LAS ESTELAS SENTIMENTALES
MUCHOS de aquellos hombres sin haber repensado teoría alguna política o social, tenían no sólo la certidumbre de su realidad, sino el dogmatismo, el fanatismo y hasta la sed de martirio. ¿Quién podrá afirmar con más fuerza una cosa que el que no la comprende?
Estos hombres se dejaban llevar por la corriente sentimental del momento y eran capaces de hacer por ella el sacrificio de su vida.
En nuestro tiempo, más que en ningún otro, después de la Reforma y de la Revolución se da el caso de los pueblos y de los individuos que viven con un sentimentalismo distinto y a veces antagónico a sus ideas.
Las generaciones han ido moldeando nuestros instintos, lo consciente y lo inconsciente, les han dado una forma, un sentido; pero en este conglomerado de nuestra personalidad, la inteligencia se ha separado de sus viejos compañeros y ha comenzado a marchar sola.
Así, nuestra época ha dado, más que ninguna otra, santos sin ideas religiosas, ateos místicos, mujeres honradas con alma de cortesanas, y cortesanas con aspiraciones de monja.
Ante esta disociación de su personalidad, el hombre, que antes que nada quiere creer y poner un pie firme sobre la tierra, mira a su alrededor y cuando encuentra una ruta la va siguiendo.
Sus antepasados no escogían, se dejaban llevar, los hombres actuales escogen, de ahí su desgracia.
Unos escogen ciega y brutalmente —la mejor manera de escoger—; otros miran y remiran a derecha e izquierda, quieren pesar el pro y el contra: ¡los ilusos!
Y cuando se deciden van como los demás, a ciegas, y siguen la estela que dejaron las grandes corrientes sentimentales pasadas.
En todas las esferas de la actividad humana, en la religión y en la política, en la literatura y en el arte quedan estas estelas sentimentales durante largas épocas históricas.
¡Cuántos espíritus religiosos, cuya vida ha sido una serie de esfuerzos heroicos para creer en el dogma que no creyeron, han marchado de desilusión en desilusión, sugestionados por esa mágica estela! ¡Cuántos grandes revolucionarios marcharon adelante con un ademán gallardo enardeciendo a las masas, llevando el convencimiento íntimo de que dentro de sus ideas no había nada!
¡Cuántos millones de soldados muertos sabían únicamente que su patria era la que llevaba la bandera roja, la blanca o la azul, la que tenía este himno y nada más! Y, sin embargo, han ido arrastrados por la corriente sentimental y han hecho ante el caos ciego el sacrificio de la vida.
En todas las esferas de la actividad humana, en la religión y en la política, en la literatura y en el arte quedan estas estelas sentimentales. Todos los grandes hechos de la historia, todas las grandes corrientes han pasado por la inteligencia y por la sensibilidad de los pueblos dejando una estela.
Ahora, al notar esa estela que queda en el mar de las ideas; que es la nuestra, la que hemos escogido, quisiéramos avanzar por ella rápidamente y llegar a su más puro origen. Ya es tarde, el barco ha pasado para siempre y ya no volveremos a divisar sus velas.
Los astrónomos nos han hablado de que la distancia de algunos astros es tan grande, que su luz tarda en llegar a la tierra cincuenta, sesenta, ochenta años. Así puede muy bien suceder que una estrella haya desaparecido o se haya desplazado, y, sin embargo, nosotros la sigamos viendo en el cielo de las noches espléndidas.
¡Qué triste, qué melancólico resulta pensar que una de esas estrellas que parece que nos guía y nos contempla puede no existir ya, y, sin embargo, estarla viendo!
Así en la vida moral y en la sentimental cabe sospechar el carácter mítico de las ideas y de los dioses, y seguir en la corriente que produjeron ellos cuando todavía eran dioses e ideas.