VII

RETRATOS DE FAMILIA

LA familia de Aristy estaba formada en Ustaritz por la madre y sus dos hijos, Miguel y León. Madama Aristy tenía también una hija casada con un rico propietario de Bayona.

El marido de madama Aristy no había sido conocido en Ustaritz ni vivido en Gastizar. Se decía de él que era un gascón que en tiempo del Terror tomó parte en las jornadas revolucionarias, y que después, deportado a Cayena, desapareció.

Madama Aristy era una señora de más de sesenta años, mujer enérgica, autoritaria y despótica; creía que todo el mundo tenía que pensar como ella, y no aceptaba otras opiniones. En su casa mandaba como un coronel.

Madame de Aristy era la severidad más completa; pensaba que todo lo que hacía lo hacía bien y que discurría con una cordura sin ejemplo.

Se creía el prototipo del buen sentido; pensaba que cuando a ella se le había ocurrido una cosa, el mundo entero debía aceptarla casi como un descubrimiento científico.

A veces levantaba la voz cuando se discutía algo, como diciendo: No admito la posibilidad de que nadie me contradiga.

Madama de Aristy estaba muy en desacuerdo en ideas con su hijo. Ella era aristócrata, él un demagogo.

A pesar de esto, la señora de Aristy trataba a Miguel de potencia a potencia, porque este era el que dirigía en Gastizar las siembras, las podas, las demás labores campestres, y ella creía que en tales asuntos entendía mucho.

Miguel era un caballero de cuarenta años, solterón, escéptico, que estaba dispuesto a vivir oscuramente en Ustaritz cultivando sus tierras sin ambiciones ni cuidados. Su madre le había querido casar con la señorita Angelina Girodot, la hija de un notario de Bayona, una señorita de alguna edad, rica y poco agraciada; pero Miguel dijo:

—No, no; prefiero no casarme. Estoy tan convencido de mis imperfecciones, que no me decido a buscar una compañera.

Algunos aseguraban que estaba enamorado de Alicia Belsunce, su prima, que podía ser hija suya; pero si lo estaba no se le notaba gran cosa.

Miguel era una buena persona; inteligente, amable, muy comprensivo; había pasado los cuarenta años y llegado a un período en que, por escepticismo, no quería colocarse en ninguna cuestión en primera fila.

—Antes me dolía un poco no ser nada —solía decir—. Ahora, no. Me siento hermano de la glicina de Gastizar, me he enredado aquí, en estas piedras viejas, y aquí estoy viviendo como una col.

Aquella vida de campo, inmóvil, sin estímulo para la ambición que a muchos embrutece, a él le había convertido en un filósofo.

Miguel se consolaba leyendo y tocando el violonchelo. Se recordaba que una vez una señora de Bayona, que había venido a Gastizar con su hija con un plan matrimonial, al ver a Miguel poco admirado ante las gracias de la niña y más bien distraído y aburrido, había dicho a madama de Aristy en un momento de mal humor: señora, su hijo de usted es un idiota. Este recuerdo regocijaba a Miguel y le hacía reír con malicia. Miguel reconocía ingenuamente sus defectos; pero con la misma ingenuidad aseguraba que no tenía el menor deseo de corregirlos.

El caballero de Larresore reprochaba a Miguel lo poco que se cuidaba de la sociedad.

—Te abandonas, Miguel —le decía—; estás hecho un rústico.

—¡Pche! ¿Para qué preocuparse de la sociedad? —exclamaba él—; con la gente casi siempre sale uno perdiendo. Si a fuerza de molestias y preocupaciones llega uno a saber una cosa y la comunica a los demás, le contestan con un lugar común.

—La sociedad no puede estar regida por un libro de cuentas —decía Larresore, que era un hombre que nunca había dado nada a nadie.

—Sí, es cierto —contestaba Miguel sonriendo, porque tenía la idea de que su tío era uno de los hombres más egoístas del mundo—; pero no es cosa de perder siempre.

El segundo hijo de madama Aristy, León, estaba casado con Dolores, la hija de Malpica. León era pintor y se hallaba por entonces en París.

Su matrimonio, su profesión y su estancia en París se había llevado a cabo en contra de la voluntad de su madre.

Al ir a vivir a Bayona la mujer de Malpica y su hija, esta en aquella época una muchachita de catorce a quince años, había impulsado al coronel, su padre, a que se instalase cerca de ella, y Malpica fue a parar a casa de un guardabosque de Ustaritz conocido por el tío Juan, viejo revolucionario recomendado por Garat y que vivía allí olvidado.

Dolores iba siempre que podía a visitar a su padre. La mujer del coronel Malpica sabía que su marido estaba oculto en Ustaritz y que su hija le veía con frecuencia.

En uno de estos viajes Dolores conoció a León de Aristy, joven pintor, que se había hecho amigo de Malpica en sus excursiones de paisajista.

León habló varias veces a Dolores, y a poco de conocerla la hizo una fogosa declaración de amor.

