Capítulo XI

Efectivamente, mi mente comenzó a trabajar muy rápido. Ella vendría si pensaba que yo era demasiado lenta, de eso no me cabía la menor duda. Debía actuar primero. Debía prever su visita. Convocarla yo misma, aunque la perspectiva de que ella tan siquiera se acercara a Sieteaguas me daba escalofríos. Yo tomaría el control; le demostraría mis progresos. Yo quería que ella no tuviera duda alguna de que todavía era su marioneta, dedicada a realizar su voluntad. Era un camino arriesgado el que yo me proponía; nadie debía saber la verdad. Gracias a la diosa, Darragh se encontraba a salvo de vuelta en Ceann na Mara, que seguramente estaba suficientemente lejos para que mi abuela se olvidara de él. En cuanto a mi padre, él confió en que yo sería capaz de tomar mis propias decisiones, y aunque ésta era la decisión más importante de mi vida, aplicaba la misma regla. Él me había criado para hacer las cosas sin ayuda, y yo sería fiel a sus enseñanzas.

Necesitaría alguna razón para convocar a la abuela; un informe de mi progreso, eso tal vez la complacería. El plan que había trazado para ella implicaba ser espía de Eamonn y lograr encontrar la información necesaria para destruir a su antiguo enemigo, llamado el Jefe. ¿Cuál era el nombre de ese tipo? ¿Bran? Debía hacerlo, y recabar alguna información para demostrarle que no había estado sin hacer nada.

Y no podría espiar a menos que pudiera transformarme. Era hora de practicar la magia.

—Bien —dijo una pequeña y extraña voz justo detrás de mí. Ahí en la oscuridad, sentada frente a la chimenea ya fría, me levanté del susto.

Por un momento pensé… realmente pensé… pero no, ese tono suave no era como el de mi abuela.

—¿Tú crees? —preguntó cautelosamente mientras mi corazón volvía a su paso normal, y me giré para observar a la criatura parecida a un búho que estaba posada en mi ventana ataviada con su capa de plumas y unas pequeñas botas rojas. Definitivamente, tenía que haber estado absorta en mis pensamientos, aquí sentada, para no haberme percatado de que entraba volando y se transformaba.

—Lo sé, niña de fuego. Lo veo en tu cara. Una mirada diferente. De modo que, ¿qué va a ser? ¿Un gato de color melado, tal vez, todo siseo y peligro? ¿Una pulga? Eso te daría una perspicacia íntima. Vas a descubrir algo esta noche, ya que todos se están levantando a la luz de las linternas, tras puertas cerradas. Más vale que seas rápida.

Yo fruncí el ceño.

—¿Ahora estás leyendo mis pensamientos? —inquirí, preguntándome si tal vez estaba arriesgando demasiado al confiar en este pequeño personaje que parecía entender tanto sin habérselo dicho.

Oí una risa que sonó a gorjeo.

—Nosotros no. Sólo esperé a que tú pudieses descifrarlo, es todo. Y nosotros estamos en todas partes aunque la gente no nos vea. Lo leímos en tus ojos. Desde luego, tardaste tu tiempo en encontrar el camino por este rompecabezas, y eso que eres hija única de un druida.

No había posible contestación a esto, excepto quizás una pregunta.

—¿Tú crees… tú crees que mi padre tenía la intención…?

—Tendrías que preguntarle eso a él. Ahora vamos, que el tiempo pasa, ¿qué será entonces?

Temblé.

—Tengo que llegar hasta el salón donde se reúnen sin que se den cuenta, en la oscuridad entrar por una puerta cerrada con llave, permanecer allí sin ser observada, y volver aquí sana y salva. No puedo ser un gato, eso seguro. Una criatura nocturna, bastante pequeña; que pueda entrar a través de la grieta entra la puerta y el marco.

—¿Una cucaracha? —la criatura sugirió amablemente.

—Yo pensé en una mariposa nocturna dije, mi voz temblando con sólo pensarlo.

—Buena idea. Adelante entonces.

Me acordé, demasiado tarde, de que un búho también era una criatura nocturna, y recordé el campamento de los nómadas, y a un cierto depredador en miniatura descendiendo en picada sobre su presa con garras afiladas como alfileres y pico agresivo.

—Espero que no estés aquí solamente para conseguir una cena fácil —dije, frunciendo el ceño.

—Ya he comido, gracias —contestó la criatura cortésmente—. Vamos, rápido. ¿Lo puedes hacer o no?

—Nunca he intentado esto antes.

—Lo sabemos. Por eso estoy aquí. Un observador. Necesitas uno la primera vez. Este tipo de cosa es instintivo para mi especie. Te aviso. Lo sentirás después. Conlleva un precio considerable. Asegúrate de estar de vuelta aquí antes de deshacer el hechizo.

El primer paso. Era necesario crear una imagen en mi mente, un tipo de mapa de lo que tenía que hacer suficientemente sencillo para que hasta Las criaturas más pequeñas y simples lo pudieran retener. Cerré los ojos y me obligué a visualizar el camino que debía seguir, fuera de mi sala, debajo de la puerta donde un hueco permitía que entrara una brisa de fresco invernal, por el pasillo oscuro hasta el salón donde se reunirían, un salón privado, más bien pequeño, al final de las escaleras. Capturé en mi mente la línea borrosa de esa puerta, la luz mostrándose tenue desde adentro. Tenía que trazar mi camino a través de la grieta en la parte superior de la puerta, entonces sencillamente pegarme a una pared o al techo, y escuchar hasta oír algo, cualquier cosa que pudiera utilizar para convencer a mi abuela de que estaba poniendo en marcha mi plan. Entonces me obligué a sentir y ver el viaje de vuelta, pasando de nuevo a través de la pequeña ranura, por el pasillo con mis rápidas alas, descansar al llegar a mi propio portal, arrastrándome por debajo, sana y salva nuevamente. Este patrón tenía que estar muy claro en mi mente antes de comenzar, y también el hechizo de reversión. Estas eran las dos cosas que tenía que recordar, y mi conocimiento de mi misma, o me perdería para siempre en esa otra forma. Mi corazón palpitó fuertemente con anticipación. Tenía que hacerlo. Lo haría.

—Ahora —dijo la criatura-búho.

El segundo paso. Pensé: mariposa nocturna. Sentí la forma, la ligereza, la alteración del balance; en vez de arriba y abajo, suelo y techo, había simplemente diferentes tipos de planos, y diferentes tipos de tacto. Sentí el poder de las alas, y la extraña atracción de la luz. Sentí un consciencia disminuir y alterarse y concentrarse en algo más sencillo y directo. Dije las palabras para mí misma, con la mente, y me transforme.

Por un momento hubo solamente un pánico ciego. No podía separar las patas de las alas, los ojos no parecían funcionarme correctamente, caminé dando tumbos, perdí el equilibrio y acabé aleteando en círculos en el suelo, sin poder hacer nada.

—Puerta —dijo una voz, y me asustó, pero en algún lugar existía un patrón y entendí que tenía que seguirlo. Volé erráticamente hasta la tenue grieta de luz y me arrastré debajo de la puerta. Brillantez. Calor. Yo quería eso. Yo quería la luz, y estaba ahí, no muy lejos, hacia arriba. Volé, más valientemente ahora, atraída por su resplandor, sabiendo que tenía que llegar a ella, tenía que acercarme…

—No, hija del fuego. Eso no. Recuerda quién eres. Recuerda el patrón.

La voz. Debía hacer caso a la voz. Pero estaba la luz. La luz me llamaba con tanta fuerza…

* * *

—Te quemarás si vuelas dentro del farol. Sigue el patrón. No te pierdas a ti misma.

En algún lugar, ese sentido de mi misma, profundamente dentro, el entrenamiento de mi padre. Yo era Fainne, hija de Ciarán. Esta forma de mariposa nocturna era sólo un caparazón, y debía hacer caso omiso a la manera en que me atraía hacia ese dulce resplandor caluroso. Mis alas frágiles me llevaron por el pasillo, bien alto, a salvo de la tentadora llama del farol. No podía ver a mi extraño compañero; tal vez la criatura había permanecido detrás de la puerta cerrada de mi dormitorio. Pero su voz todavía me guiaba.

—Bien, niña de fuego. Sigue siendo tú misma. No te entregues a esa otra mente, o verdaderamente no serás nada más que la próxima comida de un búho, y ni tan siquiera una comida buena. Ahora entra.

Había llegado a la entrada de la pequeña sala del concilio. Había solamente el espacio justo para reptar entre la puerta de roble y el marco. Adentro había luces nuevamente: dos faroles, y velas. Me recordaban la manera en que un riachuelo de agua fresca llama a un hombre sediento tras un día de largo viaje. Con gran fuerza de voluntad, me pegué a la pared al lado de la puerta. Mi visión era extraña: no había colores, sólo luz y oscuridad, y podía ver a todo mi alrededor, no sólo enfrente. A duras penas podía comenzar a interpretar lo que mis nuevos ojos me mostraban; para hacerlo, tendría que aprender a ver nuevamente. Me concentré en escuchar, y con esfuerzo, pude identificar las voces separadas de Conor; Sean y Liadan, y, para mi sorpresa, la de Johnny. Se me ocurrió que le debía a Johnny el que la conversación se llevara a cabo en voz alta. De no ser por su presencia, podrían haber utilizado la voz de la mente, y mantenido la conversación en un silencio total. Nadie sino un vidente hubiese podido espiar a tal concilio.

