USTARITZ Y SU GRANDE HOMBRE
USTARITZ es una aldea vasco-francesa que está a dos leguas o dos leguas y media de Bayona en la orilla izquierda del Nive. Es uno de esos pueblos cuyo caserío esparcido por el campo y agrupado en barrios tiene una gran extensión.
Los barrios de Ustaritz, muy lejanos unos de otros, llevan los nombres de Arrauntz, Eroritz, Erribere y Purgonia, de estos grupos de casas, el de Erribere, el pueblo bajo, núcleo principal de la villa, conservó hasta la Revolución ciertas prerrogativas.
Entre dos de estas barriadas, que ofrecen a las miradas del viajero casas muy típicas de aire vasco, está la iglesia moderna y sin carácter.
Ustaritz se encuentra rodeado de robledales. Según algunos sabios del lugar, su nombre significa en vasco círculo de robles.
Ustaritz es un pueblo de horizonte despejado y de hermosas vistas. Desde los altos se divisa al Sur, el monte Larrun, a la derecha, y el pico de Mondarrain a la izquierda; hacia el Norte se extiende la gran llanura francesa hasta que se pierde de vista. Las cercanías de Ustaritz son frondosas; colinas verdes con prados y bosques.
Ustaritz forma parte de la antigua comarca vasca llamada Labourd. Toda la tierra que lleva este nombre es poética, soñolienta, soleada. El río Nive la cruza de un extremo a otro.
El Nive es un río de rápida corriente, con cascadas y presas que mueven los molinos en la parte alta, y muy lento en su parte baja.
Mientras cruza la comarca de Suberoa es un río claro, alegre, saltarín, lleno de espumas; un riachuelo vasco, pequeño y alborotador, que corre por entre desfiladeros y gargantas poblados de hayas y de robles.
En su parte baja, al entrar en Labourd, sobre todo después de Ustaritz, el Nive es profundo, oscuro, verde; espejo inmóvil donde se reflejan los árboles de las orillas y por donde se deslizan las barcas planas que en el país llaman txalantas.
Todo el estrépito de este río cuando es niño y navarro, se convierte en silencio y modestia al hacerse labortano y adulto. Entonces se esconde como avergonzado entre las colinas pobladas de árboles, pasa sin ruidos y sin espumas por debajo de los puentes y marcha a reunirse con repugnancia en Bayona con el Adour, que es un río lento y turbio que viene de pueblos de lengua de oc, pueblos encalados y rodeados de tierras blancas y arenosas.
Ustaritz era antiguamente la capital administrativa del Labourd y celebraba una asamblea todos los años casi tan famosa en el país vasco como la de Guernica. Esta asamblea, el Biltzar donde se reunían los viejos labortanos para resolver los asuntos de la comarca, se congregaba en el bosque de Haitzea sobre una eminencia poblada de robles a la que se llamaba Kapitolioerri (‘lugar del Capitolio’).
En 1830 Ustaritz estaba en decadencia; muchas de sus casas se hallaban en ruinas; su pequeña industria no progresaba. Ya no se celebraba el Biltzar como en los buenos tiempos; ya los sabios del país no acudían al bosque de Haitzea.
Ustaritz había perdido su capitalidad administrativa, y las tres comarcas vasco-francesas: el Labourd, la Basse-Navarre y Suberoa no formaban un departamento como habían pedido los Garat y otros regionalistas del país al gobierno revolucionario.
Los vascos de Francia entraban en el mismo montón que los bearneses y gascones, cosa que desagradaba profundamente a Garat el menor, vascófilo impenitente, a pesar de llamarse a sí mismo ciudadano del mundo.
Muchos de estos regionalistas vasco-franceses hubieran querido llegar a una aproximación con los españoles y formar una confederación vasca para defenderse de la presión niveladora de París y conservar el espíritu de la región; pero no encontraban, ni entonces ni después, colaboradores en los vascos españoles, tercos y cerrados para todo cuanto no fuera un estúpido absolutismo y un más estúpido fanatismo religioso. Por otra parte, la política natural de las grandes nacionalidades tenía que separar a los vascos de un lado y otro del Pirineo, cortando poco a poco las fibras sentimentales comunes. En esta época de decadencia de Ustaritz quedaban en el pueblo dos curiosidades: la casa del convencional Domingo José Garat, que todavía vivía en Urdains y la veleta misteriosa de Gastizar.
Urdains estaba cerca del barrio de Arrauntz y de la colina de Santa Bárbara, desde donde se divisaba un magnífico panorama; Gastizar se hallaba dentro de Erribere.
