Katie y Ray estaban ante una escultura llamada Relámpago iluminando un ciervo. Básicamente era una viga que sobresalía de la pared con un pincho de metal negro y dentado colgando de ella, y unos cachivaches en el suelo que supuestamente representaban al ciervo y una cabra y unas «criaturas primitivas», aunque desde donde Katie estaba bien podrían haber representado la crucifixión o la receta para el conejo galés.
El ciervo de aluminio había formado parte originalmente de una tabla de planchar. Katie lo sabía porque se había fijado en la tarjetita explicativa con cierto detalle. Llevaba ya leídas muchas tarjetitas explicativas y había mirado por muchas ventanas e imaginado las posibles vidas de muchos de los otros visitantes porque Ray se estaba pasando un montón de tiempo examinando las obras de arte. Y eso la estaba mosqueando.
Todas las razones para acudir a ese sitio resultaban equivocadas. Había querido sentirse en su elemento, pero no era así. Y había querido que él se sintiera fuera de su elemento, pero no era así.
Una podía decir lo que quisiera sobre Ray, pero podía dejarlo en medio de Turkmenistán y para cuando cayera la noche estaría en el pueblo más cercano comiendo caballo y fumando lo que fuera que fumasen ahí abajo.
Ray estaba ganando. Y eso no era una competición. Era infantil pensar que fuera una competición. Pero aun así estaba ganando. Y se suponía que tenía que ganar ella.
Por fin llegaron a la cafetería.
Ray sujetaba un terrón de azúcar de forma que la esquina inferior tocaba apenas la superficie del té y una marea marrón iba subiendo poco a poco por el terrón. Estaba diciendo:
—La mayor parte es claramente basura. Pero… pasa como con las iglesias antiguas y esas cosas. Te hace ir más despacio y mirar… ¿Qué pasa, pequeña?
—Nada.
Ahora lo veía. El problema no era lo de tirar cubos de basura. Era lo de no ganar.
A Katie le gustaba el hecho de ser más inteligente que Ray. Le gustaba el hecho de que ella supiera francés y él no. Le gustaba el hecho de que ella tuviera opiniones sobre la cría intensiva y él no.
Pero eso no contaba. Él era mejor persona que ella. En todos los aspectos que importaban. Excepto en lo de tirar cubos de basura. Y, la verdad, ella habría tirado unos cuantos cubos de basura en sus tiempos de haber sido un poco más fuerte.
Diez minutos después estaban sentados en la ladera contemplando a sus pies el espacio enorme que era la turbina de la entrada.
—Sé que lo estás intentando de verdad, cariño —dijo Ray.
Katie no dijo nada.
—No tienes que hacer esto —hizo una pausa—. No tienes que casarte conmigo por Jacob y la casa y el dinero y todo lo demás. No voy a echarte a la calle. Sea lo que sea lo que quieras hacer, trataré de conseguir que funcione.