Katie acercó una silla.
—Vamos a alquilar la carpa grande —su madre se puso las gafas y abrió el catálogo—. Cabrá. Por los pelos. Pero las estaquillas tendrán que colocarse en el arriate de flores. Vamos a ver… —sacó una hoja din A4 que mostraba la planta de la carpa—. La mesa principal podemos elegirla redonda o rectangular. Caben ocho por mesa y un máximo de doce mesas, lo que nos da…
—Noventa y seis —dijo Katie.
—… incluida la mesa principal. ¿Has traído la lista de invitados?
Katie no la había traído.
—Francamente, Katie. No puedo hacer esto yo sola.
—Estos últimos días han sido un poco ajetreados.
Debería haberle contado a su madre lo de Ray. Pero no podía soportar que le saliera con alguna petulancia. Manejar a papá ya era bastante difícil. Y para cuando discutían sobre si mousse de chocolate o tiramisú ya era demasiado tarde.
Escribió una lista de invitados de memoria. Si se dejaba a alguna tía, que Ray se lo explicara, joder. Asumiendo que hubiese boda. Oh, bueno, se ocuparía de esa posibilidad en otro momento.
—Ya te dije que Jamie igual se traía a alguien, ¿no? —dijo su madre.
—Se llama Tony, mamá.
—Lo siento. Es sólo que… Ya sabes, no quería sacar conclusiones precipitadas.
—Llevan juntos más tiempo que Ray y yo.
—Y tú lo conoces —dijo su madre.
—¿Te refieres a si papá será capaz de comportarse?
—Me refiero a si es un chico agradable.
—Sólo lo he visto una vez.
—¿Y…? —preguntó su madre.
—Bueno, si no tienes en cuenta los shorts de cuero y la ridícula peluca rubia…
—Me tomas el pelo, ¿verdad?
—Sí.
Su madre se puso seria de pronto.
—Yo sólo quiero que seáis felices. Los dos. Todavía sois mis niños.
Katie le agarró la mano.
—Jamie es sensato. Probablemente elegirá a un hombre mejor que cualquiera de nosotras.
Su madre se puso más seria aún y Katie se preguntó si se habría pasado un pelo de la raya.
—Eres feliz con Ray, ¿no?
—Sí, mamá, soy feliz con Ray.
—Bien —su madre se ajustó las gafas—. Vamos a ver. Las flores.
Al cabo de más o menos una hora oyeron pisadas y Katie se volvió para ver a Jacob sonriendo en el umbral con los pantalones y el pañal colgándole de una pierna.
—He hecho caca. La he hecho… la he hecho en el váter. Yo solito.
Katie recorrió con la mirada la impecable moqueta beige en busca de pedazos marrones.
—Bien hecho —se levantó y se acercó a él—. Pero de verdad que primero deberías haberme llamado.
—El abuelito ha dicho que no quería limpiarme el culo.
Después de haber acostado a Jacob, Katie bajó para encontrarse a su madre sirviendo dos copas de vino y diciéndole:
—Necesito hablar contigo de una cosa.
Katie cogió el vino, confió en que fuera algo trivial y las dos se dirigieron a la sala de estar.
—Ya sé que tienes mucho que pensar en este momento y que no debería contarte esto a ti —su madre se sentó y dio un trago al vino mucho más largo de lo normal—. Pero tú eres la única persona que me entiende de verdad.
—Vaya… —dijo Katie con cautela.
—Estos últimos seis meses… —su madre juntó las manos como si fuera a rezar—. Estos últimos seis meses he estado viendo a alguien.
Su madre dijo viendo a alguien con mucho cuidado, como si lo dijera en francés.
—Ya lo sé —repuso Katie, quien no quería en absoluto estar hablando de eso.
—No, no creo que lo sepas —dijo su madre—. Quiero decir… que he estado viendo a otro hombre —hizo una pausa y añadió—: Un hombre que no es tu padre —sólo para que quedara perfectamente claro.
—Ya lo sé —repitió Katie—. Es David Symmonds, ¿no? Aquel tipo que trabajaba antes con papá.
—¿Cómo diantre sabes tú…? —su madre se agarró al brazo del sofá.
