EPÍLOGO

NOVEDADES

El International Trib aterrizó en el escritorio de Chávez luego de la acostumbrada rutina física matinal. Se recostó cómodamente a leerlo. La vida se había puesto aburrida en Hereford. Todavía se entrenaban y ejercitaban sus capacidades, pero nadie los había necesitado desde su regreso de Sudamérica seis meses atrás.

Mina de oro en Montana, decía un titular. Según el artículo, habían encontrado un importante depósito de oro en la propiedad de un ciudadano ruso en Montana. El lugar había sido adquirido por un tal Dimitri A. Popov, empresario independiente ruso, como inversión y posible lugar de vacaciones. Luego, por pura casualidad, se había producido el valioso hallazgo. Próximamente se iniciarían las tareas de minería. Los ecologistas locales habían objetado e intentado impedir el proceso en los tribunales, pero el juez del distrito federal había decidido por juicio sumario que las leyes del siglo XIX respecto a la exploración y explotación de minerales seguían vigentes.

—¿Ha visto? —le preguntó a Clark.

—Codicioso bastardo —replicó John, mirando las fotos más recientes de su nieto sobre el escritorio de Chávez—. Sí, lo leí. Gastó medio millón en comprarle ese lugar a los herederos de Foster Hunnicutt. Supongo que ese infeliz le contó más cosas, aparte de los planes de Brightling, ¿eh?

—Supongo —Chávez siguió leyendo. En la sección empresarial leyó que Horizon Corporation estaba recuperando su paquete accionario con el lanzamiento de nueva droga para enfermedades cardiovasculares, y, al mismo tiempo, recobrándose de la importante pérdida ocasionada por la desaparición de su director, el Dr. John Brightling, ocurrida varios meses atrás, un misterio que, según el periodista, clamaba ser resuelto. La nueva droga, Kardiklear, reducía en un 56 por ciento la posibilidad de un segundo ataque cardíaco según indicaban los estudios de la FDA. Horizon también estaba trabajando en longevidad humana y medicamentos contra el cáncer. Bien.

—John, ¿alguien volvió a Brasil para…?

—No que yo sepa. Los informes satelitales indican que nadie se dedica a cortar el pasto cerca de la pista de aterrizaje.

—¿Entonces cree que la jungla los mató?

—La naturaleza no tiene sentimientos, Domingo. No distingue entre amigos y enemigos.

—Supongo que no, Mr. C. —hasta los terroristas podían hacer esa distinción, pensó Chávez, pero no la jungla. Entonces, ¿cuál era el verdadero enemigo del hombre? El hombre mismo, decidió Ding. Dejó el diario sobre el escritorio y volvió a mirar la foto de John Conor Chávez, quien acababa de aprender a sentarse y sonreír. Su hijo crecería en un mundo nuevo y valiente, y como padre se ocuparía de que también fuera un mundo seguro… para él, y para todos los otros niños cuyo deber principal por el momento era aprender a hablar y a caminar.