Era difícil escuchar y aún más difícil entender. Parte de mí sólo escuchaba sonidos, sonidos de peligro, y parte de mí vio y sintió sólo oscuridad y luz: la oscuridad de los depredadores ocultos merodeando en las sombras, la luz persuasiva, maravillosa, parpadeante en la mesa me llamaba, me llamaba fuertemente. Céntrate. Las palabras, el patrón. No debía perderme en esa otra. El patrón era escuchar, puerta, volar, puerta, a salvo. Entonces el hechizo de reversión. Primero, escuchar.

—Lo que significa no puedo adivinarlo —decía Conor gravemente, como si justamente estuviera llegando a la conclusión de una narrativa—. Qué influencias ha habido, tiemblo al contemplarlas. La pregunta es, ¿qué acción tomamos ahora?

Hubo un breve silencio.

—¿Nos estás diciendo —el tono de Sean fue cauteloso— que tú crees que la joven Fainne ha venido aquí como una emisaria de lady Oonagh? Eso parece ser bastante rocambolesco, y no puedo llegar a creérmelo. Nunca he estado de acuerdo con tus dudas sobre la niña. Es buena niña. Aisling habla maravillas de ella. Ha tenido una crianza extraña, y es un poco tímida y desmañada, pero seguramente no es más que eso.

—Se te olvida el uso de la magia de la hechicera. —La voz de Liadan era fría—. Lo hemos visto. Ella es fuerte; fuerte y hábil, como su padre. ¿Y sería justamente la manera de lady Oonagh, o no, tío, el intentar hacernos daño utilizando como arma a una niña que queremos que se quede con nosotros, para amarla y acogerla? La propia hija de Niamh. Definitivamente es una idea cruel, y tiene la inconfundible estampa de la hechicera. ¿Tú no habías dicho que Fainne sabe cómo conjurar el fuego con sus dedos? ¿Eso no te dice nada?

—No puedes estar sugiriendo… ¡Pero sí eso es absurdo, Liadan! —Sean habló en un susurro, escandalizado. Me acerqué silenciosamente para escuchar, moviéndome de la pared al techo para pegarme patas arriba en las sombras. Debajo de mí, uno de los grandes perros de Sean movió nerviosamente sus orejas y comenzó un bajo y siniestro gruñido. Detecté el movimiento escurridizo de otras pequeñas criaturas cerca de mí; sentí un repentino terror sin entender su causa.

—Eso no puede ser cierto, madre. Johnny habló con confianza absoluta. —Yo he visto A Fainne con los niños. Ella los quiere. Deberías escucharla contando historias, o verla en la cabecera de la cama de Maeve. No hay maldad ahí; en efecto, hay una simplicidad en ella que hace la idea impensable.

Liadan suspiró.

—No puedes saberlo. Pero Conor podría contártelo, creo. ¿No fue así mismo con lady Oonagh?

—No exactamente —dijo Conor pesadamente—. Nosotros nunca confiamos en la hechicera, no desde que mi padre la trajo a casa como su pretendida esposa. Pero ella tenía una especie de encanto; como un hechizo encantador que se ponía para convencer a la gente de que era dulce y bien intencionada; para engañarlos. Mi padre fue atrapado de esta manera, y mi hermano Diarmid también. Una hechicera tiene la habilidad de hacer esto. No va a tener éxito con uno como yo o Liadan. Pero contigo, hijo, o con Sean, podría.

—Imposible —dijo Johnny rotundamente—. Yo no seré un vidente, pero sé cómo leer el carácter de un hombre, o de una mujer. Fainne está confundida, asustada; ésa es la verdad. En el fondo, es una niña, e inocente. ¿Qué es lo que teméis?

—Te lo diré —dijo su madre en una voz extrañamente forzada—. Una vez, hace mucho tiempo, se me presentó la opción de elegir. El Pueblo de las Hadas vino y me ordenó quedarme aquí en el bosque para que mi hijo estuviera a salvo de la influencia de la hechicera. Conor dará fe de esto; él me dio el mismo consejo. Se acercaron a decirme que la profecía no se realizaría a menos que yo hiciera lo que pedían.

—Pero tú desobedeciste —dijo Johnny—. ¿Por qué?

—Me imagino que, en el fondo, no parecía haber ninguna opción. Podía mantenerte a salvo, o podía arriesgar tu futuro, y el futuro de Sieteaguas, el del bosque y el de las Islas mismas. La mayoría de la gente encontraría lo que yo hice difícil de entender. Pero estaba Bran. Él no podía quedarse conmigo, aquí en el bosque. Para proteger a mi hijo, yo hubiese tenido que desechar al hombre que es la otra parte de mí; tendría que negarle su propio hijo. Eso no podía ser. Yo desafié las órdenes y di la espalda a Sieteaguas. Fui en contra del buen consejo de Conor. Y fue a través de mi propia intervención que Niamh se escapó de su marido y huyó a Ciarán. Pero, de no ser por esto, Fainne nunca hubiese existido. Ellos me lo advirtieron. El Pueblo de las Hadas me advirtió que… que… no, no tengo palabras para esto. Esperaba que nunca tuviera que contarte esto Johnny. Jamás se lo he contado a tu padre.

—¿Estás diciendo que la presencia de Fainne es de alguna manera una amenaza para mí? ¿Para mi seguridad? —Johnny estaba perplejo—. ¿Cómo puede ser, madre?

Lady Oonagh buscó una vez el control de Sieteaguas —dijo Sean lentamente—. Ella fue derrocada entonces por la fuerza de mi madre; por fuerza humana. Puede ser que la hechicera lo intentara de nuevo, a través de Ciarán; y ahora lo intente a través de su hija. Eso es lo que mi madre creía. Cuando Niamh y Ciarán pusieron sus ojos el uno en el otro, y echaron una sombra sobre esta casa, ella vio esto como la mano de lady Oonagh estirándose sobre nosotros nuevamente. Ella creía que ese antiguo maleficio continuaría dándose a conocer, generación tras generación, hasta que la profecía se cumpliera y todo se arreglara nuevamente. Podría ser cierto. Si lady Oonagh realmente sigue viva, ella debe moverse rápidamente para desbaratarnos ahora, ya que es probable que nuestro plan tenga éxito para el verano. Pero si no tenernos al hijo de la profecía, estamos perdidos.

—La niña está confusa —dijo Conor—. Ella tiene mucho de su padre dentro de ella, con su inteligencia y sus sensibilidades. De no ser por su insensatez con Eamonn y la presión que eso pone sobre nosotros, yo preferiría tomar el tiempo para ganar su confianza, y convencerla de que ella puede ser una fuerza de bien, no importa lo que le hayan enseñado. No me parece que Fainne esté empeñada en seguir un camino maléfico.

—Perdóname, tío, pero creo que tus propios sentimientos te ciegan a la verdad —dijo Liadan—. Tú sentiste la pérdida de Ciarán profundamente; nunca encontraste a otro con esos talentos, y la hermandad está desapareciendo. Ten cuidado en no confiar demasiado, viendo en Fainne solamente lo que quieres ver.

La respuesta de Conor fue inmediata.

—Ella salvó a Sibeal. Es la hija de tu hermana, y sólo está en su decimosexto año. ¿Qué quieres que haga?

—El sentido común me dice: envíala directamente de vuelta a casa —dijo Liadan rotundamente—. Deja que Ciarán se responsabilice por ella, ya que él escogió criar a la niña en el conocimiento de las artes de hechicería, y la expuso a la influencia de su madre.

—Yo no creo que podamos hacer eso —dijo Sean con autoridad—. Mi sobrina está asustada; lo vi cuando le dije que debemos conseguir el permiso de Ciarán si ella se casa con Eamonn.

—¿Que tú qué? —su hermana sonaba escandalizada.

—La idea es inaceptable, es cierto; pero he aprendido un poco de la experiencia. Yo difícilmente podría ignorar su pedido sin darle una explicación. Ella se negó a aceptar la idea de enviarle un mensaje a su padre. La niña está aterrorizada por alguna razón; aterrorizada de tener contacto con él.

—Pero no asustada de él —añadió Conor en voy baja—. Ella habla de él con la máxima lealtad y respeto.

—Yo no la enviaré de vuelta a Kerry —dijo Sean, en un tono que indicaba que ya se había tomado una decisión—. No en contra de su voluntad. No podemos saber qué fuerzas están en juego aquí. Es difícil para mí creer que Fainne pudiera suponernos algún daño, pero confío en tu juicio, hermana. Yo no quisiera poner en peligro nuestro plan, ni arriesgar a mi familia.

Liadan guardaba silencio.

—Sólo hay una solución, entonces. —Johnny habló con confianza—. Nos la llevaremos al norte con nosotros. Le damos largas a Eamonn cortésmente; le decimos que su pretendida esposa desea esperar a la aprobación de su padre, y que Ciarán no puede ser localizado en este momento. Mientras tanto, a Fainne la sacamos rápidamente del peligro, y todo estará bien. No faltarán los pretendientes entusiasmados por ella en Inis Eala, y todos ellos más jóvenes y atractivos que Eamonn de Glencarnagh, aunque un tanto menos dotados de bienes mundanos. Ella se olvidará de él en muy poco tiempo.

—No has estado escuchando ni una sola palabra de lo que te he dicho. —Liadan dijo de forma cansada.

—Yo siempre escucho, madre —dijo Johnny con una sonrisa en su rostro—. Te hago una apuesta si quieres. Te apuesto a que soy suficientemente grande y suficientemente fuerte para quedarme fuera de peligro, con hechicera o sin ella. ¿Qué tal eso? Además, si tú crees que Fainne está confundida o asustada, ¿qué mejor sitio para buscar consejo que Inis Eala? Si ella quiere respuestas, allí seguramente será donde las encontrará.

