EL SOÑADOR
EUSEBIO de Lacy escribió con detalles su vida en los días que duró la expedición de los liberales en la frontera. Lacy esperaba una lucha más brillante, más intensa. En su diario se le ve, a pesar suyo, desencantado y triste. Su espíritu de soñador y de poeta se representaba la realidad como algo más fuerte, más noble, más extraordinario.
Lacy tenía un entusiasmo todavía latente por los militares y por la guerra. Concebido en época de grandes batallas, su infancia se había arrullado con la música estridente de las trompetas y de los tambores. Más tarde había sido educado en colegio con hijos de militares franceses del Imperio, todos estremecidos y pasmados de asombro ante las glorias más o menos inventadas de Napoleón y de su ejército.
Eusebio pensaba en su padre, y se lo figuraba como le había visto en los retratos y en las estampas, vestido de general, con el pecho lleno de cruces ganadas en los campos de batalla, el rostro fiero, la mirada relampagueante y la mano en la empuñadura de la espada.
Después de los años de colegio en Francia y en España, Eusebio había vivido en Quimper, en casa de su madre, en un ambiente pesado, lánguido, de un pueblo bretón oscuro, en una sociedad levítica de comerciantes y de armadores, dirigida por realistas y por curas.
Era aquella época de la Restauración, una época de luchas ardientes en que el monarquismo y el jesuitismo se aprestaban al combate contra las ideas revolucionarias con todas las armas; las misiones religiosas se esparcían por las ciudades y por los campos, Francia entera estaba llena de oradores elocuentes que predicaban el arrepentimiento de las locuras pasadas. Los misioneros quemaban en las plazas públicas los libros de Voltaire y los tomos de la Enciclopedia, las familias enviaban sus hijos a los colegios de jesuitas, las autoridades obedecían servilmente a las Congregaciones y todo se conseguía con intrigas. Por entonces se hablaba de los monstruos del 93 y del ogro de Córcega.
Durante este tiempo, Eusebio había adorado la gloria y el ejército, sólo por la gloria y por contraposición a las ideas y prácticas clericales que trataban de imbuirle. Después fue llegando hasta él, cada vez con más intensidad, la influencia liberal, y reaccionando contra sus sueños militares, llegó a mirar a Napoleón como un ambicioso, antihumano y repugnante, y a sus mariscales como una tropa de brutos miserables dedicados únicamente a la petulancia y al robo.
Lacy creyó haber matado su entusiasmo de gloria y haberlo sustituido por el ideal más severo de la libertad; pero por debajo de este se transparentaban sus sueños de ambición militar.
En su diario se ve que estos sueños pierden su brillo y decaen las ilusiones de Lacy.