El ángel se está muriendo. Recostado en el sillón, con las vendas envolviendo su torso es idéntico a un ser humano. Unas gotas de sudor se acumulan en su frente. Al tacto parece que tiene un poco de fiebre, como si su cuerpo trabajara tiempo extra.
Estamos en un edificio de oficinas, una de tantas estructuras que alojaban empresas de tecnología emergentes en Silicon Valley. El que elegí está en un parque de negocios lleno de cuadras iguales unas a otras. Tengo la esperanza de que, si alguien decide atracar un edificio de oficinas en el día de hoy, elegirá cualquiera de los otros.
Para persuadir a los pandilleros de elegir otro edificio, el mío tiene un hombre muerto en el vestíbulo. Estaba ahí cuando llegamos, frío pero todavía no en descomposición. El edifico aún olía a papel y tóner, a madera y abrillantador, con apenas un leve aroma a muerto. Mi instinto fue irme a otro lado. De hecho, estaba a punto de hacerlo cuando se me ocurrió que abandonar el lugar sería el primer impulso de todos los demás.
Las puertas frontales son de vidrio y el cuerpo es visible desde afuera. El muerto está apenas unos pasos hacia adentro, acostado boca arriba con las piernas torcidas y la boca abierta. Así que elegí este edificio como hogar acogedor por un tiempo. Hay suficiente frío aquí para que no huela muy mal todavía, pero sospecho que tenemos que movernos pronto.
El ángel está en el sillón de piel, en lo que debe haber sido la oficina de algún director, en una esquina. Las paredes están decoradas con fotografías en blanco y negro de Yosemite, mientras que el escritorio y las repisas tienen fotos de una mujer y de dos niños pequeños vestidos con el mismo atuendo.
Elegí un edificio de una sola planta, algo de bajo perfil, no muy sofisticado. Es un edificio simple, con un letrero que dice ZYGOTRONICS. Las sillas y sillones en el vestíbulo son grandes y juguetones, en tonos púrpura suave y amarillos intensos. Hay un diccionario inflable de dos metros cerca de los cubículos. Muy al estilo retro de Silicon Valley. Creo que me habría gustado trabajar en un lugar así, si me hubiera podido graduar de la escuela.
Hay una cocina pequeña. Casi rompo en llanto cuando veo la despensa llena de refrigerios y agua embotellada. Barras energéticas, nueves, chocolates, hasta una caja con tallarines instantáneos, de los que vienen en sus propios vasos. ¿Por qué no se me habría ocurrido antes buscar en las oficinas? Probablemente porque nunca trabajé en una.
No hago caso del refrigerador, a sabiendas de que no encontraría nada que valiera la pena comer ahí. Todavía hay electricidad, pero no es confiable, y muchas veces se va durante varios días. Debe haber algunas comidas preparadas en el congelador, porque el olor es muy parecido al de los huevos podridos en casa de mamá. El edificio de oficinas incluso tiene su propio baño con duchas, probablemente para los ejecutivos con sobrepeso que intentaban bajar unos kilos a la hora del almuerzo. Fuera cual fuera la razón, sirve para limpiarme un poco la sangre.
Todas las comodidades de un hogar, pero sin mi familia, sin lo que realmente lo convertiría en un hogar.
Con todas las responsabilidades y preocupaciones, casi no ha pasado un día sin que haya pensado que sería más feliz sin mi familia. Pero resulta que no es cierto. Quizá lo sería si no estuviera tan preocupada por ellas. No puedo dejar de pensar en lo felices que podrían haber sido Paige y mi madre si hubiéramos encontrado este lugar juntas. Nos habríamos establecido aquí por una semana, simulando que todo estaba bien.
Me siento a la deriva, sin un clan, perdida e insignificante. Comienzo a entender porqué los nuevos huérfanos se unen a las pandillas.
Hemos estado aquí dos días. Dos días en que el ángel ni se ha muerto ni se ha recuperado. Solamente está ahí acostado, sudando. Estoy segura de que está agonizando. Si no fuera el caso, ya se hubiera despertado, ¿no?
