Cinco minutos después, Jean oyó una segunda serie de pisadas, más pesadas que las de Katie. Al principio pensó que era otro médico. Se armó de valor.
Pero cuando las cortinas se abrieron era Ray, con Jacob a hombros.
Comprendió al instante qué había pasado. Katie se lo había dicho a Ray. Lo de que ella y George tenían sus dudas. Lo de que Ray no era lo bastante bueno para su hija.
Ray dejó a Jacob en el suelo.
Jacob dijo:
—Hola, abuela. Tengo… tengo algunas… pastillas de chocolate. Para el abuelito.
Jean no tenía ni idea de qué podía hacer un hombre como Ray cuando estaba enfadado.
Se levantó de la silla y dijo:
—Ray. Lo siento muchísimo. No es que tú no nos gustes. Ni mucho menos. Es sólo que… lo siento, lo siento muchísimo.
Deseó que la tierra la tragase, pero no lo hizo, de manera que se agachó para pasar bajo las cortinas y echó a correr.