Lady Oonagh ya intentó matarte una vez.

—Todavía estoy aquí, ¿no? —dijo Johnny despreocupadamente.

Escuchando con toda la concentración que podía convocar, se me había olvidado por un momento que yo era tanto mariposa nocturna como chica. Moví mis patas para acercarme, pero una pata se quedó atrapada en algo, e intenté liberarla, y mis patas de repente estuvieron enredadas. Di aletazos con las alas, luchando para desprenderme, y el hilo pegajoso se aferró al ala que batía y a mi débil extremidad, y no pude romperlo, Detrás de mí en la oscuridad, sentí una presencia, hambrienta, esperando. La parte de mí que todavía era Fainne me dijo: red, araña, libérate ahora, rápido. La parte de mí que era mariposa nocturna fue tomada de repente por un terror ciego mientras aleteaba en un esfuerzo frenético, inútil. La presencia se acercó, moviéndose como un hábil bailarín en su delicado puente de telaraña.

—¡Rápido! —dijo la voz de mi guía plumoso mientras sentía la muerte a mi espalda—. Un tirón corto, brusco. Ahora, rápido.

Tiré hacia el lado, utilizando todo el peso de mi cuerpo, delgada como era, moviendo mis alas lo más fuertemente que pude mientras la araña saltaba de repente hacia mí, y finalmente me solté, descendiendo fuera de control en espiral con fragmentos de la fibra pegajosa todavía aferrada a mis patas. Mi torpe vuelo me hizo pasar por el lado de la linterna; caliente. Caí en la mesa, aterricé de espaldas; sentí la muerte cerca nuevamente. Los perros estaban ladrando. Una mano grande me levantó, otra vino hacia mí, atrapándome en medio. Luché, revoloteando, hasta que estuve de nuevo de pie. Esperé el golpe final, aplastante.

—Pobrecilla —dijo Johnny—. No sabe realmente en qué dirección va. —Hubo movimiento, y las manos se abrieron, y yo me bajé lentamente del calor de la piel humana a las piedras en las sombras al lado del parral. Tras ponerme en libertad, mi primo volvió a la mesa, y con mi extraña vista de insecto pensé haberlo visto poner una mano tranquilizante sobre el hombro de su madre—. Está decidido, entonces —dijo mientras yo me arrastraba a través de la grieta encima de la puerta y me alejaba volando por el pasillo, muy por encima de la atracción del farol, todo el camino hasta llegar a mi propia puerta. Descendí rápido y me deslicé por debajo de la puerta. A salvo. Descanso.

—Ahora el hechizo. —Mi compañero del Más Allá se quedó en la ventana; yo sentía las pequeñas botas rojas no muy lejos de mí, sentí la amenaza de sus duros tacones. No quería moverme por ahora. Aquí había oscuridad; podía estar quieta.

—El hechizo. No está acabado. Di las palabras, niña de fuego. —Sutilmente me vino: el hechizo, el patrón. Puerta, vuela, puerta. Escucha. Puerta, vuela, puerta, a salvo. El hechizo. En algún lugar dentro de mí todavía estaban las palabras del contra-hechizo, y las pronuncié en el silencio de mi mente-mariposa, palabras que parecían no tener significado, sólo poder. A mi alrededor la habitación se inclinó y cambió; aparecieron colores tenues, el dorado de la luz de la vela, el rojizo de un vestido largo puesto sobre la cama, el verde y carmesí de una corona de acebo que Clodagh había atado por encima de mi ventana para dar la bienvenida a los espíritus del extranjero en Meán Geimhridh. El salón se fue apagando e iluminando, apagando e iluminando; la figura de la criatura-búho nadó ante mis ojos. Miré hacia arriba y vi cómo la vela, la ventana y el búho estaban moviéndose, revolviéndose y fusionándose. Entonces me caí, y todo se volvió negro.

* * *

—Yo nunca discutiría con tu padre sobre un punto de estrategia, y no lo haré contigo. Los hombres dependen de ti para tomar las decisiones correctas, y yo haré lo mismo.

La voz hizo su camino hasta mi consciencia mientras lentamente me despertaba. Mantuve mis ojos cerrados. Estaba en la cama, arropada y calentita, y oía el pequeño chisporroteo de un fuego en la chimenea. Había un olor delicioso: alguna bebida con jengibre y clavos. Estaba cansada; estaba agotada, y sentía la cama suave y buena. El cuerpo entero me dolía. Pensé que quizá me dormiría de nuevo de inmediato…

—Además —era la voz de Johnny esta vez—. En tu corazón, tú quieres que ella venga. Lo veo a través de ese comportamiento severo. Tú tienes que estar de acuerdo con que Fainne es una chica encantadora, hija de hechicera o no. ¿No puedes verla, reluciendo como una lámpara brillante en nuestra lúgubre casa de hombres?

—Su madre ciertamente los atraía como mariposas al fuego —dijo Liadan irónicamente—. Y a veces pienso que esto es cosa de Niamh nuevamente, tan testaruda, tan espinosa, pero excelente niña y muy fácil de querer. Me leíste bien, hijo. Yo quiero a mis cuatro niños: pero he anhelado tener una hija. Tal vez sea cierto. Tal vez lo que Fainne necesita sea protección. Pero también hay un riesgo terrible, lo sé mejor que nadie, salvo por Ciarán mismo.

—Confía en mí, madre, Esto es lo correcto.

—Supongo que no vale la pena hablarte de peligro, de igual manera que nunca valió la pena hacerlo con Bran. El concepto de autoprotección es desconocido para vosotros dos. Yo esperaba que él llegase a ser un poco más cauteloso, como hombre que es de casi cuarenta años y con hijos ya adultos. Pero todavía tiene que estar al frente de todo, arriesgándose como si tuviese tantas vidas como un gato.

—¿No las tiene? —Johnny se rió entre dientes.

—El no tiene que hacer esto personalmente. Hay otros, hombres más jóvenes, que cogerían la oportunidad al vuelo. Suena… suena peligroso, Johnny. Tengo miedo de perderos a los dos.

—Tú conoces al Jefe. Él calcula los riesgos. Esto ha sido plan ideado hasta el último detalle, y con todo y su avanzada edad, es uno de nuestros nadadores más fuertes, y se conoce el terreno y el plano del muelle mejor que nadie. Escogeremos con cuidado a los otros hombres. Es cierto, hay peligro, pero siempre hay peligro en vientos y mareas. Y mira la importancia que tiene. Uno no hunde la flota de su enemigo sigilosamente sin exponerse al peligro.

—Habrá tan pocos de vosotros, y estaréis tan lejos de cualquier ayuda… Si una palabra de esto saliera a luz pública, seríais tan vulnerables como pajaritos en el nido.

—¿Tú crees que no hemos hecho concesiones para eso? En cuanto a inteligencia, ¿quién creería que ni siquiera el Hombre Pintado estuviera lo suficientemente loco como para intentar tal misión? Nadie navega por el lado este de La Aguja. En cuanto a nadar esa distancia, nunca se ha intentado antes, tal como son las corrientes. Esos rumores serían instantáneamente descartados como una fantasía.

—Tus palabras hacen poco para tranquilizarme —dijo Liadan—. Me recuerdo a mi misma que yo escogí criarte en el molde de tu padre: un guerrero y estratega, sin ningún concepto de miedo. Las cosas se hubiesen desarrollado muy diferente si hubieses sido criado como erudito y místico en los nemetones.

—¿Te arrepientes de tu elección, madre?

—Hasta ese momento, cuando Conor nos dijo que lady Oonagh todavía vivía y que nos amenazaba, no. He tenido años llenos de felicidad; no sé cómo Bran y yo hubiéramos podido vivir nuestras vidas el uno sin el otro. Yo me regocijo en mis varones, y en la magnífica comunidad de Harrowfield y la de Inis Eala. Estoy orgullosa de que pudiéramos dar herederos no tan sólo a la finca de tu padre sino también a Sieteaguas. Hay remordimientos: la pena y el sufrimiento de Niamh todavía pesan en mi corazón, al igual que el distanciamiento de Ciarán con su familia y su llamada. Por esa razón, deseaba dar la bienvenida a su hija como si fuera mía. Pero ahora… Una vez, hace mucho tiempo, me dijeron: tú quieres más de lo que propiamente puedes tener. Me dijeron que había sangre y pena en mi elección. Tal vez sea hora de que pague el precio por esos años de alegría. Pregúntame de nuevo, después del verano, si tengo remordimientos.

—Lo extrañas. —Johnny dijo suavemente.

—Más de lo que puedo expresar con palabras. Mi hogar está aquí; pero mi corazón está allí, donde sea que él esté.

—Nos iremos tan pronto como Fainne pueda viajar dijo Johnny.

Entonces escuché cómo alguien llamaba a la puerta, y el crujir de la puerta, y la voz de Clodagh. Hubo una conversación sobre si yo había tenido ataques de desmayo anteriormente, y cómo había estado enferma en casa del tío Eamonn durante un día enteco, y me perdí el ver el poni blanco. Por fin pareció ser lo bastante seguro como para que yo abriera los ojos y les dejara ver que estaba despierta nuevamente.

