III

LAS MANIOBRAS DE CHORIBIDE

DESDE hacía algún tiempo Choribide en complicidad con las damas del Chalet de las Hiedras intrigaba en el pueblo. Sus maniobras principales tendían unas a enriquecer el legajo que las dos mujeres de la policía hacían para Calomarde, las otras a acercar su sobrino Rontignon a madama Luxe.

Madama Luxe tenía varios galanteadores en Ustaritz. Uno de ellos era un tal Iragaray, hombre caballeresco, aunque un poco perturbado. Iragaray había pasado por una porción de chifladuras que le duraban una temporada más o menos larga. La última era la preocupación por las botas. En esta época, todo el calzado que compraba o le hacían le venía mal, lo que a Iragaray le entristecía profundamente.

Esta preocupación la compartía con el amor de madama Luxe, amor tímido y respetuoso que guardaba en el fondo de su alma. Él comprendía que solo madama Luxe le hubiese podido curar de esta cavilación trascendental del calzado.

Iragaray, cuando veía a una persona que estaba a gusto sobre sus zapatos la envidiaba y le tenía por un ser superior.

Si llegaba a ganarse su confianza, la primera pregunta que le hacía era esta:

—Perdone usted, caballero; ¿quiere usted hacerme el gran favor de decirme dónde se ha hecho usted esos zapatos?

El preguntado, que no comprendía que contestar a esta pregunta fuera ningún gran favor, decía en qué pueblo y en qué zapatería se hacía las botas. Iragaray se preparaba para hacer un viaje, se encargaba un par de zapatos y volvía radiante; pero a los cuatro o cinco días se le veía haciendo muecas de descontento, y tenía que coger los zapatos nuevos y llevarlos a un rincón, spoliarium de sus ilusiones.

Durante algún tiempo Iragaray veía todo negro, como si el mundo entero estuviera recubierto de betún, hasta que encontraba una persona con unos zapatos, que le llegaban al alma. Si esta persona le era desconocida, Iragaray sufría hasta poder hacerla la pregunta de dónde se hacía los zapatos.

Iragaray se había enamorado de madama Luxe, y abandonaba la zapatería por el amor. Le había contado sus cuitas a Miguel, quien le había recomendado mucha prudencia.

—Todo esto va a acabar con unos cuantos zapatos más en el guardarropa de Iragaray —decía madama de Aristy.

—Lo malo es que para el pobre hombre cada par de botas es un desengaño —añadía Miguel.

Choribide, que sabía muy bien las chifladuras de Iragaray, no lo temía como rival de su sobrino, sino todo lo contrario; hubiera querido que el pobre chiflado fuera el único de los rivales de Rontignon.

Choribide, al mismo tiempo, trabajaba para las mujeres del Chalet de las Hiedras.

Los documentos que él facilitaba a madama Carolina, aparecían oficialmente como procedentes de Rontignon. Se había escrito a España y Calomarde se manifestaba dispuesto a dar una gran cruz o a aceptar al ex teniente en el ejército español.

Respecto a la cuestión amorosa, Choribide la dirigió con gran cuidado. Choribide hizo que su sobrino se hiciera un traje a la moda en la mejor sastrería de Bayona, alquilara un caballo y pasara todos los días cuatro o cinco veces por delante de casa de madama Luxe.

Al cabo de una semana escribió una carta, la pensó mucho, comprendiendo que el estilo de 1830 no era el de su época; y después de varios ensayos creyó encontrar lo que deseaba. El teniente Rontignon copió la carta y la dio, con una moneda de cinco francos, a la criada de madama Luxe. La carta no tuvo contestación. A los pocos días, Choribide escribió otra muy respetuosa y romántica y madama Luxe contestó. Decía que no pensaba casarse, que estaba dedicada a la educación de su hija, y aunque agradecía los homenajes del teniente Rontignon, le suplicaba que cesase en hacerle la corte.

Choribide estudió la carta detenidamente y decidió primero hacer que la hija de madama Luxe, Fernanda, tuviera un novio, después se le ocurrió indisponer a madama Luxe con la gente de Gastizar.

Como novio de Fernanda, ninguno mejor que el joven Larralde Mauleón. Larralde había cortejado sin gran éxito a Alicia de Belsunce, y luego para consolarse se dedicaba a galantear a una de las señoritas del Bazar de París, a la menor, Delfina, creyendo, con razón, que le llegaría su turno.

De las dos señoritas de La Bastide, la mayor, Martina, se le suponía enredada con el ingeniero de Montes; la pequeña, Delfina, era una histérica. Esta muchacha había andado con todos los hombres del pueblo. Siempre había tenido un amante o dos al mismo tiempo.

Era una mujer lasciva. Le habían cantado varias veces una copla popular, que decía:

Dama horrek eman ditu

Bederatzi nobio

Apenas joan dan hari

Baietz esan dio.

(‘Esa dama tiene lo menos nueve novios, y a cualquiera que se acerca a ella le dice que sí’.)

