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Jamie pasó los días siguientes tambaleándose como un zombi y John D. Wood le quitó una mansión en Dartmouth Park por andar soñando despierto con Tony y compadeciéndose en lugar de hacerles la pelota a los ancianos propietarios.

El tercer día se convirtió en el hazmerreír de la oficina al hacer un perezoso cortar y pegar y anunciar un estudio en un tercer piso con una piscina en un enclave excelente.

En ese momento decidió salir adelante sin ayuda de nadie. Encontró un CD de The Clash en la guantera del coche, lo puso bien alto e hizo una lista mental de todas las cosas de Tony que lo ponían de los nervios (fumar en la cama, carencia de dotes culinarias, tirarse pedos sin vergüenza, los golpecitos con la cuchara, la capacidad de hablar durante media hora sobre las complejidades de instalar una ventana Velux…).

De vuelta en casa, partió ritualmente en dos el CD y lo tiró a la basura.

Si Tony quería volver que diera él el primer paso. Jamie no iba a arrastrarse. Iba a estar soltero. E iba a disfrutarlo.