Había estado inconsciente durante un día y una noche enteros, me dijeron; desde el momento en que Sibeal me encontró tumbada en el suelo de mi dormitorio por la mañana temprano, hasta el día siguiente. Quizá más tiempo, ya que estaba congelándome cuando mi prima me descubrió y levantó la alarma, aunque había estado cubierta con una manta y tenía una almohada debajo de la cabeza, cosa que era extraña. Había dormido durante el ritual del solsticio de invierno, que Conor había llevado a cabo solo. Me perdí cómo quemaban el gran tronco, me informó Eilis, y la sidra y las tartas. Efectivamente, estaba tan débil que casi no podía moverme de la cama. Tuve muchos visitantes pequeños que me contaron muchas historias. Johnny vino, y me dio la noticia de que yo iba a cabalgar al norte con él y su madre, a conocer a la otra parte de mi familia. Sibeal entró disimuladamente, sola, trayendo a Riona. Mi protesta fue denegada.

—Se lo he explicado a Maeve —me dijo la niña, solemne como una vieja—, y está de acuerdo. Haremos a Maeve su propia muñeca, todos nosotros. Madre nos enseñará cómo. Pero tú necesitas a Riona de vuelta ahora. Necesitas llevártela contigo cuando te vayas.

El cansancio continuó. Estaba asombrada por la forma en que el esfuerzo de la transformación me había agotado, a pesar de que me habían avisado con antelación. El cuerpo me temblaba y se alejaba de cualquier reto; mi mente todavía retenía el terror del insecto indefenso, guardado en algún lugar de la conciencia humana. La próxima vez, pensé, escogería algo más grande y fuerte y más capaz de cuidarse a sí mismo. Tres días completos pasaron antes de que me recuperara lo suficiente para continuar con mi plan.

Me senté frente al fuego, esa tercera noche. Había guardado cualquier cosa que pudiese ser peligrosa. Riona estaba en el fondo del baúl de madera, al igual que el chal de Darragh y el diminuto anillo de hierbas tejidas. Si hubiese tenido la fuerza, tal vez hubiese tirado esos objetos preciosos; los hubiese destruido, para asegurarme de que mi abuela no pudiera verlos y le dieran ideas. Pero, hija de hechicera o no, no era tan fuerte.

Cuando todo estuvo bien guardado y la puerta cerrada con cerrojo, puse la mano alrededor del amuleto de bronce y me concentré en las llamas. Un amuleto de la mente tiene doble propósito. Enlaza al que lo lleva con el que lo otorga; ata a uno con la voluntad del otro. También es un tipo de conducto, un ojo que se abre entre los otros dos cuando así lo decide. Era así, creí, como mi abuela había podido verme de vez en cuando, para saber lo que hacía, aunque estuviese muy lejos. Ella había dicho que no podía verme todo el tiempo, sólo de vez en cuando en fragmentos. Esos hechizos poseen sus propias peculiaridades, sus propios trucos. La unión siempre me había parecido más fuerte cuando tocaba el amuleto o lo agarraba. Pensé que si hiciera eso ahora e invocaba algo, vendría. Respiré profundamente, y abrí el ojo del espíritu. Pronuncié las antiguas palabras, y la llamé.

Estuvo ahí en un instante; no presente en carne y hueso, como en nuestro último encuentro memorable, sino en el corazón del fuego, un par de ojos malvados y oscuros y una voz poderosa, exigente.

—¡Ah! Esto sí que no me lo esperaba, que me trajeras a ti de esta manera. Estoy sedienta de noticias tuyas, hija. ¡Dime!

—Me ha ido muy bien, abuela. —No podía disimular el temblor de mi voz.

—Soy toda oídos. Adelante.

—Mi plan está en marcha, como te dije que estaría. El hombre Eamonn se ha ofrecido a mí, formalmente, a cambio de la información que le pueda dar. Él desea destruir a otro que es parte de la alianza. Efectué una transformación para obtener lo que él quería. Si él actúa sobre esto, sería seguramente el fracaso de la campaña. No pueden ganar sin este hombre al que llaman el Jefe.

—¿Has efectuado una transformación completa? ¿Con éxito?

—Sí, abuela.

—¿Sin ninguna ayuda?

—Sí, abuela. —Miré directamente dentro del fuego, y mantuve mi expresión de inocencia.

—Ya veo. ¿Y qué era esta información?

De alguna manera, sabía que me pondría a prueba. No había suficiente con tabular una historia. Sin embargo, era reacia a contárselo; ese tipo de información podría ser verdaderamente peligrosa en sus manos.

—Sig… significaría poco para ti, abuela; es simplemente algo que le podría dar a Eamonn la oportunidad de hacer lo que desea. Una vez se lo cuente, él podrá descifrar como hacerlo.

Los ojos de la abuela se aguzaron alarmantemente.

—Fainne —dijo en una voz muy suave—, me estás preocupando, hija. Pensé que habías entendido cuál sería el resultado si intentabas desobedecerme. Al parecer no lo hiciste. ¿Tengo que enseñártelo de nuevo? —El fuego parecía resplandecer más brillante alrededor de sus facciones, una llama feroz dorada y roja, salvo por los carbones oscuros de sus ojos. No era posible que hubiera adivinado la verdad todavía, ni que supiera que yo planeaba desafiarla, ¿o sí?

—No… no era mi intención —tartamudeé.

—¡Dime, Fainne! ¿Qué es esta pieza de estrategia tan significativa que has descubierto? ¿No estarás intentando jugar conmigo? Los juegos me hacen pensar en niños. A los niños les encantan los juegos, ¿no? Trepar, equilibrio, columpiar alto. Negocio arriesgado, especialmente para los más pequeños. Aun así, tu tío tiene muchas hijas; demasiadas, realmente.

Estaba temblando. Me enfureció el que todavía tuviese el poder de manipularme de esta manera; su casual desestimación de las niñas me aterrorizó. No parecía haber más opción que contárselo. Sentí el amuleto caliente contra mi pecho, como si aguantara algo de su propio enfado.

—Tiene que ver con nadar dije, intentando dar el menor número de detalles posible. —Un pequeño grupo de ellos. Y es muy peligroso.

—Más —ordenó mi abuela.

—Nadarán de una isla a la otra para hundir los barcos del enemigo. Durante esta aventura el hombre que Eamonn odia estará en gran peligro. Esto es lo que pienso contarle a Eamonn; para que él pueda aprovechar la oportunidad.

—Mmm. No es mucho. ¿Y si esto no funciona?

—Va a funcionar, abuela. Y hay más. Yo voy a viajar al norte con mi tía Liadan hasta Inis Eala. Allí, estaré más cerca del corazón de la campaña; cerca de sus secretos. Estaré en una posición idónea para llevar a cabo tu labor.

—Ya veo.

—¿No estás satisfecha con lo que hecho, abuela?

—Hay malas influencias en ese lugar. Es viejo, y está lleno de presencias. Tu padre se sentiría muy en casa allí, sin duda. Simplemente asegúrate de que no sea lo mismo para ti. Recuerda, el único consejo firme es el mío. Y no estés tentada a quitarte el amuleto. Lo necesitas, ya que éste es tu momento más peligroso. Quítatelo y puede que sea tu fin.

—Entiendo, abuela —dije en tono convenientemente manso. Claro, yo lo entendía todo demasiado bien, ya que había ocurrido anteriormente, el día que Darragh vino a Glencarnagh. De quitármelo, ella lo sabría inmediatamente, y me acosaría con toda arma que poseyera para que siguiera su voluntad. Ella me necesitaba. No podía hacerlo sin mí, eso estaba cada vez más claro. Aunque yo deseara quitarme este oscuro talismán, debía llevarlo puesto hasta el final; hasta el momento del último conflicto. Debía cargar con su hechizo hasta el instante en que ella comprendiera que yo no soy su herramienta sino su adversario. No podía adivinar lo que pasaría entonces, pero sabía desde lo más profundo de mi ser que esto tenía que jugarse hasta el final, como habían dicho los Antiguos; como ella misma había dicho. Un desarrollo crucial de los acontecimientos.

—¿Qué hay acerca de este hombre, Eamonn? —preguntó la abuela de repente—. ¿Cómo le haces llegar la información que él quiere si está en un lugar y tú en otro?

No le había tomado mucho tiempo el descubrir esta debilidad en mi estrategia. Intenté no permitir que se vieran mis dudas.

—Encontraré una manera —le dije con lo que esperaba fuera un aire de confianza—. El debe formar parte de la campaña final; tiene que haber un momento donde todos estén reunidos. Inis Eala es la clave para esto, abuela. Allí es donde debo estar.

—Pareces diferente, hija. Algo ha cambiado. No te olvides. No te olvides de lo que te enseñé.

Me estremecí con la dulzura amenazante de su voz.

—No me he olvidado, abuela. Y yo he cambiado. Ahora que sé… ahora que he sentido la satisfacción que da el hacer que un hombre mendigue por mí, ahora que he experimentado el poder de transformarse, estoy empezando a entender. Estoy empezando a saber por qué tú actúas como actúas; estoy dándome cuenta de que el ser una hechicera tiene sus propias recompensas.

—Así es como puede ser —dijo ella con condescendencia, pero advertí en su tono de voz que estaba satisfecha. Hasta ahora, pues, me había creído. Era mejor que no hubiese estado totalmente presente, de lo contrario habría olido mi miedo escalofriante. Fue un juego peligroso el que jugué con ella—. ¿Y si no funciona? —exigió—. ¿Sabes lo que tienes que hacer entonces?

—Funcionará. Si no, encontraré otra manera.

—No necesitas encontrar ninguna, Fainne. Yo te lo diré. Debería ser evidente. Ahora contéstame una cosa: ¿Está ahí mí chico, el que le llaman el hijo de la profecía? ¿Lo has visto?

—Sí, abuela, lo he visto —dije cautelosamente, sin gustarme su tono de voz.

