IX

AVIRANETA, DESPECHADO

AL día siguiente, a la hora del almuerzo, se reunieron en la fonda de Iturri, Campillo, Lacy, Ochoa y Aviraneta.

—No le parece a usted, don Eugenio —preguntó Lacy—, que sería conveniente que todos siguiéramos el mismo camino y marcháramos con el mismo jefe. Nosotros vamos con Valdés.

—Yo estoy comprometido con él hace tiempo —dijo Campillo.

—Yo no pienso ir con nadie —repuso Aviraneta—. No quiero ir dirigido por imbéciles.

—¡Pero don Eugenio!

—No, no. Ir con gente así, que no tiene medios, ni un golpe de vista genial para marchar al fin, es ir a un fracaso, y a un fracaso ridículo. No, no, no voy. Sé como son estos militares españoles, de una inutilidad, de una suficiencia y de una majadería imponderables. Cuando hayan conducido la empresa al desastre se refugiarán en las chinchorrerías, en los detalles… No, no.

Campillo se encogió de hombros y no dijo nada. Lacy quiso convencer a Aviraneta.

—¿Pero de verdad no va usted a ir, don Eugenio? —le preguntó.

—De verdad. Conozco la guerra. Es la cosa más estúpida, más desordenada y sin objeto que pueda hacerse. Todo lo que no se realice en política por la inteligencia y por el cálculo, es perfectamente inútil. ¡La guerra! Unos hombres que van, otros que vienen, la mayoría sin saber por qué; aquí que se corre, allí que se persigue, en este otro lado que se fusila… plan, ninguno…; la casualidad…; no, no; me parece demasiado imbécil.

—¿Pero va usted a negar hasta la táctica, el arte?

—No creo en tal arte. Me parece una mistificación de los militares. Yo no he visto en la guerra más que desorden, brutalidad y estupidez. Casualidad, casualidad y casualidad.

—Pero hay una ciencia por encima de la casualidad y de la barbarie —exclamó Lacy.

—Yo lo dudo mucho. Todo esto que hacen los militares no se diferencia gran cosa de las pedreas de chicos.

—No, don Eugenio, no.

—Yo creo que sí. Nunca verá usted que un patán pueda sustituir a un mecánico o a un matemático; en cambio, a un general lo sustituye un cura, un campesino, cualquiera, y lo hace tan bien como él y a veces mejor. Parece que cuando se ponen frente a frente dos bandos tiene que haber un vencedor y un vencido. ¿Pero lo hay siempre? ¿Y cuando lo hay depende de la ciencia? Esto es muy dudoso. No creo que se pueda hacer mucho caso de las afirmaciones de estos pedantes de uniforme, porque en ellos la petulancia es moneda corriente. En fin, querido Lacy, si usted toma parte en la intentona lo verá.

—¿Así que usted está decidido a no ir?

—Completamente decidido.

—¿Y qué va usted a hacer?

—Me quedaré aquí, o quizás vaya a Ustaritz con Tilly. Aquí, en Bayona, parece que va a haber una vigilancia molesta.

Por más que Lacy intentó nuevamente convencerle, Aviraneta se aferró a decir que no iba.

Ochoa y Lacy marcharían los dos con Valdés; pocos días más tarde se presentó Malpica a tomar el mando de su gente. Venía en compañía del tío Juan el guardabosque, y de Alí, el asistente de Víctor Darracq.