Detrás de mí, un musculoso feto de escorpión abre sus fauces para gritarme, mostrando hileras de dientes de piraña.
Su piel subdesarrollada muestra sus venas y las sombras de sus músculos. Está boca abajo, como si se hubiera arrastrado desde su tanque para alcanzarme.
Su mortífero aguijón se eleva por los aires y se dirige a mi cara.
Una imagen de Paige y de mi madre corriendo en la noche destella en mi cabeza. Solas. Muertas de miedo. Preguntándose si las abandoné.
—¡No! —el grito es arrancado de mi garganta mientras me tuerzo hacia un lado para esquivar el ataque. El aguijón pasa rozando mi cara.
Antes de que pueda respirar de nuevo, el aguijón se levanta y vuelve a lanzarse hacia mí. Esta vez, ni siquiera tengo tiempo de prepararme mientras desciende sobre mí.
—¡No! —ruge Raffe.
Mi cuerpo se sacude cuando el aguijón perfora mi cuello.
Se siente como una aguja imposiblemente larga que se entierra en mi carne.
Luego comienza el dolor de verdad.
Una agonía ardiente se extiende por un lado de mi cuello. Se siente como si me estuvieran triturando de adentro hacia fuera. Jadeo fuertemente para intentar respirar y mi piel comienza a transpirar.
Un grito atormentado brota de mi garganta y mis piernas dan patadas al aire.
Nada detiene al escorpión que se arrastra hacia mí. Su boca se abre conforme se aproxima, listo para darme su beso mortal.
Nuestros ojos se encuentran mientras me jala hacia él. Supongo que piensa que si me absorbe tendrá energía para sobrevivir fuera de su útero artificial. Muestra su desesperación en la manera en que aprieta sus manos al aferrarse a mí; abre y cierra su boca, igual que un pez tratando de respirar, entrecierra los párpados venosos, como si la luz fuera demasiado fuerte para sus ojos subdesarrollados.
Su veneno esparce una franja de tormento en mi cara y mi pecho. Trato de apartar al ángel escorpión, pero lo más que puedo hacer es darle un débil empujón.
Mis músculos comienzan a congelarse.
El aguijón de pronto se arranca de mi cuello. Siento como si tuviera púas, como si jalara mi carne de adentro hacia fuera.
Otro alarido se origina en mi interior, pero no puedo sacarlo. Mi boca sólo se abre. Los músculos de mi cara apenas se mueven, sin mostrar mi agonía. Mi grito se escucha como un débil gorjeo.
No puedo mover la cara.
Raffe toma la cola del escorpión en sus manos y me quita la abominación de encima. Ruge enfurecido. Me doy cuenta de que ha estado gritando todo este tiempo.
Toma al feto de escorpión, lo hace girar como un bate y lo arroja contra los tanques.
Tres columnas se quiebran cuando el feto choca con ellas, una tras otra. El cuarto se llena de los chillidos de los monstruos abortados.
Raffe cae de rodillas junto a mí. Parece perplejo, extrañamente asustado. Me mira como si no creyera lo que ve. Como si se negara a creer lo que ve.
¿Tan mal me veo?
¿Estoy muriendo?
Trato de tocar mi cuello para ver cuánta sangre fluye, pero no logro estirar mi brazo lo suficiente. Noto cómo llega a la mitad del camino, tiembla por el esfuerzo y luego se cae. Raffe parece afligido al ver mi intento fallido por moverme.
Trato de decirle que el veneno del aguijón te paraliza y disminuye tu respiración, pero lo que sale de mi boca es un balbuceo que ni yo puedo entender. Mi lengua se siente enorme y mis labios demasiado hinchados como para moverse. Ninguna de las otras víctimas estaban hinchadas, así que supongo que yo tampoco, pero se siente así. Como si mi lengua se hubiera vuelto grande y torpe, demasiado pesada.
—Shhh —susurra, delicadamente—. Estoy aquí.
Me abraza y yo trato de concentrarme en sentir su calidez. En mi interior, siento como si temblara por el dolor, pero por fuera, estoy completamente rígida, mientras la parálisis se extiende a mi espalda y mis piernas. Requiere toda mi fuerza de voluntad mantener mi cabeza erguida sin que se desplome sobre su brazo.
La mirada en su rostro me asusta más que la parálisis. Por primera vez, su semblante está completamente abierto. Como si ya no le importara lo que yo viera en él.
Conmoción y tristeza inundan su cara. Trato de comprender el hecho de que está triste. Triste por mí.
—Ni siquiera te gusto, ¿recuerdas? —es lo que trato de decir. Pero lo que sale de mi boca es más cercano al primer intento de un bebé por balbucear algo.
—Shhh —pasa sus dedos por mi mejilla, acariciando mi cara—. Tranquila, estoy aquí —me mira con una angustia profunda en sus ojos. Como si hubiera tanto que quisiera decirme pero es demasiado tarde.
Quiero acariciar su rostro y decirle que estaré bien. Que todo estará bien.
Y deseo tanto que así sea.