28

Jamie aspiró las alfombras y limpió el baño. Pensó por un momento en lavar las fundas de los cojines pero, a decir verdad, Tony no se daría cuenta si estuvieran cubiertas de barro.

La tarde siguiente cortó en seco la visita a los pisos de Creighton Avenue, llamó a la oficina para decir que estaría localizable en el móvil y luego se fue a casa pasando por Tesco.

Salmón y después fresas. Lo suficiente para demostrar que había hecho un esfuerzo pero no lo bastante para que se sintiera demasiado lleno para el sexo. Metió una botella de Pouilly Fumé en la nevera y puso un jarrón con tulipanes sobre la mesa del comedor.

Se sentía estúpido. Estaba nervioso por perder a Katie y no hacía nada por tratar de conservar a la persona más importante en su vida.

Él y Tony deberían vivir juntos. Debería encontrarse las luces encendidas y el sonido de una música familiar al llegar a casa. Debería quedarse en la cama los sábados por la mañana, oliendo a bacon y oyendo tintinear la vajilla a través de la pared.

Iba a llevar a Tony a la boda. Ya bastaba de gilipolleces sobre intolerancia provinciana. Era de sí mismo de quien tenía miedo. De envejecer. De tener que elegir. De comprometerse.

Sería espantoso. Por supuesto que sería espantoso. Pero no importaba lo que pensaran los vecinos. No importaba que mamá estuviera encima de Tony como si fuera un hijo perdido. No importaba que su padre se hiciera un verdadero lío con la distribución de dormitorios. No importaba que Tony insistiera en un lento besuqueo al son de Three Times a Lady de Lionel Richie.

Quería compartir su vida con Tony. Lo bueno y la mierda.

Inspiró profundamente y sintió, durante varios segundos, que estaba de pie pero no sobre el suelo de madera de pino de la cocina sino en algún desierto acantilado escocés, con el retumbar de las olas y el viento en el cabello. Noble. Más alto.

Subió a ducharse y sintió que los restos de algo sucio se limpiaban para acabar girando en el desagüe.

Estaba en plena crisis de selección de camisa cuando sonó el timbre. Se decidió por la de tela tejana de un naranja desvaído y corrió escaleras abajo.

Cuando abrió la puerta, lo primero que pensó fue que Tony había recibido malas noticias. Sobre su padre, quizá.

—¿Qué pasa?

Tony inspiró profundamente.

—Eh. Entra —dijo Jamie.

Tony no se movió.

—Tenemos que hablar.

—Entra y hablaremos.

Tony no quería entrar. Sugirió que caminaran hasta el parque al final de la calle. Jamie cogió las llaves.

Todo pasó junto al pequeño cubo rojo para la mierda de perro. Tony dijo:

—Se acabó.

—¿Qué?

—Lo nuestro. Se acabó.

—Pero…

—En realidad tú no quieres estar conmigo —explicó Tony.

—Sí que quiero —dijo Jamie.

—Vale. Quizá quieres estar conmigo. Pero no lo quieres lo suficiente. Esa estúpida boda. Me ha hecho comprender… Jesús, Jamie. ¿Es que no soy lo bastante bueno para tus padres? ¿O no soy bastante bueno para ti?

—Te quiero —¿por qué pasaba eso ahora? Era tan injusto, tan idiota.

Tony lo miró.

—Tú no sabes qué es el amor.

—Sí que lo sé —sonó parecido a Jacob.

La expresión de Tony no cambió.

—Querer a alguien significa asumir el riesgo de que puedan joderte esa vida perfectamente ordenada e insignificante que llevas. Y tú no quieres que te jodan tu vida perfectamente ordenada e insignificante, ¿no?

—¿Has conocido a otro?

—No estás escuchando una palabra de lo que te digo.

Jamie pensó que debería habérselo explicado. El salmón. La aspiradora. Las palabras estaban en su cabeza. Simplemente no consiguió hacerlas salir. Le dolía demasiado.

Y había algo enfermizo y consolador en la idea de volver a la casa solo, darles un manotazo a los tulipanes de la mesa y luego sentarse en el sofá para beberse él solo la botella de vino.

—Lo siento, Jamie. De verdad. Eres un buen tipo —Tony se metió las manos en los bolsillos para mostrar que no habría abrazo final—. Confío en que encuentres a alguien que te haga sentir así.

Se dio la vuelta y se alejó.

Jamie permaneció de pie en el parque varios minutos; luego volvió a su casa, tiró los tulipanes de la mesa de un manotazo, descorchó el vino, se lo llevó al sofá y lloró.