66

Jamie cruzaba la sala de espera cuando un hombre atildado de sesenta y tantos años saltó de una de las sillas de plástico verde y le cerró el paso de forma ligeramente inquietante.

—¿Jamie?

—¿Sí?

El tipo llevaba una chaqueta de lino y un cuello alto gris marengo. No tenía pinta de médico.

—David Symmonds. Soy amigo de tu madre. La conozco de la librería en que trabaja. En la ciudad.

—Vale.

—La he traído hasta aquí —explicó el hombre—. Me llamó.

Jamie no estaba seguro de qué debía hacer. ¿Darle las gracias? ¿Pagarle algo?

—Creo que debo buscar a mi madre —había algo en aquel hombre que le resultaba familiar, y eso lo desconcertaba. Parecía un locutor de noticias, o alguien de un anuncio de la tele.

El tipo dijo:

—Tu madre ha llegado a casa y se ha encontrado con que tu padre estaba en el hospital. Creemos que alguien ha entrado por la fuerza en la casa.

Jamie no estaba escuchando. Después de sus llamadas presas del pánico ante la puerta cerrada de casa de sus padres no estaba de humor para interrupciones. El hombre continuó:

—Y creemos que tu padre los ha sorprendido. Pero está bien… Lo siento, ésa es una palabra ridícula. Está vivo, en cualquier caso.

Jamie se sintió de pronto muy débil.

—Había un montón de sangre.

—¿Qué?

—En la cocina. En el sótano. En el baño.

—¿De qué está hablando?

El hombre dio un paso atrás.

—Están en el cubículo cuatro. Mira…, probablemente será mejor que me vaya, ahora que estás tú aquí para cuidar de tu madre —el hombre tenía las manos unidas como un párroco. Llevaba los pantalones de loneta planchados con raya.

Alguien había intentado asesinar al padre de Jamie.

El hombre continuó:

—Dale muchos recuerdos a tu madre de mi parte. Y dile que estoy pensando en ella.

—Vale.

El hombre se hizo a un lado y Jamie entró en el cubículo cuatro. Se detuvo ante la cortina y se armó de valor para lo que estaba a punto de ver.

Cuando descorrió la cortina, sin embargo, sus padres se estaban riendo. Bueno, su madre se estaba riendo y su padre parecía divertido. Era algo que Jamie no había visto en mucho tiempo.

Su padre no tenía heridas visibles, y cuando los dos se volvieron para mirar a Jamie tuvo la surrealista impresión de estar importunando en un raro momento romántico.

—¿Papá? —dijo.

—Hola, Jamie —contestó su padre.

—Siento lo del mensaje en el teléfono —intervino su madre—. Tu padre ha tenido un accidente.

—Con un formón —explicó su padre.

—¿Un formón? —preguntó Jamie. ¿Era el hombre de la sala de espera un lunático?

Su padre rió con cautela.

—Me temo que he dejado un desastre en casa. Tratando de limpiar.

—Pero ya está todo solucionado —dijo su madre.

Jamie tuvo la impresión de que podía disculparse por haber interrumpido y marcharse y nadie se ofendería o se sorprendería en lo más mínimo. Le preguntó a su padre cómo se encontraba.

—Un poco dolorido —contestó él.

A Jamie no se le ocurrió nada que responderle, de manera que se volvió hacia su madre y dijo:

—Había un tipo en la sala de espera. Dice que te ha traído hasta aquí.

Iba a decirle que le mandaba recuerdos, pero su madre se puso en pie con una expresión de sorpresa en la cara y dijo:

—Oh. ¿Sigue aquí?

—Se estaba yendo. Ahora que ya no lo necesitas.

—Voy a ver si lo alcanzo —repuso su madre, y desapareció hacia la sala de espera.

Jamie se acercó a la silla junto a la cama de su padre y cuando se estaba sentando se acordó de quién era David Symmonds. Y de lo que había dicho Katie en el mensaje del contestador. Y en su mente apareció la imagen de su madre cruzando a la carrera la zona de espera para salir del hospital, subirse en el asiento del pasajero de un coche deportivo rojo y cerrar de un portazo antes de que el motor se pusiera en marcha y los dos desaparecieran en una nube de humo del tubo de escape.

Así pues, cuando su padre dijo:

—En realidad ha sido un accidente —Jamie pensó que se refería a la aventura de su madre y estuvo a punto de decir algo bien estúpido—. Tengo cáncer —soltó su padre.

—¿Perdona? —dijo Jamie, porque en realidad no creía lo que acababa de oír.

—O al menos lo tenía —añadió su padre.

—¿Cáncer? —preguntó Jamie.

—El doctor Barghoutian dijo que era un eczema —continuó su padre—. Pero yo no estaba seguro.

¿Quién era el doctor Barghoutian?

—Así que me lo he quitado —dijo su padre.

—¿Con un formón? —Jamie se dio cuenta de que Katie tenía razón. En todo. A su padre le pasaba algo muy serio.

