CAROLINA Y SIMONA
MIGUEL Aristy, que había sabido por la carta de Lacy qué clase de mujeres eran las dos a quienes tenía su madre alquilado el Chalet de las Hiedras, quiso cerciorarse y enterarse con mayores detalles y fue a Bayona. Se presentó en la fonda de Iturri a ver a Lacy, y este le llevó al italiano empleado en la subprefectura.
El italiano no conocía en detalles la vida de las dos damas que vivían en Ustaritz; únicamente sabía lo que había dicho ya, e indicó que el jefe de la policía de Bayona podría dar una información más completa.
El jefe de la policía de Bayona, el señor Fouquier, había llegado a la ciudad después de la Revolución de julio y no estaba enterado de los hechos anteriores a la época de su cargo.
El señor Fouquier le dio a Miguel un buen consejo. «Vea usted a Masson —le dijo—, que ha sido el jefe anterior a mí. Masson le cobrará a usted la consulta, pero le dará datos».
El señor Masson vivía en una casita de campo a orillas del Adour, cultivando su huerta y sus frutales. Miguel Aristy lo encontró con una blusa azul larga y un sombrero de paja, podando frutales. Miguel Aristy le explicó un caso fingido, le dijo que un amigo suyo estaba enamorado de una tal Simona que vivía en Ustaritz con una señora llamada Carolina, y que él, desconfiando de ellas, había tomado informes y que los informes eran malos.
El señor Masson era un hombre de una cara reluciente y carnosa, de color cetrino, los ojos chiquitos y brillantes, el pelo rizado y la cara picada de viruelas. Había sido militar durante el Imperio y un explotador de su cargo de policía en tiempo de la Restauración.
Masson escuchó las explicaciones de Aristy, y comenzó a reír con una risa sarcástica.
—¿De manera que la Carolina y la Simona hacen tan bien su papel de grandes damas que se las tiene por condesas auténticas? Ja…, ja…, ja… ¿Y hay un hidalguillo de Ustaritz enamorado de una de ellas?… Ja…, ja…, ja… Es delicioso. Sí, son buenas cómicas.
—¿De modo que son unas aventureras? —preguntó Miguel.
—¿Aventureras?… Dos prostitutas… Voy a ver sus fichas.
Masson cogió un legajo y lo desató.
—Vamos a ver la Carolina —dijo, y leyó luego—: Carolina Michu ha nacido en París, de familia obrera. Se casó en 1805 con un oficinista que era alcohólico completo. Cansada de su casa se marchó de ella con un amigo del marido. Después tuvo varios amantes, militares y empleados, y ya vieja se enredó con uno de la policía y se fue a Madrid. Allí se relacionó con la antigua querida del ministro Macanaz, que vendía empleos. Se dedicó a negocios ilícitos de toda clase e intrigó a favor del general Bessières. A consecuencia de esto fue expulsada de España y vino a Bayona empleada en la policía francesa y a sueldo de Calomarde para espiar a los liberales españoles. La Carolina Michu se hace pasar por la condesa de Vejer; dice que su marido, el conde, murió de oidor en el Perú. Carolina en Bayona es muy religiosa, va a todas las fiestas de iglesia y tiene una reunión a la que suelen ir el abate Miñano y otros tipos igualmente sospechosos.
—¡Buena pieza! —exclamó Aristy.
—Sí, recomendable para la dirección de un colegio de señoritas. Vamos a ver la otra. Aquí está: Simona Busquet ha nacido en Perpiñán. Hija de padre desconocido. A los diecisiete años tuvo un amante de buena posición y quedó embarazada. Simona se presentó a los padres del amante, dándose de víctima, e hizo que le entregaran dinero para la educación del niño, y se fue a París. Aquí dejó el niño en la Maternidad y vivió hoy con uno y mañana con otro. Es mujer áspera, sensual y de mal carácter. Sus amantes le cansan en seguida, y ella cansa a sus amantes con su genio violento. Un viejo, rico comerciante de Burdeos, le instaló en una casa de los alrededores de la ciudad; pero ella, harta de esta vida, sacó dinero al viejo con amenazas y se fue a Madrid, donde conoció a la Carolina. Ha tenido relaciones íntimas con el señor Regato, que es ahora agente del rey de España para hacer jugadas de Bolsa.
Estos eran los antecedentes de aquellas dos mujeres que tenían fama en Ustaritz de aristócratas y de piadosas.
Miguel Aristy pagó la consulta al señor Masson y se fue pensando que su madre se haría cruces al saber la clase de gente que eran las damas del Chalet de las Hiedras.
Madama Aristy oyó la relación que le contó su hijo con marcado disgusto.
—¿Qué habrá que hacer? —preguntó ella.
—Tendremos que echarlas —dijo Miguel.
—Sí, pero es un escándalo y no conviene. ¡Si la gente se entera! Habrá que buscar una ocasión.
Miguel notó que su madre se hallaba muy preocupada con este asunto.
Una mañana que estaba Miguel pescando vio que Ichteben iba con una carta al Chalet de las Hiedras y que volvía al cabo de media hora a Gastizar con otra carta en la mano.
Al entrar en el portal, Aristy vio dos o tres pedacitos de papel rotos, sin duda de la carta de las damas del chalet. Los cogió por curiosidad. En un trozo ponía: «No se atreverá usted a echarnos…»; en el otro: «la mujer de un regicida…».
«¡Qué novela habrán inventado estas mujeres!», pensó Miguel.
Pasaron unos días. Las damas del Chalet de las Hiedras no parecían dispuestas a marcharse.
—¿No se van esas mujeres? —preguntó Miguel a su madre.
—Me han pedido un plazo y habrá que esperar.