26

Katie tuvo una semana de mierda.

Los programas del festival llegaron el lunes y Patsy, que aún era incapaz de pronunciar programa, dejó a todo el mundo patidifuso al reconocer un hecho: que la foto de Terry Jones en la página siete era en realidad una foto de Terry Gilliam. Aidan le echó una buena bronca a Katie porque admitir que la había cagado no era una de las aptitudes que había aprendido en su máster de administración de empresas. Katie dimitió. Él se negó a aceptar su dimisión. Y Patsy se echó a llorar porque la gente estaba gritando.

Salió temprano para recoger a Jacob de la guardería y Jackie dijo que había mordido a otros dos niños. Se lo llevó a un lado y le echó un sermón por comportarse como el cocodrilo malo en A Kiss Like This. Pero Jacob no estaba para reproches ese día. De manera que Katie cortó por lo sano y se lo llevó a casa, donde le retuvo el yogur hasta que tuviera una conversación con ella sobre mordiscos, que generó la misma clase de frustración que sentía probablemente el doctor Benson cuando estudiaban a Kant en la universidad.

—Era mi tractor —dijo Jacob.

—En realidad es el tractor de todos —puntualizó Katie.

—Yo estaba jugando con él.

—Y Ben no debería habértelo quitado. Pero eso no te da derecho a morderlo.

—Estaba jugando con él.

—Si estás jugando con algo y alguien trata de quitártelo deberías gritar y decírselo a Jackie o Bella o Susie.

—Tú dijiste que no estaba bien gritar.

—Está bien gritar si estás muy, muy enfadado. Pero no te está permitido morder. O pegarle a alguien. Porque tú no quieres que los demás te muerdan o te peguen, ¿verdad?

—Ben muerde a la gente —dijo Jacob.

—Pero tú no quieres ser como Ben.

—¿Puedo tomarme ahora el yogur?

—No hasta que entiendas que morder a la gente es algo que está mal.

—Lo entiendo —repuso Jacob.

—Decir que lo entiendes no es lo mismo que entenderlo.

—Pero él ha intentado quitarme el tractor.

Ray intervino en ese momento e hizo la sugerencia técnicamente correcta de que no servía de nada abrazar a Jacob mientras lo estaba regañando, y Katie fue capaz de demostrar de inmediato una situación en que a una se le permitía gritarle a alguien si estaba muy, muy enfadada.

Ray permaneció exasperantemente tranquilo hasta que Jacob le dijo que no hiciera enfadar a mamá porque «Tú no eres mi papá de verdad», punto en el cual entró en la cocina y partió en dos la tabla del pan.

Jacob le dirigió a Katie una mirada de treinta y cinco años y le dijo con aspereza:

—Ahora voy a comerme mi yogur —y se fue entonces a tomárselo delante de Thomas el tren.

A la mañana siguiente Katie anuló la visita al dentista y se pasó el día libre llevándose a Jacob a la oficina, donde se comportó como un chimpancé demente mientras ella y Patsy introducían cinco mil erratas. Para cuando llegó la hora de comer el niño le había quitado la cadena a la bici de Aidan, había vaciado el archivo de un fichero y se había derramado chocolate caliente en los zapatos.

Cuando llegó el viernes, por primera vez en dos años se sintió genuinamente aliviada al llegar Graham para quitárselo de las manos durante cuarenta y ocho horas.

Ray se fue a jugar al fútbol sala el sábado por la mañana y Katie cometió el error de tratar de limpiar la casa. Estaba moviendo a pulso el sofá para llegar a la pelusa, la porquería y las partes de juguetes que había debajo cuando algo se le desgarró en la parte baja de la espalda. De pronto sintió un dolor tremendo y empezó a caminar como el mayordomo en una película de vampiros.

Ray calentó algo de cenar en el microondas y trataron de echar un polvo ortopédico y de bajo impacto pero por lo visto el ibuprofeno la había dejado entumecida en todos los sitios inútiles.

El domingo Katie se rindió y se retiró al sofá para mantener a raya la culpa por ser una madre desastrosa con vídeos de Cary Grant.

A las seis apareció Graham con Jacob.

Ray estaba en la ducha, de manera que los hizo pasar ella y se tambaleó de vuelta a la silla de la cocina.

Graham le preguntó qué le pasaba pero Jacob estaba demasiado ocupado contándole que lo habían pasado de maravilla en el Museo de Historia Natural.

—Y había… había esquelentos de elefantes y rinocerontes y… y… los dinosaurios eran dinosaurios fantasmas.

—Estaban pintando una de las salas —explicó Graham—. Todo estaba cubierto con sábanas.

—Y papi dijo que podía quedarme levantado hasta tarde. Y comimos… comimos… huevos. Y tostada. Y yo ayudé. Y conseguí un estegosaurio de chocolate. En el museo. Y había una ardilla muerta. En el jardín… de papi. Tenía gusanos. En los ojos.