—Recuerda —dijo—, al final, lo único que importa es él. Él es la única pieza de valor real en este juego. El resto de ellos, el druida, el guerrero, el jefe, la dama, ellos estarán junto a él y lo darán todo por él, y morirán por él de ser necesario, para alcanzar la gran meta. Él está en la profecía y ellos cuentan con eso. Su confianza viene de eso, de Él. Al final, lo único que tienes que hacer es eliminar al hijo de la profecía, y todo fracasará. Espera hasta el último momento, y asegúrate de que fracase. Si no tienes estómago para matar de nuevo, hay otras maneras. Ya las conoces. Es suficientemente fácil encontrar a otro que haga el trabajo sucio por ti. ¿Cómo es el chico? ¿Espero que no estés permitiéndote el lujo de tenerle cariño?

—No, abuela. No soy tan insensata.

—Mmm. No estoy segura que ésa sea la verdad, Fuiste blanda de corazón con esos críos. Supongo que éste es un joven encantador; y tú eres la hija de tu madre, después de todo.

Vi a mi madre bajarse de la roca nuevamente; sentí el viento pasando, el roce de la espuma salada. Tirándose al olvido. Siempre me había parecido imposible. Me dio un escalofrío.

—Créeme —dije con una firmeza que conseguí con dificultad—, no me atrevería a mentirte.

—Muy sabia, Fainne. Aun así, me gustaría una demostración de lealtad. Esto es lo que vamos a hacer. Pondremos a prueba a este joven guerrero, y a ti también. Veremos cuan fuerte realmente es; precisamente cuánto dolor puede soportar. Sera útil saber eso para más carde. Este viaje al norte es una oportunidad ideal. No hay necesidad de que elabores un hechizo, nieta; guarda tu poder para el final, debes estar en tu mejor momento entonces. Yo haré lo necesario. No mataré al chico, ése es tu trabajo y vendrá mucho más tarde. Simplemente jugaré con él un poco.

Sentí un picor que bajaba por mi columna vertebral; era difícil mirarle a los ojos rodeados por el fuego y mantener mi expresión calmada.

—No entiendo —dije—. ¿Qué propósito puede haber en esto?

—Ya te lo he dicho, Fainne. Es una prueba. Una prueba fácil para ti, ya que no hay necesidad de que hagas nada. De hecho, ésa es tu parte en esto: precisamente nada. Simplemente lo observarás y no actuarás. No es mucho pedir.

Yo me mantuve silenciosa al percatarme de lo que significaban aquellas palabras.

—Entiendo —susurré—. ¿Qué tipo de hechizo planificas usar con él?

La abuela cacareó con regocijo.

—¿Necesitas preguntarme eso? ¿Tú, con tu desfiguración de niños? Vamos, ¿dónde está tu imaginación? ¿Qué usarías?

Esto sí era realmente una prueba. Sostuve mi expresión impávida mientras se me revolvía el estómago de la indignación.

—Tendrías que ser sutil —le dije—. Mi tía Liadan ve mucho. Si piensas revocar el hechizo más tarde, debe ser algo invisible.

—Terrores nocturnos, tal vez —dijo mi abuela animadamente—. Podría volver al chico loco con visiones de muerte y desastres.

Recordé la firmeza en los ojos grises de Johnny.

—No creo que eso funcionara muy bien —le dije.

—Bien, ¿entonces? —Su impaciencia creció rápidamente—. ¿Qué va a ser? —Ya sabía la respuesta, aunque tío quería decírsela. Al menos lo que estaba en mi mente sería fácilmente reversible. Y para mantener su confianza, debía continuar jugando este juego.

—Un dolor de estómago —dije—, eso podría ser natural, algo que empieza como una leve molestia y se va poniendo peor. ¿Qué quieres de Johnny? ¿Servilismo humillante? ¿Un reconocimiento de su propia debilidad humana? ¿Qué esperas probar?

Sus labios se curvaron, enseñando las líneas de dientes claramente puntiagudos.

—Cuánto tiempo puede aguantar —dijo ella—. Y, lo que es más importante, cuánto tiempo puedes mirar sin ayudarlo. Si los dos sois fuertes, la conclusión final de nuestra empresa será mucho más gratificante, Fainne. Mucho más. Efectivamente, casi no puedo esperar a verlo. Muy bien, será un dolor de estómago; tú lo sabes todo sobre eso, ya que yo misma te lo he demostrado en el pasado. Filas de pequeños dientes royendo a través de piel viva, un dolor que hace que los nervios estén en discordia y los tendones tiemblen, una agonía que hace que un hombre sueñe con la muerte como una liberación maravillosa. Y simplemente recuerda, no se espera nada de ti, cariño; sólo que mires y no actúes. Sólo eso. —Yo asentí con la cabeza, intentando no temblar.

—No me verás —dijo la abuela—. Pero yo sí te veré a ti, Fainne. Asegúrate de actuar como te he ordenado.

—Sí, abuela —dije.

—No te preocupes —continuó—. Yo dejaré que el chico se recupere en su momento. Después de todo, quiero que esté en un estado suficientemente bueno para tomar su lugar en la última batalla. Quiero que esta gente saboree el éxito hasta el último instante. Entonces les arrancaremos la victoria de las manos, sólo entonces. Los humanos y el Pueblo de las Hadas caerán juntos, frente a nuestros propios ojos. ¡Qué espectáculo seria ese! Probablemente añadiré un par de toques propios, creo. No me podré resistir.

—Haré lo que me pidas —dije—. Y mi plan funcionará con Eamonn, te lo prometo. Pero estaré muy lejos. Puede que no sepas de mí hasta el final.

—Sabré dónde estás, y lo que haces, —dijo lady Oonagh—. Siempre lo sé.

No siempre, pensé.

—Adiós, entonces —dije.

—Adiós, mi niña. Tengo grandes esperanzas en ti. No me decepciones. No te olvides de tu padre, y del otro que nunca está lejos de tus pensamientos.

—No, abuela. —Hice que mis palabras sonaran firmes y seguras mientras morían las llamas, y los incandescentes ojos desaparecían, y la voz maléfica daba paso al silencio.

Esperé mucho tiempo, y cuando juzgué que ya era seguro, fui al baúl y saqué a Riona, y la acosté en la cama abrazándola como a un niño. No podía dejar de temblar, ni siquiera después de taparme con una manta, y después de un rato me levanté y me paré junto a la ventana, mirando la caída suave de la nieve a través del aire oscuro de la noche de invierno. Pensé en mi padre, solo en las salas oscuras de Honeycomb, y hablé suavemente, utilizando la herramienta que me dio para mantener mi valentía; para concentrarme en lo que era, es y deberá ser.

¿De dónde vienes?

De lo innombrable.

¿Qué buscas?

Sabiduría. Entendimiento. Busco el camino de la Luz.

* * *

Era una época extraña del año para viajar, la inclemencia del tiempo, los días en su momento más corto. No hice preguntas sobre eso. Le habían enviado un mensaje a Eamonn, siguiendo las líneas que había sugerido Johnny. Ya se sabía que el destinatario iba a estar menos que encantado con esta misiva, y no perdería tiempo en llamar, y empezar a hacer preguntas. Nuestra salida, por ende, fue el mismo día en que se envió esta carta. Para cuando llegara el momento en que Eamonn pudiera cabalgar hasta Sieteaguas, yo ya estaría más que desaparecida. No se había hablado, pero se daba por hecho. Igual tendría que haber hecho un espectáculo de protesta. Pero mi mente estaba ocupada con otras cosas, y lo dejé pasar.

Para mi sorpresa las niñas estaban afligidas porque me iba. Eilis lloró. Nunca había pensado que la niña tuviese una buena opinión sobre mí; después de todo, yo no valía nada como jinete. Posiblemente sus lágrimas no eran nada más que por costumbre. Pero Clodagh me abrazó, y también lo hizo Deirdre, y sus expresiones, idénticas, eran de desconsuelo.

—Vuelve a casa sana y salva dijo Clodagh.

—Te echaremos mucho de menos —dijo Deirdre. Será muy aburrido cuando no estés.

—Adiós, Fainne —dijo Sibeal gravemente—. Deberás tener cuidado con los gatos. —La miré fijamente, sabiendo que había visto el futuro, posiblemente un momento de transformación. No podía preguntarle a qué se refería, no mientras los otros estuvieran cerca, aunque asentí con la cabeza en señal de reconocimiento. Muirrin me besó en ambas mejillas, y me dio un traje largo de suave lana gris, y dijo que sería agradable y calentito, ya que los vientos soplaban duro allí arriba. Muirrin no estaba llorando. El aprendiz de curandero de mi tía, Evan, se quedaría en Sieteaguas durante el período antes de la campaña, ya que él tenía la fuerza para curar huesos y una destreza para la cirugía de la que mi prima carecía. Yo había visto la manera en que los dos se tocaban las manos e intercambiaban miradas tímidas cuando pensaban que nadie los miraba, y entendí el resplandor que iluminaba las facciones pálidas de Muirrin. En cuanto a Maeve, yo me había despedido en privado, y el último cuento que le conté fue sólo para nosotras. La imagen de las heridas de esta niña, y de su valentía, estaban alojadas muy profundamente dentro de mí; ahora las usaría para darme fuerza.

Antes de irnos me obligué a ir a la cocina y buscar a la vieja tía de Dan Walker, Janis. Estaba sentada en su silla al lado de la chimenea, como siempre, como un antiguo guardián de este dominio, un tipo de espíritu hogareño que lo observaba todo con una disciplina benigna. Esto era más bien una fantasía; en realidad no era ninguna criatura del Más Allá, sino una mujer mortal de edad avanzada. La piel arrugada y las mejillas hundidas la delataban; la mano huesuda que agarraba un bastón lo confirmaba. Pero sus ojos oscuros seguían siendo brillantes y astutos.