Encuentro un botiquín de primeros auxilios debajo del fregadero, pero las curitas y la mayoría de las otras provisiones sólo sirven para aliviar cortadas y rasguños. Busco en la caja de primeros auxilios, leo las etiquetas en los pequeños paquetes. Hay un frasco con aspirina. La aspirina sirve para bajar la fiebre así como para quitar el dolor de cabeza, ¿no es así? Leo la etiqueta y mi sospecha se confirma.
No tengo la menor idea de si una aspirina va a funcionar en un ángel, o si su fiebre tiene algo que ver con sus heridas. Podría ser su temperatura natural. El hecho de que parezca un humano no quiere decir que lo sea.
Camino de vuelta a la oficina de la esquina con las aspirinas y un vaso con agua. El ángel está acostado boca abajo sobre el sillón negro. Traté de poner una cobija encima de él la primera noche, pero no dejó de quitársela. Sólo tiene su pantalón, sus botas y vendas que envuelven su cuerpo. Pensé en quitarle los pantalones y las botas cuando le lavé el exceso de sangre, pero decidí que yo no estaba ahí para hacerlo sentir cómodo.
Su cabello negro está aplastado contra su frente. Trato de que trague pastillas y que tome un poco de agua, pero no consigo despertarlo. Yace ahí, como un trozo de piedra caliente, totalmente inmóvil.
—Si no te tomas esta agua, tendré que dejarte aquí a que mueras solo.
Su espalda vendada se mueve arriba y abajo, serenamente, como lo ha hecho en los últimos dos días.
Entre tanto, he salido cuatro veces en busca de mamá. Pero no he ido muy lejos, siempre con temor que el ángel se despertara mientras yo estaba afuera. También me daba miedo que muriera sin que yo tuviera la oportunidad de encontrar a Paige. Las mujeres esquizofrénicas a veces pueden valerse por sí mismas en las calles, pero las niñas atadas a una silla de ruedas no pueden luchar contra los ángeles. Así que cada vez que volvía rápidamente de buscar de mamá, aliviada y frustrada a la vez al encontrar siempre inconsciente al ángel.
Durante los últimos dos días no he hecho más que estar sentada comiendo tallarines instantáneos, mientras que mi hermana…
No puedo imaginar lo que está ocurriéndole a ella, y no es por otra razón que mi imposibilidad de imaginar lo que un grupo de ángeles querrían hacerle a una niña humana. No podían esclavizarla. Paige no puede caminar. Apago por completo esos pensamientos. No pensaré más en lo que pueda estar sucediéndole a ella, o lo que ya podría haberle sucedido. Tengo que concentrarme en encontrarla.
El coraje y la frustración me agobian. Lo único que quiero es tirarme al suelo y hacer una rabieta como una niña de dos años. Me inunda la urgencia de arrojar mi vaso con agua a la pared, derribar los libreros y gritar a todo pulmón. La tentación es tan fuerte que mi mano comienza a temblar y el agua en el vaso se sacude, amenazando con derramarse.
En vez de romper el vaso contra la pared, le arrojo el agua al ángel. Quiero estrellar el vaso también pero me detengo.
—Despierta, maldita sea. ¡Despierta! ¿Qué le están haciendo a mi hermana? ¿Qué quieren hacer con ella? ¿Dónde demonios está? —grito con todas mis fuerzas, a sabiendas de que puedo atraer a las pandillas, pero no logro que me importe en este momento.
Le doy una patada al sillón, como un gesto final.
Para mi asombro, los ojos del ángel se abren, adormilados. Son de un azul profundo y me miran con intensidad.
—¿Puedes bajar la voz? Intento dormir —su voz es cruda y llena de dolor, pero de alguna manera logra inyectarle un cierto grado de condescendencia.
Me pongo de rodillas para verlo directamente a los ojos.
—¿A dónde se fueron los otros ángeles? ¿A dónde se llevaron a mi hermana?
El ángel cierra los ojos.
Le doy un manotazo en la espalda, con todas mis fuerzas, donde tiene las vendas ensangrentadas.
