53

Jamie pasó el fin de semana siguiente en Bristol con Geoff y Andrew. Una cosa más que podía hacer ahora que volvía a estar soltero. Él y Geoff se habían visto prácticamente cada mes desde la universidad. Entonces Jamie cometió el error de llevar a Tony.

Jesús, su última visita quedaría grabada en su memoria para siempre. Andrew hablando sobre números imaginarios y Tony asumiendo que trataba de ponerse de algún modo por encima de los demás. Pese a que Andrew enseñaba de hecho matemáticas en la universidad, Tony se había vengado con su historia de la pasta de dientes KY y unos eructos más bien teatrales. De manera que Jamie había tenido que mandarles flores y una larga carta cuando volvieron a Londres.

Geoff había engordado un poco desde su último encuentro y volvía a llevar gafas. Parecía el búho sabio de algún cuento para niños. También tenía un nuevo empleo: llevaba las finanzas de una empresa de software que hacía algo totalmente incomprensible. Él y Andrew se habían mudado a una casa magnífica en Clifton y adoptado un highland terrier llamado Jock que se subió al regazo de Jamie cuando se sentaron en el jardín a tomar té y fumar.

Entonces llegó Andrew, y Jamie se impresionó. La diferencia de edad nunca había parecido relevante. Andrew siempre había sido un hombre esbelto y en forma. Pero ahora se veía viejo. No era sólo por el bastón. Uno podía romperse el tobillo a los dieciocho. Era la forma de moverse. Como si esperara caerse.

Estrechó la mano de Jamie.

—Perdona que llegue tarde. Me ha retrasado un estúpido comité. Tienes buen aspecto.

—Gracias —dijo Jamie, deseando devolverle el cumplido pero sintiéndose incapaz.

Jamie y Geoff fueron en bici hasta uno de esos pubs campestres de guía turística mientras Andrew y Jock iban en el coche.

Le pareció triste, al principio, la forma en que la vida de Geoff parecía limitada por la enfermedad de Andrew. Pero a Geoff se lo veía tan unido a él como siempre y deseoso de hacer lo que fuera por ayudarlo. Y esto puso triste a Jamie de una manera diferente.

Simplemente no lo entendía. Porque de pronto veía lo que había visto Tony. Andrew era un hombre generoso. Pero no le iba la charla y no hacía preguntas. Cuando la conversación se alejaba de su esfera desconectaba y esperaba a que volviera a acercarse.

Andrew se fue a la cama temprano y Jamie y Geoff se sentaron en el jardín a acabarse una botella de vino.

Jamie habló de Katie y Ray y trató de explicar por qué su relación le inquietaba. La forma en que Ray le cortaba las alas a su hermana. El abismo entre ellos. Y sólo cuando lo estaba contando se percató de que mucho de lo que decía podía aplicarse a Geoff y Andrew. Trató de cambiar de tema.

Geoff leyó en él como en un libro. Quizá todas las conversaciones acababan siempre en ese tema.

—Andrew y yo tenemos una buena vida juntos. Nos queremos. Cuidamos el uno del otro. No hay tanto sexo entre nosotros como antes. Para serte franco, en realidad no hay sexo en absoluto. Pero, hablando en plata, hay formas de solucionar eso.

—¿Lo sabe Andrew?

Geoff no contestó a la pregunta.

—Estaré aquí para él. Siempre. Hasta el final. Eso es lo que sabe.

Una hora después Jamie estaba tumbado en la cama supletoria mirando la alfombra enrollada, la máquina de esquiar en desuso y el estuche del violoncelo, y sintió ese dolor desarraigado que siempre sentía en hoteles y habitaciones de invitados, la insignificancia de la vida de uno cuando se quitaban los accesorios.

Lo inquietaban, Geoff y Andrew. Y no sabía muy bien por qué. ¿Estaba teniendo Geoff relaciones sexuales con otros hombres y Andrew lo sabía y no lo sabía? ¿Era acaso por la idea de Geoff viendo a su amante hacerse viejo? ¿Era porque Jamie deseaba ese amor incondicional que se tenían? ¿O porque ese amor incondicional parecía tan poco atractivo?

La semana siguiente pasó tres días llevando a cabo entrevistas para encontrar una nueva secretaria y organizando todo el papeleo pendiente. Acudió a la despedida de Johnny. Vio Una mente maravillosa con Charlie. Fue a nadar por primera vez en dos meses. Tomó comida china en la bañera con The Dark Side of the Moon a todo volumen en el piso de abajo. Leyó La sinfonía del adiós, y el hecho de haberlo acabado en tres días casi compensó que fuera tan increíblemente deprimente.

Necesitaba a alguien.

No por el sexo. Todavía no. Sabía por experiencia que eso venía un par de semanas después. Empezabas a encontrar atractivos a tipos feos. Después empezabas a encontrar atractivos a los heterosexuales. Después tenías que hacer algo al respecto con rapidez porque para cuando empezabas a pensar que te acostarías con una de tus amigas ibas de cabeza a un montón de problemas.

Necesitaba un… La palabra compañero siempre le hacía pensar en dramaturgos muy mayores con batines de seda refugiados en la costa italiana con sus guapos secretarios. Como Geoff, pero con más glamour.

Quería… Eso que sentías cuando abrazabas a alguien, o cuando alguien te abrazaba a ti. La forma en que tu cuerpo se relajaba. Como tener un perro en el regazo.

Necesitaba intimidad con alguien. ¿No era eso lo que quería todo el mundo?

Estaba un poco mayor para andar de caza por ahí y las discotecas siempre le recordaban a las despedidas de soltero, con las hormonas fluyendo en dirección contraria. Hombres que hacían lo que habían hecho desde que bajaran de los árboles: reunirse en manadas para emborracharse y hablar de gilipolleces, cualquier cosa para evitar las pesadillas de ser un tipo serio o no tener nada que hacer.

Además, el historial de Jamie no era bueno. Simon el sacerdote católico. Garry y su colección de objetos nazis. Por Dios, lo lógico sería pensar que la gente confesaría esas cosas de entrada o bien evitaría mencionarlas siquiera, en lugar de anunciarlas en el desayuno.

Cuando había recorrido medio Tesco metió una lata de leche condensada en la cesta, pero en la caja recobró el juicio y la dejó a hurtadillas en un lado de la cinta transportadora cuando nadie miraba.

De vuelta en casa, estaba en el sofá haciendo zapping entre una subasta ambulante de antigüedades y un programa sobre la Gran Muralla China cuando se dio cuenta de que podía llamar a Ryan.

Fue en busca de la libreta de teléfonos.