Entre Garat y la veleta de Gastizar había grande semejanza. Los dos eran ornamentales, los dos versátiles; pero Garat había cambiado con los vientos reinantes mejor que la veleta de Gastizar, que se hallaba desde hacía tiempo enmohecida. Garat se movía también a impulsos de la bondad y del reconocimiento.
Los Garat habían tenido el sino de figurar en el mundo.
Garat el mayor había sido diputado en los Estados generales durante la Revolución; Garat el menor, el célebre, fue ministro en plena efervescencia revolucionaria, y otro hermano más joven había sido uno de los tenores de más fama de la época.
Las mujeres de la familia también se habían distinguido, y la hermana de Garat, superiora del convento de la Visitación, de Bayona, llamaba la atención por su inteligencia y por su belleza extraordinaria.
Garat, el tenor, alcanzó el máximo de su popularidad en tiempo del Directorio; había dado antes lecciones de canto a la reina María Antonieta; fue el ídolo de los salones, y puso en boga en París una canción vasca que comenzaba así:
Mendian zoin eder
Eper zango gorri.
(‘¡Qué bonita es la perdiz de patas rojas en el monte!’).
Domingo Garat, el mejor, hombre débil, brillante y versátil, había pasado por los momentos más terribles de la Revolución francesa, intentando dejar una amable sonrisa allí donde los demás dejaban una mueca de furor y de amenaza.
No le valió su amabilidad, y en los momentos trágicos tomó un carácter sombrío. Estuvo también preso y a punto de ser guillotinado. Garat cumplió la triste misión, siendo ministro de Justicia, de comunicar a Luis XVI su sentencia de muerte.
El sino del vasco Garat fue parecido al del bearnés Barere de Vieuzac; las circunstancias hicieron de estos ruiseñores meridionales tipos odiosos y odiados por la mayoría.
Los periodistas monárquicos que redactaban el periódico Las Actas de los Apóstoles agrupaban tres nombres como sinónimos: Carra-Garat-Marat, uniendo por la fuerza del consonante a hombres tan distintos como Marat el sanguinario, Carra el jacobino sospechoso, y Garat el ideólogo de las frases brillantes.
Garat toujours rempli de frayeur et d’espoir
A toujours le secret de dire blanc et noir.
S’exprimer franchement lui semble par trop bete
Et sauvent son pays s’il veut sauver sa téte.
(‘Garat, siempre lleno de miedo y de esperanza, tiene siempre el secreto de decir blanco y negro; expresarse francamente le parece muy tonto, y salvando el país quiere salvar su cabeza.’)
Garat, a quien los monárquicos intentaban pintar como uno de tantos ogros de la Revolución, no era más que un hombre ligero y versátil, retórico y conceptista. Amaba a su pueblo y a su país, era vascófilo, meridionalista e hispanófilo, y firmaba a veces sus trabajos con el seudónimo de José de Ustaritz.
Era Garat hombre amigo de novedades, y fue uno de los primeros franceses que antes de la Revolución quiso hacer trabajos para propagar en Francia la filosofía de Kant. El poeta danés Baggesen durante su estancia en París le comunicó el entusiasmo por el filósofo de Koenigsberg.
A medida que la Revolución francesa evolucionaba, Garat evolucionó con ella; fue alternativamente dantoniano, thermidoriano, bonapartista, imperialista, después abandonó la barca de la Revolución, que naufragaba, y se hizo partidario de los Borbones y devoto.
Messieurs, n’acusez pas Garat
De changer de doctrine.
(‘Señores, no acuséis a Garat de cambiar de doctrina.’)
así comenzaba una poesía satírica dedicada a él.
En el Diccionario de las Veletas, publicado en París en 1814, Garat estaba en el número de las primeras veletas de Francia.
Hasta en Ustaritz, su pueblo, donde todo el mundo le quería, se le motejaba de versátil, y durante la Restauración uno de los bertsolaris labortanos le dirigió estos versos:
Gastizarko beleta
Ez du ibiltzen haizeak
Ez iparra, ez hegoa
Ez da Garat bezala
Uztaritzko lagun zaharra
Bere borondatez eramana
Beti turnatzen al da
Alde guztietara.
(‘A la veleta de Gastizar ya no la mueve el viento, ni el Norte ni el Mediodía. No se parece a Garat, nuestro viejo amigo de Ustaritz, que llevado por su buena intención siempre anda dando vueltas en todos sentidos.’)
Como el abate Swift gritaba en sus ratos de alegría: ¡Viva la bagatela!, Garat podía decir: ¡Viva la versatilidad!
Su versatilidad le había conservado joven y de buen corazón y tenía derecho a vitorearla.
Como se ve por estas explicaciones, Ustaritz era un pueblo en 1830 que podía vanagloriarse de sus veletas. La de Gastizar y la de Urdains tenían fama en muchas leguas a la redonda.