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Jean llamó a Brian. Le dijo que George no se había encontrado muy bien y había vuelto a casa. Él preguntó si era algo serio. Ella le dijo que creía que no. Y Brian se quedó tan aliviado que no hizo más preguntas, algo que Jean agradeció muchísimo.

Llevaba las últimas cinco horas profundamente dormido en el sofá.

¿Era algo serio? No tenía ni idea de qué pensar.

Había aparecido a las nueve y media de la mañana con un tajo en la frente y el aspecto de haber dormido en una cuneta.

Jean asumió que le había ocurrido algo terrible. Pero la única explicación que ofrecía era que se había alojado en un hotel. Le preguntó por qué no la había llamado para que dejara de preocuparse, pero él se negaba a contestar. Era obvio que había estado bebiendo. Olía a alcohol. En ese momento Jean se enfadó bastante.

Entonces George dijo que se estaba muriendo y ella se dio cuenta de que no estaba bien.

Explicó que tenía cáncer. Sólo que no era cáncer. Era un eczema. Insistió en enseñarle una erupción en la cadera. De hecho Jean empezaba a preguntarse si no estaría volviéndose loco.

Ella quiso llamar al médico, pero George se opuso con firmeza a que hiciera nada por el estilo. Explicó que ya había acudido al médico. El médico no podía decirle nada más.

Jean llamó a Ottakar’s y a la oficina del colegio y dijo que faltaría al trabajo unos días.

Llamó a David desde el teléfono de arriba. Él escuchó toda la historia y comentó:

—A lo mejor no es tan raro. ¿Tú no piensas a veces en la muerte? ¿Esas noches en que te despiertas a las tres y no consigues volver a dormirte? Y jubilarse le provoca a uno cosas raras. Todo ese tiempo disponible de pronto…

George empezó a moverse más o menos a la hora del té. Le preparó un poco de leche con cacao y unas tostadas y pareció un poco más humano. Jean trató de hacerlo hablar, pero lo que dijo no tuvo más sentido que lo de esa mañana. Ella advirtió que le resultaba doloroso hablar del tema así que al cabo de un rato lo dejó estar.

Le dijo que se quedara donde estaba y le llevó sus libros y su música favoritos. Parecía cansado, sobre todo. Alrededor de una hora más tarde ya tenía la cena lista y la llevó a la salita para que pudiesen tomársela juntos sobre la mesita delante de la televisión. George se lo comió todo y pidió otra pastilla de codeína y vieron el programa sobre monos de David Attenborough.

El pánico de Jean empezó a remitir.

Fue como atrasar el reloj treinta años. Jamie con su fiebre glandular. Katie con el tobillo roto. Sopa de tomate y soldaditos de pan tostado. Viendo Crown Court juntos. El doctor Dolittle y Los robinsones suizos.

Al día siguiente George anunció que iba a retirarse al dormitorio. Se llevó el televisor arriba y se instaló en la cama, y para ser franca eso puso un poco triste a Jean.

Aparecía cada media hora o así para comprobar que estuviese bien, pero George parecía bastante autosuficiente. Que era una de las cosas que siempre había admirado en él. Nunca se quejaba de estar enfermo. Nunca pensaba que debiera ser el centro de atención. Tan sólo se batía en retirada a su cesta, como un perro pachucho, y se hacía un ovillo hasta estar listo para correr de nuevo en busca de un palo.

Para cuando anocheció George le dijo que estaría bien si lo dejaba solo, de manera que Jean se fue a la ciudad a la mañana siguiente y vendió libros durante cuatro horas y quedó con Ursula para comer. Empezó a contarle lo que pasaba, pero entonces se dio cuenta de que no podía explicárselo en realidad sin hablar del cáncer y el eczema y el miedo a morirse y el alcohol y el tajo en la cabeza, y no quería hacerlo parecer loco, de forma que dijo que había suspendido el viaje a Cornualles por culpa de un desagradable parásito de barriga, y Ursula le habló de los placeres de quedarse en Dublín con su hija y sus cuatro nietos mientras su marido el constructor destrozaba el cuarto de baño.