Epílogo

Miércoles 11 de febrero

El ruinoso camión reciclado, que antiguamente pertenecía al servicio postal, gemía y traqueteaba, pero el motor seguía andando. Trepó por una pendiente luego de haber vadeado un arroyo pequeño.

—Dios santo, este arroyo nunca ha estado tan hondo como ahora —comentó Bart Winslow. Junto con Willy Brown, su socio, recorrían un solitario camino de campo tratando de volver a la ruta principal luego de haber recogido un cerdo muerto. Puesto que había llovido durante casi dos días, el camino estaba mojado, y los baches, llenos de barro.

—Estaba pensando —dijo Bart, luego de escupir tabaco por su ventanilla. A Benton Oakly no le va a durar mucho la granja si sus vacas siguen enfermándose de diarrea, como esta que retiramos antes del cerdo.

—Lo mismo digo. Pero me parece que esta no está tan enferma como la vaca de hace un mes. ¿Te parece que la llevemos al matadero igual que a la otra?

—Podría ser. Lo que pasa es que tenemos que ir más lejos, hasta el matadero VNB, de Loudersville.

—Sí, ya sé —dijo Bart—. Esa periodista de la televisión consiguió hacer cerrar Higgins y Hancock durante dos semanas para que se haga una investigación.

—La ventaja es que VNB es mucho menos exigente que Higgins y Hancock. ¿Te acuerdas de aquella vez que les vendimos esas dos vacas más muertas que un pavo de Navidad recién sacado del horno?

—Sí, por supuesto. ¿Cuándo calculas que reabrirá Higgins y Hancock?

—Dicen que el lunes que viene, porque no encontraron nada más que unos cuantos inmigrantes ilegales.

—Entiendo —dijo Willy—. ¿Entonces qué hacemos con esta vaca?

—Decidámonos. Es preferible recibir cincuenta dólares que veinticinco.