—Bueno, niña. ¿Me dicen que te vas? ¿Qué le digo a nuestro muchacho cuando venga por ti?

—No lo hará —dije con resolución. Tal vez el ser vieja hacia que una fuera más audaz. Desde luego era cierto que ella decía lo que pensaba, por muy inaceptable que fuera—. Él lo sabe. No puede venir, ya no. De todas formas, se ha asentado en el oeste. Ya te lo dije.

—Un nómada nunca se asienta. ¿Qué le digo? ¿Ningún mensaje? ¿O me lo invento? ¿Le digo lo que veo en tus ojos, tal vez?

—No vendrá. Pero si… si lo hiciera, le diría… —Las palabras que necesitaba se me fueron. El único mensaje que estaba en mi corazón era uno que estaba completamente mal; uno que no podía expresarse en palabras. Darragh no debía saberlo; a él no se le debía dar razón alguna para venir a buscarme, no mientras mí abuela pudiera usar su magia maléfica contra él—. Si viniera, —me obligué a decir—… le diría, de hecho le ordenaría… que se fuera a casa y que nunca volviera. Le diría que él y yo no somos uno para el otro, y que nunca lo seremos. Si me sigue sólo habrá dolor y tristeza. Dile que yo cuidaré de mí misma. Es mejor así.

—¿Algo más? —Janis tenía apretados sus labios arrugados, y había arqueado sus negras cejas. Era evidente que no estaba convencida.

—Y… y dile… —susurré— dile que no me he olvidado. Dile que estoy intentando hacer lo correcto.

Hubo un silencio entre nosotras, entre el chirrido de las vueltas del asador donde giraba un costal entero de carne de oveja, del estrépito de los platos, la risa y bromas de los guerreros mientras procuraban, a pesar de todo, mi momento de calor y compañía antes de volver a las interminables prácticas y a las salidas de preparación de la campaña.

—Es un camino solitario el que has escogido —observó Janis, susurrando—. Y no has llegado ni a los dieciséis años; aún eres una niña. Un largo y solitario camino.

—Estoy acostumbrada a eso —dije ferozmente. Tal vez era la mirada en sus ojos, tal vez era la bondad en su voz, no lo sé. Pero me trajo imágenes de tiempos pasados, de forma clara, y si pudiese haber llorado entonces, lo habría hecho—. Tengo recuerdos —le dije—. Siempre queda eso.

—No es mucho sobre lo que construir tu vida —dijo Janis.

Cabalgamos hacia el norte. Desde el momento en que nos marchamos del castillo central de Sieteaguas, Johnny se convirtió en uno de los guardias, su uniforme de capucha oscura dificultaba el distinguirlo entre sus compañeros. Todo parecía ir bien. La vocecita de mi abuela había permanecido en silencio desde la noche en que la invoqué y escuché sus planes para Johnny. Todo ocurrió rápidamente; nadie demostró señales de enfermedad o dolor. No había manera de saber cuándo ella le haría caer, aunque yo ahora sentía todo el tiempo que el amuleto estaba cálido, y lo tomé como una señal de que ella estaba mirándome. Nuestros guardias mantuvieron su presencia silenciosa y alerta alrededor de mí y de mi tía Liadan mientras cruzábamos arboledas inclinadas y caminos de grandes bosques, estanques congelados y pequeños riachuelos helados. Nos guiaron por senderos estrechos de un bosque pantanoso; a través de altos desfiladeros donde grandes pájaros de presa volaban en lo alto y la tierra estaba dura como el hierro a causa de la escarcha. Acamparon con nosotros en un lugar de piedras levantadas, donde dormimos al abrigo de una antigua fosa marcada con símbolos secretos. Todo el camino tuvieron las máscaras puestas, excepto para comer. No había manera de diferenciarlos el uno del otro.

—Una forma de protección —explicó Liadan. Necesario, considerando las marcas que tienen.

—¿Si son tan peligrosas, por qué se adornan de esta manera? —pregunté.

Liadan sonrió.

—Es un símbolo de orgullo; de pertenencia. Nuestros guerreros consideran un gran honor el que se les permita utilizar esta marca. No todos son aceptados en este grupo.

—¿Cuáles son los… requisitos? ¿Sangre noble? ¿Hazañas valientes?

—Cada hombre es único. Cada uno trae sus propias cualidades. Si tiene algo que contribuir, algo que necesitamos, será aceptado mientras pase la prueba.

—¿Prueba? ¿Qué tipo de prueba?

—Una prueba de destreza y de lealtad. Varía. Encontrarás gente de todo tipo en Inis Eala. Hombres de todo tipo; de todos los colores y creencias.

—¿Y mujeres?

—Ah, sí, también hay algunas. Tienes que haber sido criada de una manera particular para vivir en ese sitio, Fainne. Tienes que tener un tipo de fuerza especial.

—¿Tía Liadan? —dije cuando nos acomodamos para dormir en el extraño espacio abovedado de la antigua fosa—. Este sitio. ¿Has leído las señales? ¿Las inscripciones?

Hubo una pausa.

—No, Fainne —dijo con una voz un tanto rara—. Es un lenguaje más antiguo que ninguno que yo haya aprendido a descifrar. No puedo leerlos. —Había una pregunta en sus palabras.

—Tú sabes —dije— que esto es tan antiguo que ningún hombre o mujer vivo conoce la lengua. Pero yo crecí en un lugar de piedras levantadas; los marcadores del camino del sol fueron mis compañeros de todos los días de mi juventud. Reconozco algunos de estos símbolos.

—Sé que es un lugar de los Antiguos —dijo mi tía suavemente—. Un lugar de gran poder y prodigios. —Dudó durante un momento, y entonces continuó—: Se dirigieron a mí justo aquí. Los Fomhóire.

La miré fijamente.

—¿Quieres decir… quieres decir esas criaturas que parecen estar hechas en parte de roca, en parte de agua, en parte de pelo o de plumas? ¿Esas pequeñas criaturas que dicen ser nuestros ancestros? —Tal vez hablé descuidadamente. Aquí en el vientre de la tierra, me pareció seguro.

—Nunca las llegué a ver —dijo Liadan maravillada. Solamente escuché voces. Voces profundas, oscuras, de la tierra y del agua, guiándome. Por alguna razón nunca pensé que fueran pequeñas. Parecían gigantes, antiguas, e inmensamente poderosas. Y me empujaron a seguir a mi corazón; a seguir mis instintos. Fue aquí, en este sitio, donde… donde se tomaron decisiones de gran importancia, decisiones que cambiaron el camino de las cosas. ¿Tú has visto a estas personas, Fainne, de las que hablas de un modo tan familiar?

Asentí con la cabeza.

—Estos símbolos hablan de una antigua confianza. Hablan de sangre y de oscuridad. Y hablan de esperanza. Al menos así lo entiendo.

Mi tía me miró fijamente en silencio. Nuestro farol brilló suavemente en la oscuridad de este espacio subterráneo. Más abajo, en la gigante sala vacía, algunos de los hombres de Johnny se habían acostado a dormir, y mantuvimos nuestras voces bajas.

Tras un rato, Liadan dijo cautelosamente:

—¿Estas mismas personas te guían, cariño? ¿Tú crees que son… benignas?

Esto era un territorio peligroso. No podía saber si en cualquier momento mi abuela podía estar escuchando o no. Parecía ser un sitio seguro; pero ningún sitio lo era suficientemente mientras yo llevase el amuleto, y quitármelo significaba invocarla al instante.

—Ellos tienen sus propias teorías de cómo deben ser las cosas. Pero tienen el hábito de no explicarlo, de dejar que yo descifre por mí misma lo que las cosas significan. ¿Qué te pasó a ti? ¿Seguiste sus instrucciones o tomaste tus propias decisiones?

Liadan suspiró.

—Ambas cosas, creo. Fueron las órdenes de otros las que desobedecí. ¿Y tú, Fainne? ¿De quién es el camino que sigues?

Una pregunta peligrosa.

—Uno solitario —dije—. Según me han dicho.

—¿Como el de Ciarán? —me preguntó suavemente.

—No quiero hablar de mi padre. —Me rapé la cara con la manta. Notaba el peso del amuleto sobre mí; su pequeña forma maligna parecía quemar casi todo el tiempo ahora, como si no pudiese evitar el escrutinio de mi abuela a pesar de lo bien que jugara este nuevo juego. Me pregunté si ella había aumentado su poder de alguna manera, ahora que estábamos acercándonos al final. Tal vez mi sospecha era cierta. Tal vez ella me tenía miedo. Hice caso omiso de la quemazón. El dolor no era nada. Mi padre me había enseñado esa lección muy pronto.

Enseguida aprendí que Johnny no era sólo un joven bondadoso que rescataba los insectos que andaban dando tumbos y que cogía de la mano a los niños enfermos. Nuestra silenciosa guardia tenía por costumbre cabalgar con dos hombres delante, dos detrás, y varios hombres a cada lado, a los que no siempre veíamos, pero que estaban suficientemente cerca como para estar rápidamente a nuestro lado de ser necesario. Liadan y yo llevábamos puestos unos oscuros y sencillos abrigos, unas túnicas prácticas, faldas y robustas botas de invierno. Ella cabalgaba sobre una yegua marrón, yo sobre la pequeña yegua gris que Eamonn me había prestado. Liadan no tenía ningún problema con eso.

—Ella es mía —dijo mi tía simplemente—. Un regalo, y no de Eamonn. Y ciertamente no fue mi culpa que en una ocasión la dejaran atrás. La criatura ha visto muchas cosas, Fainne. Cosas tristes; cosas terribles. Creo que es hora de que la llevemos a casa.