Dolores era una mujer afectuosa, tierna, muy religiosa y de no mucha energía, que tenía siempre las lágrimas a punto.

León, muy romántico en sus ideas, era de un egoísmo perfecto; no pensaba más que en sí mismo y se preocupaba poco de la convivencia de los demás.

León riñó con su madre para casarse con Dolores; fueron los casados a vivir a Chimista, y al año Dolores tuvo un niño.

El coronel Malpica al ver a su nietecillo se sintió emocionado y se trasladó también a Chimista. Él trabajaría en la huerta para no ser gravoso a nadie, dijo.

El matrimonio hubiera podido ser feliz; pero pronto León se cansó del sosiego de la casita campestre y de los paisajes de los contornos, y decidió ir a pasar temporadas a París. Todos los años hacía un viaje a la capital, cada vez más largo, y volvía huraño y fosco lamentándose de que no se le considerase, creyéndose siempre postergado por las intrigas de los demás artistas.

Dolores no sabía qué hacer para contentar a su marido; el pintor era un hombre vanidoso y de poco carácter; había vivido dominado por la energía de su madre, y al dirigir él su vida se encontraba perdido.

Dolores era una mujer poco enérgica, pero buena y resignada. No comprendía lo que le pasaba a su marido. Veía que vivía con el espíritu en otra parte. Ella se consolaba jugando con sus hijos, arreglando sus flores. Iba también con frecuencia a ver a su madre a Bayona, y dejaba sus hijos al cuidado de una vecina recién casada a quien llamaban Fanchon.

Dolores tenía amor por su padre y lo comprendía, a pesar de la tosquedad y la rigidez del coronel. Malpica trabajaba por ella y la proporcionaba todas las comodidades posibles, fingiendo siempre estar malhumorado. Para el viejo militar, las mujeres eran como niños caprichosos que había que vigilar y atender.

Respecto a Julia de Aristy, la hermana de León y Miguel, casada con un propietario rico de Bayona, intentaba convencer a sus hermanos de que debían salir de aquel rincón de Ustaritz.

León estaba camino de hacerlo, no así su madre ni su hermano mayor. Ambos vivían entusiasmados en Gastizar.

Esta casa la había comprado el abuelo materno de madama de Aristy, que era un bearnés, en tiempo de la Revolución. No se sabía de quién era primitivamente ni se conocía su historia; únicamente quedaba el nombre de Gastizar, que en vascuence quiere decir castillo viejo.

Madama de Aristy y sus hijos habían ido a vivir a Gastizar al finalizar el Imperio.

El propietario anterior debía de haber sido hombre de cierta fantasía.

En un extremo de la huerta había pretendido instalar un jardín con plantas tropicales, tentativa que indicaba en él un entusiasmo por la Botánica, puesto en boga por Juan Jacobo Rousseau y por Bernardino de Saint Pierre. En medio del jardín tropical había un chalet rústico oculto entre árboles. Este chalet rústico, al que llamaban el Chalet de las Hiedras porque se hallaba tapizado y cubierto por ellas, estaba alquilado a dos señoras españolas.

Madama de Aristy al ocupar la casa mandó quitar las plantaciones tropicales y dejó los campos al modo del país.

Hubiera derribado el Chalet de las Hiedras, pero su hijo León lo quería para estudio y lo respetó. Durante todo el año madama Aristy y su hijo mayor vivían en Ustaritz. Algunas veces solían ir a Bayona, y el rigor del verano pasaban algunos días en Biarritz. Tenían un landó para sus viajes, y Miguel solía usar un tílburi que él mismo dirigía.

Madama de Aristy era de estas personas que trabajan y hacen trabajar a los demás sin descanso.

Tenía a sus órdenes dos criadas, un muchacho y un hortelano.

Además de las dos criadas había un ama de llaves, algo pariente de madama Aristy, que era una solterona fea, desgarbada y torpe. Se llamaba Benedicta. La Benedicta siempre estaba distraída y hacía las cosas mal, pero si la reñían las hacía peor.

«Dejadla —decía Miguel—, no la riñáis.»

Madama de Aristy no podía dejar el placer de refunfuñar y de echar largos discursos agrios a Benedicta. Las señoritas de Belsunce solían ir acompañadas de una doncella.

Un elemento importante de Gastizar era el criado y hortelano Ichteben, un tipo curioso; Ichteben tenía muchas ocupaciones, pero ninguna cumplía bien; poseía una nariz como un pico, roja, una expresión suspicaz; llevaba pantalones azules, blusa negra y un chaleco de Bayona en invierno como en verano.

Ichteben hacía lo que le encargaban bastante mal y además era un poco borracho, pero tenía una fidelidad a Gastizar a toda prueba.

Madama de Aristy decía muchas veces que lo iba a despachar, pero esto parecía tan difícil como cambiar el orden de los planetas.

Ichteben era muy malicioso, muy ladino; únicamente Miguel le inspiraba confianza para contarle sus cuitas. Miguel le escuchaba muy serio y después celebraba a carcajadas su malicia.