13

George se aplicó una dosis generosa de crema esteroide en el eczema, se puso la ropa de trabajo y se dirigió al piso inferior, donde chocó contra Jean que volvía cargada de Sainsbury’s.

—¿Qué tal ha ido el médico?

—Bien.

—¿Y? —preguntó Jean.

George decidió que era más simple mentir.

—Un golpe de calor, probablemente. Deshidratación. Por trabajar ahí fuera al sol sin un sombrero. Por no beber suficiente agua.

—Bueno, es un alivio.

—Y tanto —repuso George.

—He llamado a Jamie.

—¿Y?

—No estaba —dijo Jean—. Le he dejado un mensaje. Le he dicho que le mandaríamos una invitación. Y le he dicho que podía traerse a alguien si quería.

—Excelente.

Jean hizo una pausa.

—¿Te encuentras bien, George?

—Pues sí, la verdad —le dio un beso y salió al jardín.

Vertió el contenido de la gaveta en la minihormigonera, lo roció con agua y preparó un poco más de mortero para empezar a poner ladrillos. Un par de hileras más y podría pensar en poner el marco de la puerta en su sitio.

No tenía ningún problema con la homosexualidad en sí. Con que los hombres mantuvieran relaciones sexuales con otros hombres. Podías imaginar, si te dedicabas a imaginar esa clase de cosas, que había situaciones en las que podía ocurrir, situaciones en que a los tíos se les negaban las vías de escape normales. Campamentos militares. Largos viajes por mar. No hacía falta hacer hincapié en la fontanería, pero casi podía verse como una actividad deportiva. Un desahogo. Un levantarse el ánimo. Un apretón de manos y la ducha caliente de después.

Era pensar en hombres comprando muebles juntos lo que lo perturbaba. Hombres acurrucados. Le resultaba más desconcertante, de alguna manera, que unas travesuras en lavabos públicos. Le producía la desagradable sensación de que había un fallo en el tejido mismo del mundo. Era como ver a un hombre pegarle a una mujer en la calle. O no ser capaz de pronto de recordar el dormitorio que tenías de niño.

Aun así, las cosas cambiaban. Teléfonos móviles. Restaurantes thai. Tenías que ser flexible o te convertías en un fósil airado despotricando contra su camada. Además, Jamie era un joven sensato y si se traía a alguien sin duda sería otro joven bien sensato.

Sólo Dios sabía qué pensaría Ray al respecto.

Interesante. Así sería.

Puso otro ladrillo.

«Si no me equivoco», había dicho el doctor Barghoutian.

Sólo por cubrirse las espaldas, sin duda.