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UN SOLITARIO

ADEMÁS de Garat, de Choribide y de Cucú el Rojo, había otro representante de la Revolución en un guarda del bosque de Ustaritz que vivía completamente aislado en una cabaña rodeada de robles. Llamaban a este solitario el tío Juan.

El tío Juan era hombre de unos sesenta años, todavía fuerte, calvo, con la cara inteligente y llena de arrugas y los ojos brillantes. Solía vérsele rara vez en el pueblo; iba vestido con una casaca de color castaña, con cuello de terciopelo, medias de lana blanca y zapatones.

Los que le conocían aseguraban que el tío Juan tenía un entusiasmo fanático por la Revolución, un entusiasmo que huía del análisis y que prefería en los hombres el odio a sus ideas que la aceptación de ellas a medias.

Al parecer, el tío Juan era de esos hombres que quieren cuadricular la vida y someterla a una norma lógica y fiera.

El tío Juan tenía el espíritu del fanático que se da lo mismo en las ideas religiosas que en las humanitarias. Él no podía aceptar lo irregular, lo laxo, no podía comprender que las sociedades necesitan un margen de benevolencia y de inmoralidad que es muchas veces el refugio de la libertad y del buen sentido.

Durante la Restauración, la policía vigiló varias veces al tío Juan. Se aseguraba que había sido uno de los más feroces jacobinos de Burdeos y que había estado en Cayena con Collot d’Herbois y Billaud Varennes, pues habló una vez del ex cómico Collot que bebía el ron como si fuera agua, y del excongregacionista Billaud que mataba su aburrimiento en la deportación domesticando loros.

Acogido a un indulto y vuelto a Francia, el tío Juan había sido protegido por Basterreche en Bayona, pero deseando vivir en el campo y en la soledad se dirigió a Garat y por influencia de este le hicieron guardabosque.

Se decía que Garat le puso como condición para estar en Ustaritz el que no se hablara de él.

El guardabosque lo prometió y cumplió su promesa. No tenía amistad ni relaciones con nadie, y si alguna vez le excitaban a discutir lo rehuía.

El mismo cuidado del tío Juan de no ser advertido hizo en ciertas épocas de la Restauración el que la policía le siguiera los pasos y el pueblo se fijara en él.

Se decía que Alí, el asistente de Víctor Darracq, iba con frecuencia a visitarle a su cabaña del bosque y que el solitario se comunicaba con Garat. Se decía también que algunas veces se habían encontrado de noche a un jinete que se apeaba cerca de Gastizar y que este jinete era el guardabosque.