero. Y ya sé que no soy muy listo. Y sé que hago algunas idioteces. Pero ella me importa. Me importa de verdad.

Justo en aquel momento se abrió la puerta de la cocina y apareció Katie llevando un plato.

—¿Dónde estáis? —cruzó con cautela el césped y pisó algo—. Mierda —se inclinó para recoger un tenedor.

—Estamos aquí —dijo Jamie.

Katie fue hasta ellos.

—Ahí dentro hay cena. ¿Por qué no entráis los dos a comer algo y yo me siento aquí con Jacob?

—Dame eso —le dijo Ray—. Me quedaré aquí fuera.

—Muy bien —repuso Katie. Su tono pareció revelar que ya había tenido bastantes desacuerdos por un día. Le dio el plato a Ray—. Espaguetis a la boloñesa. ¿Estás seguro de que no quieres una ración de hombre?

—Con esto está bien —repuso Ray.

Katie se puso a cuatro patas y metió la cabeza en la tienda. Se acurrucó junto a Jacob y lo besó en la mejilla.

—Que duermas bien, banana —luego salió otra vez y se volvió hacia Jamie.

—Ven. Será mejor que vayamos a hacerle compañía a mamá.

Echó a andar de vuelta a la casa.

Jamie se puso en pie. Le dio unas suaves palmaditas a Ray en el hombro. Ray no reaccionó.

Anduvo sobre la hierba húmeda hacia la casa iluminada.