Sus ojos se abren instantáneamente y aprieta la mandíbula con fuerza. Un siseo se escapa de sus dientes, pero no suelta un grito de dolor. Parece muy enojado. Me resisto a dar un paso hacia atrás.
—Tú no me asustas —le digo con la voz más fría de la que soy capaz, tratando de ocultar mi miedo—. Estás demasiado débil como para ponerte de pie, tu cuerpo está prácticamente vacío de sangre, y sin mí, estarías muerto. Dime a dónde se la llevaron.
—Ella está muerta —dice con certeza. Luego cierra los ojos como si se fuera a dormir otra vez.
Podría jurar que mi corazón dejó de latir por un minuto. Mis dedos se sienten como si estuvieran congelados. Luego el aire me regresa con un doloroso jadeo.
—Estás mintiendo. Estás mintiendo.
No responde. Tomo la vieja cobija que había dejado sobre el escritorio.
—¡Mírame! —desenrollo la cobija en el suelo. Las alas cortadas caen rodando. Enrolladas, se habían comprimido hasta formar una pequeña fracción de su envergadura. Parecía como si las plumas hubieran desaparecido. Pero cuando caen de la cobija, las alas se abren parcialmente y las plumas se esponjan, como si se estiraran después de una larga siesta.
Sospecho que el horror en sus ojos sería exactamente como el de un ser humano que viera sus piernas amputadas salir rodando de esa cobija enmohecida. Sé que estoy siendo imperdonablemente cruel, pero no me puedo dar el lujo de ser buena persona, no si quiero volver a ver con vida a Paige.
—¿Reconoces estas alas? —apenas puedo reconocer mi propia voz. Fría y dura. La voz de un mercenario. La voz de un torturador.
Las alas han perdido su brillo. Se distinguen algunos matices dorados en las plumas, pero algunas de ellas están rotas y se asoman en ángulos raros. También hay sangre salpicada y coagulada cubriéndolas por todas partes, haciendo que las plumas estén apelmazadas.
—Si me ayudas a encontrar a mi hermana, te devuelvo tus alas. Las salvé para ti.
—Gracias —gruñó mientras inspecciona las alas—. Se verán muy bien colgadas en mi pared —hay amargura en su voz, pero también algo más. Un ápice de esperanza, quizá.
—Antes de que tú y tus amigos destruyeran nuestro mundo, solía haber doctores que podían volver a pegar un dedo o una mano, si esta llegara a cortarse —omito que hay que refrigerar la parte del cuerpo que desea volver a pegar o que hay que pegarla pocas horas después de haberla arrancado. El ángel de seguro morirá y nada de esto tendrá importancia.
Los músculos en su quijada están apretados en su rostro frío, pero sus ojos se entibian un poco, como si no pudiera evitar pensar en las posibilidades.
—Yo no te las corté —le digo—. Pero puedo ayudarte a que te las vuelvan a poner. Si me ayudas a encontrar a mi hermana.
Como respuesta, cierra los ojos y se vuelve a dormir.
Respira profunda, pesadamente, como una persona que ha caído en un sueño profundo. Pero no se cura como una persona. Cuando lo cargué hasta aquí, su rostro estaba negro, azul e hinchado. Ahora, a casi dos días de dormir como un muerto, su rostro volvió a la normalidad. La hendidura de sus costillas rotas ha desaparecido. Las heridas en sus mejillas y ojos ya no están, y todas las cortadas y marcas en sus manos, hombros y pecho han sanado por completo.
Lo único que no ha sanado son las heridas donde estaban las alas. No puedo cerciorarme si están mejor, por las vendas, pero siguen sangrando. Probablemente no estén mucho mejor que como estaban hace dos días.
Tomo una pausa, pienso en mis opciones. Veo que no puedo chantajearlo, así que tendré que torturarlo para que me diga lo que necesito saber. Quiero hacer todo lo que está en mi poder para mantener a mi familia con vida, pero no sé si pueda llegar a esos extremos.
Él no tiene que saber eso.
Ahora que está dormido, es mejor que me asegure de que puedo mantenerlo bajo control. Salgo a buscar algo que me ayude a sujetarlo.