Katie abrió los brazos.

—¿Vas a darle a tu mami un buen abrazo?

Pero Jacob estaba lanzado.

—Y… y… y hemos ido en un autobús de dos pisos y me he quedado con los billetes.

Graham se agachó.

—Espera un segundo, hombrecito; creo que tu mami se ha hecho daño —le puso un dedo a Jacob en los labios y se volvió hacia Katie—. ¿Estás bien?

—Me he cascado la espalda. Moviendo el sofá.

Graham miró a Jacob muy serio.

—Vas a ser bueno con tu mami, ¿de acuerdo? No vayas a hacerla correr por ahí. ¿Me lo prometes?

Jacob miró a Katie.

—¿No está cómoda tu espalda?

—No mucho. Pero un abrazo de mi monito me hará sentir mucho mejor.

Jacob no se movió.

Graham se incorporó.

—Bueno, se está haciendo tarde.

Jacob se echó a llorar.

—No quiero que papi se vaya.

Graham le revolvió el pelo.

—Lo siento, macho. Me temo que no puede evitarse.

—Vamos, Jacob —Katie volvió a abrir los brazos—. Déjame darte un achuchón.

Pero Jacob estaba en pleno proceso de llegar a un estado de auténtico desespero operístico, dando puñetazos al aire y patadas a la silla más cercana.

—No te vayas. No te vayas.

Graham trató de sujetarlo, aunque sólo fuera para que no se hiciese daño.

—Eh, eh…

Normalmente se habría marchado. Habían aprendido a las malas. Pero normalmente Katie habría tomado a Jacob en brazos y lo habría agarrado bien fuerte mientras Graham se batía en retirada.

Jacob pateó el suelo.

—Nadie… nadie me escucha… Yo quiero… Yo odio…

Al cabo de tres o cuatro minutos Ray apareció en el umbral con una toalla en torno a la cintura. A Katie ya no le importaba qué pudiese decir o cómo podía reaccionar Graham. Se dirigió hacia Jacob, se lo echó al hombro y desapareció.

No hubo tiempo para reaccionar. Tan sólo se quedaron mirando el umbral vacío y oyendo volverse más débiles los gritos a medida que Ray y Jacob subían las escaleras.

Graham se puso en pie. Katie pensó por un instante que iba a hacer algún comentario cáustico y no estuvo segura de poder soportarlo. Pero él dijo en cambio:

—Prepararé un poco de té —y fue lo más amable que le había dicho en mucho tiempo.

—Gracias.

Graham puso la tetera.

—Me estás mirando raro.

—La camisa. Es la que te regalé por Navidad.

—Sí. Mierda. Lo siento. No pretendía…

—No. No trataba de… —Katie estaba llorando.

—¿Te encuentras bien? —Graham tendió una mano para tocarla pero se contuvo.

—Estoy bien. Lo siento.

—¿Van bien las cosas? —quiso saber Graham.

—Vamos a casarnos —ahora Katie lloraba a moco tendido—. Oh, mierda. No debería estar…

Él le dio un pañuelo de papel.

—Es una noticia estupenda.

—Ya lo sé —se sonó ruidosamente la nariz—. ¿Y tú? ¿Qué tal te va?

—Oh, no hay mucho que contar.

—Cuéntame —pidió Katie.

—Estaba saliendo con alguien del trabajo —cogió el pañuelo empapado y le dio otro—. La cosa no funcionó. Quiero decir… era estupenda, pero… llevaba un gorro de natación para no mojarse el pelo en la bañera.

Sacó unas galletitas de higo y hablaron de cosas que no entrañaban riesgo. De que Ray había metido la pata con Jamie. De que la abuela de Graham hacía de modelo para un catálogo de prendas de punto.

Al cabo de diez minutos Graham se excusó. Katie se sintió triste. Eso la sorprendió, y él hizo una pausa lo bastante larga como para sugerir que sentía lo mismo. Hubo un breve instante durante el cual uno de los dos bien podría haber dicho algo inapropiado. Graham lo cortó en seco.

—Haz el favor de cuidarte, ¿vale? —la besó suavemente en la coronilla y se fue.

Katie permaneció sentada en silencio unos minutos más. Jacob había dejado de llorar. Se percató de que no había notado dolor mientras ella y Graham hablaban. Ahora había vuelto y con ganas. Se zampó otros dos ibuprofenos con un vaso de agua y se dirigió al piso de arriba arrastrando los pies. Estaban en la habitación de Jacob. Se detuvo en el exterior y asomó la cabeza por la puerta.

Jacob estaba tumbado en la cama, boca abajo, mirando la pared. Ray estaba sentado cerca de él, dándole palmaditas en el trasero y cantando «Doce botellas» en voz muy baja y desafinando totalmente.

Katie estaba llorando otra vez. Y no quería que Jacob la viera. O Ray, ya puestos. De manera que se dio la vuelta y se alejó en silencio de regreso a la cocina.