Jean se despertó a las nueve al oír sonar el teléfono. Bajó de un salto de la cama, corrió hasta el pasillo y lo descolgó.
—Jean. Soy yo —era David.
—Lo siento, pensaba que eras…
—¿Te encuentras bien? —preguntó David.
Así pues, le contó lo de George.
—Yo no me preocuparía —dijo David—. Ese hombre ha llevado un negocio. Si necesita ayuda sabrá cómo conseguirla. Si no se ha puesto en contacto contigo es porque no quiere preocuparte. Tiene que haber alguna explicación perfectamente racional.
Jean se dio cuenta de que tendría que haber llamado a David la noche anterior.
—Además —continuó él—, estás sola en la casa. Y cuando Mina y yo nos separamos no dormí bien en un mes. Mira, ¿por qué no te quedas aquí el domingo por la noche? Deja que cuide de ti.
—Gracias. Eso me gustaría mucho.
—No hace falta que me des las gracias —repuso David—. Por nada.