La comida fue bastante bien, hasta que llegaron a los postres.
Hubo un pequeño tropiezo cuando George se estaba cambiando la ropa de trabajo. Estaba a punto de quitarse la camisa y los pantalones cuando recordó qué ocultaban, y sintió esa tremenda impresión que te llevas en una película de terror cuando la puerta de espejo del armario se cierra para revelar al zombi con la guadaña de pie detrás del héroe.
Apagó las luces, bajó las persianas y se duchó a oscuras cantando «Jerusalén».
Como resultado, bajó sintiéndose no sólo limpio sino orgulloso de haber reaccionado con tanta rapidez y eficacia. Cuando llegó al comedor había vino y conversación y Jacob fingía ser un helicóptero, y George fue finalmente capaz de relajarse un poco.
Su temor de que Jean, siendo como era, hiciera algún comentario bienintencionado pero inapropiado y Katie, siendo como era, mordiera el anzuelo y las dos acabaran peleándose como gatos resultó infundado. Katie habló sobre Barcelona (estaba en España, por supuesto, ahora se acordaba), Ray elogió la comida («Una sopa riquísima, señora Hall») y Jacob hizo una pista con los cubiertos para que su autobús pudiese despegar y se enfadó bastante cuando George le dijo que los autobuses no volaban.
Estaban dando cuenta del pastel de moras, sin embargo, cuando la lesión empezó a picarle como si fuera pie de atleta. La palabra tumor apareció en su mente y era una palabra fea que no quiso estar considerando, pero fue incapaz de quitársela de la cabeza.
Lo sintió crecer allí sentado a la mesa, demasiado despacio quizá para verse a simple vista, pero creciendo de todas formas, como el moho del pan que tenía de niño en un tarro de mermelada en el alféizar de la ventana de su dormitorio.
Estaban discutiendo los detalles de la boda: servicios de comidas, fotógrafos, invitaciones… George consiguió entender esa parte de la conversación. Entonces empezaron a hablar de si reservar en un hotel (la opción que preferían Katie y Ray) o alquilar una carpa para el jardín (la opción favorita de Jacob, a quien lo excitaba mucho el concepto de una tienda entera). En ese punto George empezó a perderse.
Katie se volvió hacia él y le preguntó algo del estilo de «¿Cuándo estará acabado el estudio?», pero bien podía haber estado hablando en húngaro. George vio moverse su boca pero fue incapaz de procesar el ruido que salía de ella.
El acelerador se estaba pisando hasta el fondo en su cabeza. El motor rugía, las ruedas giraban y de los neumáticos salía humo, pero no iba a ninguna parte.
No supo muy bien qué pasó entonces, pero no fue elegante, implicó daños a la vajilla y acabó con él saliendo velozmente por la puerta de atrás.