Corrimos a través de un claro. Era una mañana amargamente fría, la tierra crujía por la escarcha, y casi no había ni un pájaro moviéndose en las ramas sin hojas de los endrinos a nuestro alrededor. Era un terreno donde extraños montones de piedras salpicaban las colinas, donde uno no podía determinar si esos montones, que parecían aleatorios, eran realmente obra del hombre o de algo más antiguo, las sombras del invierno convertían las rocas en duendes o espectros, en dragones de tierra gigantescos o agazapados. La misma maleza parecía maligna, los oscuros arbustos alargaban sus largas hebras en un abrazo espinoso, para rasgar las faldas o las medias. Íbamos a paso rápido; parecía que ni siquiera los guerreros encapuchados tuvieran ganas de permanecer en estas tierras más de lo necesario.

El camino se estrechó tanto que sólo llegábamos a ver a uno de nuestros escoltas, al hombre que estaba justo en frente. Alguien gritó, y él se paró en seco. Nosotras dos detuvimos nuestros caballos detrás de él, y Liadan estiró una mano tranquilizadora hacia mí.

Frente a nosotros, en medio del camino, había un grupo de hombres que parecían feroces, armados con cuchillos, garrotes y pequeñas hachas. El que parecía su líder, un muchacho enorme que tenía un ojo tapado por un parche y los dientes amarillentos y podridos, dio un paso adelante y apuntó su arma hacia nuestro guardia.

—Baja —ordenó—. Y ni se te ocurra hacer nada raro. Somos seis contra uno, sin contar a tus amigas. Poco a poco y con cuidado. Dame esa espada. Y el cuchillo. Vuélvete. Ahora…

Ante mi sorpresa nuestro hombre hizo exactamente lo que se le dijo, sin una palabra de protesta. Los atacantes le quitaron las armas, y tomaron las riendas de su caballo para llevárselo. Miré atentamente con creciente sentido de alarma al hombre con el parche en el ojo que caminaba tranquilamente hacia nosotras, sonriendo. Mi tía se quedó sentada, callada, con la mirada muy calmada. Ahora le estaban quitando la máscara a nuestro hombre. No había señal del resto de nuestra escolta.

—Vaya, vaya, vaya —dijo con una risilla el líder del grupo, acercándose por el lado de mi pequeño caballo—. ¿Qué tenemos aquí?

Levanté la mano, convocando las palabras de un hechizo.

—No, Fainne —dijo Liadan suavemente—. No hay necesidad de eso. —Detrás del líder, sus secuaces le habían quitado la máscara al guerrero para revelar las marcas distintivas de su cara. Alguien soltó un insulto, y escuché las palabras hombre pintado pronunciadas en un murmullo aterrorizado. El tipo que estaba a mí lado se quedó helado, y se giró, de repente con la cara blanca como el papel alrededor del negro del parche de su ojo. Entonces hubo varios pequeños sonidos; un zumbido, un tañido, el ruido sordo de una flecha acertando en el blanco; el hombre que habían desarmado se volvió, derribando a uno de sus atacantes con una patada certera. Sin ningún tipo de lucha, de repente había seis hombres tumbados en el duro suelo, gimiendo o jadeando o, lo que era aún más inquietante, en completo silencio. Delante y detrás, a izquierda y a derecha, los hombres de Johnny salieron de sus refugios en las rocas o los arboles, guardando cosas pequeñas en sus cinturones o bolsillos. Recuperaron una flecha. Usaron un cuchillo corto, de manera eficaz. Yo cerré los ojos.

—¿Fainne? Perdóname. ¿Estabas asustada? —Aquel guerrero enmascarado habló con la voz de Johnny. El hombre que los atacantes habían desarmado estaba recuperando sus armas, volviendo a colocarse la capucha como si ese tipo de encuentros fueran tan habituales como, por ejemplo, reunir ovejas o cortar una barra de pan.

—Yo puedo velar por mí misma —dije bruscamente, forzando mi corazón a bajar el ritmo—. Parece una forma muy rara de contrarrestar una emboscada, eso es todo. Nos podías haber avisado.

—Tenemos nuestra manera de hacer las cosas. Y a eso apenas se le podría llamar una emboscada, eran demasiado ineptos.

—No tontas por qué matarlos.

—Fueron necios por intentar lo que hicieron, y no se merecen nada mejor. Además, no todos están muertos. Algunos llevarán el relato a casa; un relato de un Hombre Pintado. Este desfiladero será seguro por un tiempo, hasta que se les olvide y lo intenten de nuevo. Escogieron mal a su víctima esta vez. Nadie toca a mi madre. Viaja con ella y tendrás asegurada la mejor protección que existe. —Su voz era firme, su forma de ser serena, como siempre. ¿La abuela, entonces, no había puesto en marcha su hechizo todavía? ¿Podía albergar la esperanza de que ella misma hubiera decidido no ejercer este particular tipo de crueldad por algún motivo?

Continuamos cabalgando, y yo reflexioné sobre lo raro que era esto, que el mismo hombre que mi abuela me había obligado a destruir fuera el que ahora se aseguraba de que esa fuerza experta me mantuviera a salvo de cualquier peligro. Él cargaba con su propia muerte, y la guardaba con tanto cuidado como si fuese su más preciado tesoro. Era bueno que fuera fuerte, ya que si ella seguía adelante con su pequeño plan, sería puesto a prueba. El dominio de mi abuela sobre ese tipo de hechizos sólo podía compararse con su completa ausencia de escrúpulos. Ella había presidido la muerte a palizas de muchas criaturas al realizar un hechizo u otro; ella había visto desapasionadamente mi propia agonía cuando me castigaba con cuchillos de cristal en la cabeza, con extraños hinchazones de lengua o garganta, con crueles alteraciones de la vista u oído. ¿No observaba calmadamente el lento fallecimiento de su propio hijo? La abuela utilizaría la magia de forma fría y efectiva contra mi primo. Yo sólo esperaba que no la mantuviera por mucho tiempo.

Aprendí a reconocer a Johnny entre nuestros guardias que iban idénticamente enmascarados en sus sencillas prendas. Él era el más bajito de ellos, siendo en altura no mucho más alto que yo, y tenía la espalda tan derecha como la de un niño pequeño, la cabeza orgullosa, los hombros anchos. Cambiaban de caballo de vez en cuando, pero yo le reconocía. Mientras cabalgábamos siempre hacia el norte hasta la costa más lejana de Ulster lo observé, pensando que pronto tendría que parar y apearse, o que se caería de su caballo convulsionándose por el dolor. Yo conocía el hechizo; ella lo utilizó sobre mí una vez. Ni tan siquiera el hombre más fuerte podía soportarlo por mucho tiempo.

Las colinas y valles, los riachuelos escondidos y brumosos bosques nos pasaban a ritmo constante. Delante de mí, mi primo continuó cabalgando, su porte tan recto como siempre, su mano relajada sobre las riendas. Busqué en vano cualquier señal de enfermedad, pero no había nada. De hecho, para el ocaso comencé a preguntarme si el hijo de la profecía de alguna manera estaría protegido contra este hechizo, tal vez por esos poderes del bosque que mi abuela tanto odiaba. Sentí el calor del amuleto contra mí y supe que estaba cerca; el pequeño triángulo parecía estar aún más sintonizado con su presencia, su quemar era un claro mensaje de que me estaba mirando, mirando a Johnny, que efectivamente nos probaría a los dos.

Acampamos por la noche en el armazón de un antiguo edificio, donde las paredes desmoronadas y los restos de las vigas y de los techos de paja nos ofrecieron un precario refugio contra el frío invernal. Los hombres se quitaron las capuchas y comieron una cena frugal. Me pareció que Johnny estaba un poco pálido, y no le vi tomar parte en la comida, pero su voz era firme; sonrió a los chistes de los hombres, y nos dirigió un cortés buenas noches antes de retirarse a iniciar su turno de guardia. Él parecía estar bien.

Deberíamos llegar a la costa en un día y medio más, me dijo Liadan mientras salíamos a la mañana siguiente. Allí, un barco nos cruzaría hasta la isla. Había una nota en su voz que revelaba una delicia anticipada; no podía esconder su deseo de llegar a nuestro destino. No le preguntó a su hijo si todo andaba bien, y yo tampoco.

Observé a mi primo mientras el sendero se volvía empinado y peligroso. No aparté los ojos de él mientras nos lideraba, seguía o guiaba, y su espalda todavía seguía recta y orgullosa, y su caballo se movía hacia adelante con firmeza. Johnny mantuvo su cabeza en alto como si fuera el héroe de un antiguo cuento. El amuleto me estaba quemando. Ella me estaba observando, observándolo a él. No sólo ya había elaborado su hechizo, posiblemente hacía días, sino que lo iba agudizando, penetrándolo, punzándolo, moliéndolo. No era la falta de magia lo que hacía que este acto malévolo fuera invisible, sino la pura fortaleza del hombre que lo soportaba. Yo seguí cabalgando con la mandíbula apretada y la frente cubierta de gotas de sudor; mis manos temblaban al agarrar las riendas. Entrégate a él —dirigí hacia él mi voluntad—. No seas tan fuerte. Cuanto más pronto te entregues, más pronto acabará. Alrededor de nosotros los otros siguieron, sin darse cuenta de la batalla que se jugaba en su presencia. Éramos sólo tres los que sabíamos que algo no encajaba: mi primo y yo, y la hechicera que nadie podía ver.

