LA CAZA DEL DRAGÓN
OTRA porción de desdichas tan grandes como las anteriores presidió el dragón de la veleta de Gastizar por aquel tiempo; las luchas de unas elecciones donde hubo heridos, los estragos del cólera, la muerte de Lacy, el suicidio de Grashi Erua, la loca, que un día se la encontró flotando sobre un estanque de agua clara.
La gente del pueblo, y sobre todo la gente de Gastizar, llegó a mirar a la veleta con cierta preocupación mal disimulada.
Ciertamente no era fácil que un artefacto de hierro influyera en la existencia de los hombres. Pero ¿quién sabe?
Al llegar el otoño, la veleta de Gastizar adquirió nueva vida con los vientos fuertes del equinoccio.
Los habitantes de Gastizar, que antes no se fijaban en si chirriaba o no, comenzaron a intranquilizarse con su ruido. Madama Aristy no podía dormir; la señorita de Belsunce, tampoco.
Entonces se decidieron a quitar la veleta. Fueron Miguel, Darracq e Ichteben, como quien va a una caza peligrosa, una mañana antes de que nadie se hubiese levantado. Alicia les sintió en el desván y se unió a la expedición. No era ella la descendiente de Gastón de Belsunce, que había matado al dragón de la cueva de San Pedro de Irube en el siglo XV.
Miguel tomó toda clase de precauciones al salir por el tragaluz; se ató una cuerda a la cintura y se dispuso a salir al tejado.
—A ver si nos hace una herejía este viejo dragón —dijo Miguel riendo.
Al arrancar la veleta, Miguel se desolló una mano y estuvo a punto de resbalarse. Darracq le ayudó, y entre los tres hombres y Alicia metieron el artefacto en la guardilla. Estuvieron contemplando el dragón largo tiempo.
—Pobre viejo. Ya no podrás amenazar con tus garras al cielo —dijo Miguel como quien pronuncia una oración fúnebre—; ya no podrás comunicarte con aquella vieja lechuza parda que se acercaba a ti durante el crepúsculo. Ya no sonará tu áspero chirrido por las noches. ¡Condenado a prisión perpetua entre unas botellas vacías y unas sombrereras, has perdido tu virulencia, pobre dragón de la veleta de Gastizar! ¡Adiós! ¡Adiós!