25.

No habían llegado más postales. La de diciembre había sido la última. Ninguna noticia desde entonces. Habían pasado dos meses, y ni la menor señal. Había llegado febrero de nuevo y su hijo había vuelto a olvidar su cumpleaños. Era el segundo año seguido.

El padre estaba tan triste: ¿por qué Paul-Émile no le había enviado una postal por su cumpleaños? Una hermosa vista de Ginebra, aunque fuese sin texto, solo la postal. Hubiese bastado para aplacar esa sensación de soledad y de angustia. Sin duda a su hijo le faltaba tiempo; el banco le daba mucho trabajo, seguramente estaba inmerso en un mar de responsabilidades. Su hijo era alguien importante, y quizás tenía ya firma. Y además, estaba la guerra. Salvo en Suiza. Pero los suizos eran gente muy ocupada, y su hijo, desbordado, no había visto pasar las semanas.

Sin embargo, el padre no conseguía quedarse tranquilo. ¿Acaso hasta el mayor de los banqueros no tenía una pizca de tiempo para enviarle una postal por su cumpleaños a su padre?

Releía sin cesar sus dos tesoros. Nada indicaba que su hijo estuviese enfadado con él. Entonces, ¿por qué no había más cartas? Cada día de espera le marchitaba un poco más. ¿Por qué su hijo había dejado de quererle?