En toda la familia de las muchachas del Bazar había la misma herencia erótica. Por entonces, la Delfina estaba enredada con un mozo, a quien llamaban Marcos el del molino o Marcos el gascón. Marcos era un hombre de una osamenta fuerte, corpulento, la cara ancha, los pómulos salientes, la mandíbula acusada y los ojos claros. Tenía la frente pequeña y arrugada, el pelo rubio, crespo y duro que le entraba como un pico en el entrecejo, las manos velludas y los brazos largos. Era mozo petulante, vestía grandes y anchos pantalones, faja encarnada y boina azul.

El bello Marcos sacaba el dinero a Delfina, la pegaba, la pateaba, lo cual no era obstáculo para que ella estuviese enamorada de él y al mismo tiempo le engañase. La madre de Marcos era una mujer valiente, que había venido de la parte del Bearn. Al saber los sucesos de la Revolución de julio, esta mujer cogió un fusil y fue al Ayuntamiento a pedir que se quitara a los concejales y se les sustituyera por otros revolucionarios.

El bello Marcos no compartía las ideas de su madre y era realista. Sacaba algún dinero con esto y no le importaba otra cosa. Marcos era un conquistador y un sátiro; había tenido un proceso por robo y otro por violentar a una chiquilla, medio idiota, en el campo.

Choribide pensó que debía apartar al joven Larralde de Delfina, y llamándole con gran reserva le dijo que no le convenía hacer la corte a aquella muchacha. Era esta una mujer depravada, una cosa perdida. Le aseguró que estaba embarazada de Marcos, y que no tendría nada de particular que si se entregaba a él fuera únicamente por tener un editor responsable del desaguisado. Después de pintarle tan fea la situación al joven Larralde le puso delante la perspectiva de Fernanda Luxe, una muchacha encantadora llena de juventud y de gracia. Larralde Mauleón mordió en el anzuelo y comenzó a dejar de acudir al Bazar de París. Al mismo tiempo Choribide habló a la Delfina, y le dijo que Larralde era un fatuo que había asegurado en público que tendría como querida a la Delfina cuando le diera la gana. La muchacha, que era poco inteligente, creyó en lo que le decía el viejo y comenzó a tratar con desdén a Larralde, que determinó no volver al Bazar. Entonces Choribide hizo que su sobrino Rontignon buscara a Larralde y se hiciera amigo suyo. Pronto pudo notar el astuto viejo que tenía en Gastizar enemigos de sus planes. Madama Luxe iba todos los días a Gastizar, hablaba allí, había quien suponía que miraba con buenos ojos a Miguel Aristy.

Entonces a Choribide se le ocurrió escribir un anónimo, cogió un papel igual al que se empleaba en Gastizar y mandó a madama Luxe una carta en la que se ponía por los suelos al teniente Rontignon y al joven Larralde.

Madama Luxe no tuvo el valor de pedir explicaciones a madama Aristy; dejó un día de ir a Gastizar, luego al siguiente hizo lo mismo y acabó por romper las relaciones con la familia de Aristy.

Madama Aristy era demasiado orgullosa para pedir ni para dar explicaciones. La ruptura se verificó. Era lo que quería Choribide.

Este al mismo tiempo trabajaba con las dos intrigantes del Chalet de las Hiedras. Las cartas iban a Madrid y venían de allá constantemente.

Carolina Michu estaba entregada a Choribide y dispuesta a seguir sus indicaciones. Madama Carolina no tenía un gran interés personal puesto en la vida de Ustaritz; estaba deseando que pasaran aquellas circunstancias para salir de la aldea y marcharse a otra parte. No le pasaba lo mismo a Simona. Simona no se ocupaba más que de Ustaritz y de los que vivían en el pueblo.

Al saber que madama Aristy quería echarlas del Chalet de las Hiedras, le tomó un odio intenso. Antes había coqueteado con Miguel, porque le era simpático; después coqueteó con León, por ver si podía dar un disgusto a la vieja orgullosa de Gastizar, como llamaba ella a madama Aristy. Simona, que no tenía inclinación ninguna por León, llegó a dominarle; le sacó dinero, produjo un gran disgusto en Gastizar y otro en Chimista.

Simona sintió tanto odio por Dolores Malpica como por madama Aristy; a la vieja, como ella la llamaba, la odiaba por su orgullo; a la española, por su aire de candidez y de bondad. León, que se creía amado por una gran dama, no sólo no se recataba, sino que hacía alarde de visitar el Chalet de las Hiedras. Dolores se determinó a pedirle explicaciones, y marido y mujer riñeron.

Miguel Aristy tuvo que terciar en el asunto, y como mal menor se decidió que León volviera a París.

Mientras tanto Tilly, enterado por Aviraneta de que las damas del Chalet de las Hiedras eran dos aventureras, las trataba así, y era muy bien acogido en la casa. Él y Choribide solían pasar la tertulia en el chalet y en el Bazar de París.

Madama Carolina comenzaba a asustarse de la violencia y del fuego que ponía en sus empresas Simona.

—Esa loca me va a comprometer —decía, y suplicaba a Choribide que la vigilara para que no hiciese alguna tontería.

Simona tenía su centro de operaciones en el Bazar de París; allí solía estar intrigando con las dos señoritas de la Bastide, con Choribide y con Marcos el gascón, de quien se había hecho gran amiga.