35

George cogió un autobús hasta la ciudad y se registró en el hotel Cathedral.

Nunca le habían gustado los hoteles caros. Por las propinas, sobre todo. ¿A quién había que darle propina, en qué ocasiones, y de cuánto? La gente rica o lo sabía instintivamente o no le importaba un comino si ofendía a las clases bajas. La gente corriente como George no lo entendía bien y sin duda acababa con escupitajos en los huevos revueltos.

En esa ocasión, sin embargo, no sentía para nada esa insistente ansiedad. Estaba bajo los efectos del shock. Lo desagradable vendría después. Eso no lo dudaba. Pero, por el momento, era bastante reconfortante estar bajo los efectos del shock.

—Su tarjeta de crédito, señor.

George recogió la tarjeta y la metió en la cartera.

—Y la llave de su habitación —el recepcionista se volvió hacia un botones que esperaba—. John, ¿puede acompañar al señor Hall a su habitación?

—Creo que puedo encontrar el camino —dijo George.

—Tercer piso. Gire a la izquierda.

Una vez arriba, deshizo la mochila sobre la cama. Colgó las camisas, los jerséis y los pantalones en el armario y dejó la ropa interior doblada en el cajón de debajo. Sacó los objetos más pequeños y los dispuso con pulcritud sobre la mesa.

Orinó, se lavó las manos, se las secó con una toalla ridículamente esponjosa que volvió a colgar a lo ancho sobre el toallero caliente.

Estaba arreglándoselas muy bien dadas las circunstancias.

Sacó un vaso de plástico de su bolsita higiénica y lo llenó de whisky de una botellita del minibar. Sacó una bolsa de cacahuetes KP y consumió ambas cosas de pie ante la ventana contemplando la mezcolanza de tejados grises.

No podía ser más simple. Unos cuantos días en un hotel. Entonces alquilaría algo en algún sitio. Un piso en la ciudad, quizá, o una pequeña casa de pueblo.

Apuró el whisky y se metió seis cacahuetes más en la boca.

Después de eso su vida le pertenecería. Sería capaz de decidir qué hacer, a quién ver, cómo pasar el tiempo.

Mirándolo objetivamente, podía considerarse algo positivo.

Dobló la parte superior de la bolsa de cacahuetes a medio comer y la dejó sobre la mesa; luego lavó el vaso, lo secó utilizando uno de los pañuelos de papel cortesía del hotel y lo volvió a dejar junto al lavabo.

Las doce y cincuenta y dos.

Algo de almorzar y luego un paseo.