Cuando Jamie entró en la sala de espera vio a Ray y Jacob sentados uno frente al otro al final de los asientos de plástico verde. Ray estaba haciendo el truco de magia de la moneda. El que los padres venían haciéndoles a sus hijos en el mundo entero desde el principio de los tiempos.
Jamie se sentó al lado de Jacob y dijo:
—Hola, chicos.
—Ray sabe hacer magia —dijo Jacob.
Ray miró a Jamie y le preguntó:
—¿Y bien…?
Por un momento Jamie no supo de qué podía estar hablando Ray. Entonces se acordó.
—Oh, sí. Papá. Perdona. He estado en la cafetería. Está bien. Bueno, en realidad no está bien. Me refiero a que hay otros problemas, pero físicamente está bien. Mamá llamó a todo el mundo porque… —no había forma de explicarle por qué mamá había llamado a todo el mundo sin provocarle pesadillas a Jacob—. Te lo explicaré después.
—¿Está muerto el abuelito? —quiso saber Jacob.
—Está vivo y coleando —repuso Jamie—. Así que no tienes de qué preocuparte.
—Bien —dijo Ray—. Bien —espiró despacio, como alguien que hiciera de aliviado en una obra de teatro.
Entonces Jamie se acordó de lo de la boda y se sintió incómodo al no mencionarlo. De manera que dijo:
—¿Cómo estás? —con tono significativo para dar a entender que era preocupación genuina, no mera educación.
Y Ray contestó:
—Estoy bien —con tono significativo para dar a entender que sabía exactamente de qué hablaba Jamie.
—Haz magia —pidió Jacob—. Haz que aparezca. Que me aparezca en la oreja.
—Vale —Ray se volvió hacia Jamie con la sombra de una sonrisa y Jamie se permitió considerar la posibilidad de que Ray fuese un ser humano razonablemente agradable.
La moneda era de veinte peniques. Jamie llevaba una moneda de veinte peniques en el bolsillo de atrás de los pantalones de pana. La sacó con sigilo y la sostuvo en la mano derecha sin que lo vieran.
—Esta vez —propuso—, Ray va a hacerla aparecer en mi mano —tendió el puño derecho.
Ray miró a Jamie y quedó claro que pensó que Jamie trataba de organizar algún toqueteo entre hombres, a juzgar por su entrecejo fruncido. Pero entonces lo entendió y esbozó una sonrisa, en toda regla esta vez, y dijo:
—Vamos a intentarlo.
Ray se puso teatralmente la moneda entre el índice y el pulgar.
—Tengo que tirar los polvitos —dijo Jacob claramente aterrorizado por que alguien tirase los polvitos antes que él.
—Adelante, pues —dijo Ray.
Jacob tiró unos invisibles polvitos mágicos sobre la moneda.
Ray hizo una floritura con la mano libre, la puso sobre la moneda como si fuera un pañuelo, la cerró en un puño y la apartó. La moneda había desaparecido.
—La mano —dijo Jacob—. Enséñame la mano mágica.
Ray abrió lentamente el puño.
La moneda no estaba.
Jacob tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—Y ahora —intervino Jamie levantando el puño—. ¡Tachán!
Estaba a punto de abrir el puño y revelar la moneda cuando Ray dijo:
—¿Katie? —y la expresión de su rostro no fue nada buena. Y Jamie se volvió en redondo y vio a Katie marchar hacia él, y la expresión en su rostro tampoco era nada buena.
—Katie, hola —dijo él, y Katie le dio un puñetazo en un lado de la cabeza de forma que cayó del asiento al suelo y se encontró viendo, en primer plano, los zapatos de Jacob.
Oyó a una persona ligeramente trastornada aplaudir desde el otro extremo de la sala y a Ray decir:
—Katie… ¿qué coño…? —y a Jacob exclamar con tono de asombro:
—¡Le has pegado al tío Jamie! —y el ruido de pisadas que corrían.
Para cuando se hubo incorporado y sentado, un guardia de seguridad se acercaba a ellos diciendo:
—Eh, eh, eh, vamos a calmarnos todos un poco, ¿vale?
Katie le dijo a Jamie:
—¿Qué coño le dijiste a mamá?
Jamie le dijo al guardia de seguridad:
—No pasa nada, es mi hermana.
Ray le dijo a Jacob:
—Creo que tú y yo vamos a ir a ver a los abuelitos.
El guardia de seguridad dijo:
—Una tontería más de este estilo y hago que los echen a todos de aquí —pero en realidad nadie le estaba escuchando.