47

Me toma una hora más descongelarme por completo. Durante todo este tiempo, mi madre aprieta sus manos y reza desesperadamente sobre mi cuerpo, emitiendo los sonidos guturales de las lenguas que sólo ella conoce. Sus singulares aberraciones de palabras indudablemente resultan perturbadoras al oído, pero las canta con una cadencia que casi se siente como un arrullo. Mamá es la única que puede producir miedo y tranquilidad al mismo tiempo, como sólo una madre demente podría lograrlo.

Sé que estoy recuperando mi cuerpo, pero prefiero quedarme acostada hasta que pueda sentarme. Ocasionalmente parpadeo y respiro con normalidad mucho antes de moverme, pero nadie lo nota. Entre la presencia autómata de mi hermana a mis pies y los rezos de mi madre sobre mi cabeza, supongo que mi cuerpo inmóvil es lo menos interesante.

El amanecer comienza a iluminarse.

No me había dado cuenta del triunfo que significa estar viva. Mi hermana está con nosotras. Raffe está volando. Todo lo demás es secundario.

Y, por ahora, es suficiente.