—No, con unas tijeras —lo que estaba diciendo no parecía perturbarlo en lo más mínimo—. Parecía tener sentido cuando lo estaba haciendo —hizo una pausa—. De hecho, para serte franco, no he conseguido cortármelo del todo. Es mucho más difícil de lo que imaginaba. Por un momento he pensado que volverían a coserme esa maldita cosa. Pero se ve que es mejor tirarla y dejar que la herida vaya formando gránulos desde el fondo. Es lo que me ha explicado esa joven doctora. Hindú, me parece —volvió a hacer una pausa—. Probablemente más vale no decírselo a tu madre.

—Vale —repuso Jamie sin saber del todo con qué se mostraba de acuerdo.

—Bueno —dijo su padre—, ¿qué tal estás?

—Estoy bien —contestó Jamie.

Permanecieron en silencio unos instantes. Entonces su padre dijo:

—Últimamente he tenido algún pequeño inconveniente.

—Katie me lo contó —repuso Jamie.

—Pero ahora está todo resuelto —empezaban a cerrársele los ojos—. Si no te importa, voy a echarme un sueñecito. Ha sido un día agotador.

Jamie experimentó un instante de pánico al pensar que su padre iba a morirse de forma inesperada delante de sus narices. Nunca había visto a nadie morirse y no conocía muy bien los indicios. Pero cuando examinó el rostro de su padre le pareció exactamente igual que cuando dormitaba en el sofá de casa.

Al cabo de unos segundos su padre estaba roncando.

Jamie le agarró la mano. Le pareció lo adecuado. Entonces se sintió raro haciendo eso, de forma que se la soltó.

Una mujer gemía en un cubículo cercano, como si estuviera de parto. Aunque seguro que eso pasaría en otro sitio, ¿no?

¿Qué parte del cuerpo había tratado de arrancarse su padre?

¿Importaba acaso? No iba a haber una respuesta a esa pregunta que la hiciera parecer normal.

Por Dios. Era su padre el que había hecho eso. El que ponía los libros por orden alfabético y daba cuerda a los relojes.

Quizá ése fuera el principio de la demencia.

Jamie le rogó al cielo que su madre no hubiese puesto pies en polvorosa. O que él y Katie no tuvieran que ocuparse de su padre en su inicio del lento descenso hasta alguna espantosa residencia en algún sitio.

Fue un pensamiento poco caritativo.

Se estaba esforzando en dejar de tener pensamientos poco caritativos.

Quizá eso era lo que necesitaba. Algo que apareciera e hiciera pedazos su vida. Volver al pueblo. Cuidar de su padre. Aprender a ser adecuadamente humano otra vez. Una especie de rollo espiritual.

Su madre reapareció con un frufrú de cortina.

—Perdona. Lo he pillado justo cuando se iba. Es alguien del trabajo. David. Me trajo hasta aquí.

—Papá se ha dormido —dijo Jamie, aunque era bastante evidente por los ronquidos.

¿Estaban teniendo ella y ese hombre relaciones sexuales? Ése era un día de revelaciones.

Su madre se sentó.

Jamie inspiró profundamente.

—Papá dice que tenía cáncer.

—Oh, sí… eso —repuso su madre.

—¿O sea que no tenía cáncer?

—Según el doctor Barghoutian, no.

—Vale.

Jamie deseó contarle lo de las tijeras. Pero cuando formó la frase en su mente le pareció demasiado estrambótica para decirla en voz alta. Una fantasía enfermiza que lamentaría compartir con tanto entusiasmo.

Su madre dijo:

—Lo siento, debería habértelo contado antes de que vinieras.

Una vez más, Jamie no supo muy bien a qué se refería.

—Tu padre no ha estado del todo bien últimamente.

—Ya lo sé.

—Confiamos en que se resuelva por sí solo con el tiempo —dijo su madre.

O sea, que no iba a largarse con aquel tipo. No en un futuro inmediato. Jamie dijo:

—Por Dios. Siempre pasa todo a la vez, ¿verdad?

—¿A qué te refieres? —su madre tenía una expresión preocupada en la cara.

—A lo de que se haya cancelado la boda y todo eso —repuso Jamie.

La expresión de su madre cambió de una clase de preocupación a otra clase de preocupación y Jamie se percató, al instante, de que ella no sabía que se hubiese cancelado la boda, y de que lo había jodido todo, y de que Katie iba a matarlo, y de que su madre tampoco estaría muy contenta, y de que debería haberle devuelto aquella llamada a Katie de inmediato.

—¿Qué quieres decir con que se ha cancelado la boda?

—Bueno… —empezó Jamie con pies de plomo—. Mencionó algo por teléfono… Me dejó un mensaje… No he hablado con ella desde que lo dejó. Es posible que se haya cruzado algún cable.

Su madre sacudió la cabeza con tristeza y exhaló un profundo suspiro.

—Bueno, supongo que es una cosa menos de la que preocuparse.