Acampamos de nuevo por la noche. Johnny se retiró temprano. No comió. Vislumbré la palidez gris de su cara, y me di cuenta de que había tenido cuidado de eludir el escrutinio de su madre. Por la noche me desperté y escuché el sonido de arcadas más allá de las piedras, en las sombras, y escuché cómo Liadan se movía, pero no se despertó. Poco después del amanecer continuamos cabalgando, y los hombres lo hicieron junto a nosotros, en silencio. El olor del aire era como en casa, fuerte y salado. Las gaviotas pasaban gritando por encima de nosotros. Podía oír el distante rugido del mar. Pero no había placer en estas preciadas cosas familiares, no en este lugar lejano, con Erin completo entre mi padre y yo. No cuando nunca iba a poder caminar sobre estos acantilados con un amigo a mi lado, y sentarme al cobijo de las piedras acompañada en silencio por alguien de absoluta confianza. Esas cosas nunca las tendría de nuevo. No me las había merecido; nunca. El amuleto me estaba haciendo daño: me quedaría la marca en la piel, sobre el pecho. Eso no era nada comparado con lo que mi primo debía estar aguantando. Ella observaba; estaba cerca. No le podía ayudar, aunque conocía el hechizo de reversión, aunque lo tenía en la punta de los dedos. No debía usarlo.

La tierra se abrió. El cielo parecía encenderse y ampliarse al irnos moviendo firmemente hacia el norte. Había menos árboles aquí; aquellos que habían aguantado en este rincón de tierra barrida por el viento se habían acurrucado en barrancos, o agrupado en áreas refugiadas bajo las pequeñas colinas. Dos hombres se pusieron a cabalgar al galope, sin duda adelantándose para anunciar nuestra llegada. Los otros estaban esparcidos por el camino, todavía en silencio. Nuestro viaje terminaría pronto. Entonces, al subir una pendiente y poder ver por primera vez el océano del norte más allá de una pálida línea de acantilados, escuche un susurro dentro de mi cabeza. ¿Tentador, no? —Empezó a provocarme—. Tú sabes cómo se lo está comiendo; lo reconoces. El chico es fuerte; es uno de esos Fomhóire throwbacks, y encima un guerrero, entrenado para aguantar. Eso es obra de su padre. Lo había subestimado; no cometeremos el mismo error la próxima vez. Y estás casi allí; se te acaban las oportunidades. Creo que llevaré esto un paso más allá. Cerca del punto donde el cuerpo se rinde, derrotado, cerca del momento en que el corazón flaquea y falla… tan, tan cerca… tú sabes cómo es, Fainne

Sí, lo sabía. Imagínate una criatura salvaje comiendo tu cuerpo vivo mientras tú te encuentras tirado ahí consciente e impotente ante su apetito voraz. Imagínate el dolor, cómo fluye por cada rincón de tu cuerpo, por cada fibra de tu ser. Yo sabía que así estaba siendo para él. Esperé, tiritando, mientras lo miraba. Mis dedos temblaban por el esfuerzo de aguantarme el contrahechizo; me obligué a tragarme las palabras que lo liberarían. Y finalmente hubo una reacción. Su montura tembló, paró, y Johnny se deslizó de la silla al terreno duro del camino. Podía escuchar su respiración; aguda, rápida. Y todavía se mantuvo en pie, donde cualquier otro hombre hubiese estado retorciéndose en el sucio, gritando y agarrándose la barriga. Detrás de él mi propio caballo había quedado inmóvil, temblando.

Yo era incapaz de hablar. ¿Sería esto suficiente para la abuela? ¿Por qué Johnny no podía caerse, o gritar, o reconocer de alguna manera la derrota, para que ella parase? Yo sabía que ella no podía llevar esto más lejos sin arriesgar matar al hombre allí mismo. ¿Quién era él, una reencarnación de Tú Chulean, para poder soportar tal agonía? Otro de los hombres cabalgó de vuelta, y llevaron a cabo un silencioso intercambio. Liadan estaba muy por detrás, fuera de la vista.

A continuación el otro hombre desmontó y se paró al borde del sendero, sosteniendo las riendas de ambos caballos. Desde detrás de su máscara, Johnny me estaba mirando. Me indicó con un pequeño movimiento de cabeza que le siguiera, y salió por un sendero lateral hacia el este, donde un grupo de piedras antiguas habían sido depositadas en la cima de una leve pendiente. Sobre ellas crecía una costra de liquen gris, y me recordó a aquella extraña criatura parecida a piedra que me había hablado en una ocasión sobre fideicomisos históricos y trayectorias futuras. Me baje de mi yegua y la dejé con los otros. Johnny caminó, y yo le seguí, y si mis pisadas eran poco firmes, con mi pie cojo y el suelo en desnivel, las suyas lo eran aún más. A pesar de todo él camino, y no dijo ni una palabra, pero yo podía escuchar en su respiración cómo se obligaba a sí mismo a mantenerse en silencio mientras todo su interior gritaba de dolor. Me pregunté, entonces, por qué mi abuela sencillamente no llevaba este hechizo hasta su fuerza máxima, y mataba al hijo de la profecía de una vez por todas. Eso sería más fácil, seguramente, que este cruel juego de pruebas y juicios. Ella no me necesitaba para sofocar la esperanza de victoria de Sieteaguas. Johnny ya se tambaleaba al borde de la muerte, y sin Johnny la batalla no se podía ganar. Nos detuvimos a la sombra de las piedras antiguas, en el lado este, fuera de la vista del camino donde los otros nos esperaban. Mi primo se quitó la máscara hacia atrás. Lo miré, y él me miró, su cara pálida, sus ojos brillantes con un dolor y una determinación feroz. Hay algo aquí que ella no podrá derrotar —pensé—. Tal vez sea simple valentía, tal vez sea algo más: una magia más antigua y profunda que la de ella, un poder que guía sus pasos, que lo dirige hacia el destino previsto para él. Johnny dio un respiro tembloroso, y en ese momento el punzante calor del amuleto disminuyó y murió, hasta no ser más que un triángulo de metal sobre una cuerda alrededor de mi cuello. Ella se había ido, y el hechizo todavía estaba sobre él.

—No creo —dijo Johnny en una voz que era un verdadero hilo de dolor— que tú logres entender exactamente con lo que estás lidiando aquí. —Tenía la mano apoyada contra la desgastada piedra, con los nudillos blancos.

Respiré hondo.

—¿A qué te refieres? —le pregunté.

—Dime —consiguió decir, intentando mantener el control— ¿cuánto tiempo más? No lo digo por mí; estamos entrenados para aguantar. Pero no quiero que mi madre se preocupe.

Lo miré fijamente a su pálida cara, bañada en sudor con su llamativo dibujo de un cuervo; una cara cuya expresión de pura valentía no parecía haber fallado ni por un instante. Pensaba que yo lo había hecho. Pensaba que yo era la responsable de esta tortura cruel. No era de extrañar que no hubiera dicho nada. Y ahora mi abuela se había ido, y no lo había liberado. Con un murmullo y un leve movimiento de mano, di marcha atrás al hechizo. Sólo en ese instante perdió el control momentáneamente. Respiró de repente y se desplomó en el suelo, de espaldas contra la piedra y con los ojos cerrados. En cuanto a mí, perdí mi energía en el acto y me senté bruscamente a su lado.

El cielo estaba claro, la brisa era fresca y limpia; los pájaros revoloteaban y lloraban en lo alto. Parecía estar todo mal, como si estuviéramos un tanto fuera de lugar, estas cosas pertenecían a una época muy lejana, una época de inocencia, no aquí donde todo era peligro y dificultad, dolor y miedo.

—Entiende —dijo Johnny después de un rato, sin abrir los ojos—, que tengo un camino que seguir y una misión que cumplir, y nada va a detenerme. Nada.

Su voz era un susurro feroz, que abrumaba por la seguridad que había en ella. Si en algún momento pude haber dudado de que éste era el héroe del que hablaba la profecía, no lo volví a dudar.

—Yo no he sido la responsable de esto —dije temblorosa—. Pero no espero que me creas.

No podía contárselo. Yo ya había fallado la prueba de mi abuela; no tuve más remedio que intervenir. No podía arriesgarme a revelarle la verdad.

—Ya veo —dijo mi primo en un tono que pudo haber significado cualquier cosa.

—¿Por qué me trajiste contigo? —le pregunte directamente.

Abrió los ojos y logró mostrar una pequeña sonrisa.

—Yo desautoricé a mi madre —dijo con la voz temblorosa. Ella no te quería en Inis Eala. El porqué, no te lo sé decir, sólo sé que pareces estar en apuros, y que necesitas protección, y eso es algo que nosotros hacemos muy bien.

—¿Y te arrepientes ahora de tu decisión?

—No, prima, no me arrepiento. Mi juicio me falla en pocas ocasiones.

—Algunas personas podrían pensar que eso es un poco insensato —dije con cautela.

—¿Piensas que es insensato, Fainne?

No iba a arriesgarme a contestarle en voz alta. Pero asentí con la cabeza, y le ofrecí mi mano mientras él se ponía en pie lentamente.

—Tienes una gran fuerza de voluntad —dije mientras comenzábamos nuestro camino de vuelta. Él caminó con cautela, como si probara cada parte de su cuerpo para asegurarse de que el dolor realmente había desaparecido.

—Soy el hijo de mi padre —dijo Johnny.

Y yo la hija de mi padre, me dijo el corazón. Así es que volvimos al sendero, montamos nuestros caballos como si solamente hubiésemos ido a dar un paseo para estirar las piernas, y seguimos cabalgando hacia la costa norte del Ulster y hacia Inis Eala: la Isla del Cisne.