Fue brevemente divertido, lo de tener a mamá en situación de desventaja. Y luego ya no lo fue porque su madre pareció aterrorizada.
—Bueno… —Katie hizo memoria—. Dijiste que te lo habías encontrado en la tienda. Está separado de su mujer. Es un hombre atractivo. Para su edad. Dijiste que habías vuelto a encontrártelo. Empezaste a comprar ropa cara. Y estabas… Te comportabas de manera distinta. Me pareció bastante claro que estabas… —dejó la frase en suspenso.
Su madre seguía aferrada al brazo del sofá.
—¿Tú crees que tu padre lo sabe?
—¿Te ha dicho algo?
—No.
—Entonces creo que estás a salvo —concluyó Katie.
—Pero si tú te has dado cuenta…
—Radar femenino —explicó Katie.
¿Radar femenino? Sonó fatal en cuanto hubo salido de su boca. Pero su madre se estaba relajando visiblemente.
—No pasa nada, mamá —dijo Katie—. No voy a hacerte pasar un mal rato.
¿No pasaba nada? Katie no estaba segura. Se veía un poco distinto ahora que había salido a la luz. Siempre y cuando su madre no quisiera consejos sexuales.
—Sólo que sí pasa —dijo su madre, obstinada.
Por un breve y confuso instante Katie se preguntó si su madre estaría embarazada.
—¿Por qué?
Se examinó el esmalte de uñas.
—David me ha pedido que deje a tu padre.
—Ah —Katie se quedó mirando la luz naranja y vacilante que despedía el fuego de carbón falso y se acordó de Jamie, años atrás, desmontándolo para examinar las pequeñas hélices metálicas que hacía girar el aire caliente que irradiaban las bombillas.
—En realidad —añadió su madre—, no estoy siendo justa con David. Dijo que quiere que me vaya a vivir con él, pero comprende que quizá no quiera hacerlo. Que quizá no sea posible.
Ahora era Katie la que estaba en situación de desventaja.
—No quiere presionarme. Y está satisfecho con que las cosas sigan como están. Sólo quiere… Quiere pasar más tiempo conmigo. Y yo quiero pasar más tiempo con él. Pero es muy, muy difícil. Como puedes imaginar.
—Dios santo, fumaba esos extraños puritos de señora, ¿verdad? ¿Qué pasa con papá?
—Bueno, sí, también está ese tema —admitió su madre.
—Está en plena crisis nerviosa.
—Desde luego no está bien.
—No puede salir del dormitorio.
—En realidad, baja de vez en cuando —explicó su madre—. Para preparar té e ir al videoclub.
Katie dijo sin alzar la voz pero con tono firme:
—No puedes dejar a papá. En este momento, no. Mientras está así, no.
Katie nunca había defendido antes a su padre. Se sintió extrañamente noble y adulta, dejando a un lado sus prejuicios.
—No tengo previsto dejar a tu padre —repuso mamá—. Sólo quería… sólo quería contártelo —se inclinó y le agarró la mano a Katie unos instantes—. Gracias. Me siento mejor por haberme desahogado.
Permanecieron en silencio. La luz naranja parpadeó bajo los carbones de plástico y Katie oyó un distante disparo de Hollywood procedente del piso de arriba.
Mamá se levantó del sofá.
—Será mejor que vaya a ver si necesita algo.
Katie se quedó sentada unos minutos más mirando el grabado de caza del zorro en la pared del fondo. La tormenta sobre la colina. El perro asimétrico. El jinete caído que, según veía ahora, estaba a punto de ser aplastado por los cascos de los caballos que saltaban el seto tras él.
Lo había visto todos los días durante dieciocho años y en realidad no lo había mirado nunca.
Se sirvió otra copa de vino.
Lo aterrador era que fuesen tan parecidas. Ella y su madre. Dejando la cuestión de David aparte por el momento. Dejando la cuestión de Ray aparte por el momento.
Mamá estaba enamorada.
Repitió esas palabras en su cabeza y supo que debería sentirse conmovida. Pero ¿qué sentía? Sólo tristeza por el jinete caído cuya muerte inminente no había visto antes.
Estaba llorando.
Dios, echaba de menos a Ray.