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Mi madre guía a Paige hacia la salida, cuando un estruendo detrás de las puertas dobles las detiene en seco. Viene del cuarto del cual salieron los ángeles. Me detengo a mitad de un espadazo y me pregunto si debo ir a inspeccionar.

No puedo pensar en ninguna razón por la que deba perder tiempo asomándome por esas puertas, pero algo me incomoda. Se engancha en mi cerebro como una aguja insertándose en un tejido, tratando de abrirlo para ver qué hay detrás. Han ocurrido tantas cosas que no he tenido tiempo de darle seguimiento a ninguno de mis pensamientos. Algo que pudiera ser importante, algo…

La sangre.

Los ángeles estaban cubiertos de sangre, en sus guantes, y en sus batas.

Y Laylah. Se supone que estaría en cirugía con Raffe.

Otro estruendo se escucha a través de las puertas. Metal sobre metal, como un carrito que se vuelca y cae encima de otro.

Corro antes de darme cuenta siquiera.

Mientras me acerco a las puertas, un cuerpo las atraviesa, estrellándose con ellas en su trayecto. Tengo un escaso segundo para reconocer a Raffe.

Un ángel gigantesco pasa chocando contra las puertas detrás de él.

Algo en la manera en que se mueve me resulta conocido. Su rostro pudo haber sido hermoso en un tiempo, pero ahora una expresión agresiva lo domina.

Tiene unas hermosas alas blancas extendidas atrás de él. Las bases de sus alas están cubiertas de sangre seca, donde unas puntadas frescas las sostienen en su espalda. Extrañamente, aunque hay sangre en su espalda, es su abdomen el que está vendado.

Algo me resulta conocido de esas alas.

Una de ellas tiene un trozo recortado con tijeras. Un recorte exactamente donde yo había cortado las alas de Raffe.

Mi cerebro intenta rechazar esa conclusión tan obvia.

El ángel gigante está parado entre mi familia y la puerta por donde entramos. Mi madre está paralizada de terror mientras lo observa. Su picana tiembla en su mano, mientras la levanta en dirección al gigante. Parece más una ofrenda que una amenaza.

Se escucha un fuerte estallido que atraviesa el techo, seguido por otro, luego otro. Cada estallido se escucha más fuerte. Esto debió ser lo que los ángeles escuchaban. Ahora no me cabe la menor duda de que los ataques han comenzado.

Llamo frenéticamente a mi madre para que salga por las puertas que utilizó el tipo de las entregas. Finalmente lo entiende y sale deprisa con Paige.

Muero de terror ante la posibilidad de que el ángel gigante las siga, pero no les presta atención. Toda su atención es para Raffe.

Raffe está tirado en el suelo, su rostro y sus músculos retorcidos de dolor. Su espalda se arquea para evitar tocar el concreto. Debajo de él, tendidas como una capa oscura sobre el suelo, hay un par de alas de murciélago.

Tienen una fina capa de cuero extendida sobre una estructura esquelética que parece más un arma mortal que el marco de unas alas. Las orillas son afiladas, con una serie de ganchos crecientes; el más pequeño parece un anzuelo. Los ganchos más grandes están en las puntas de las alas. Son como guadañas.

La espalda de Raffe escurre sangre fresca, mientras se voltea dolorosamente y se pone de pie. Sus nuevas alas languidecen mientras se mueve, como si aún no estuvieran bajo su control. Empuja un ala hacia atrás con su brazo, de la manera en que empujaría un mechón de cabello hacia atrás. Su brazo regresa ensangrentado, con unas cortadas frescas en el antebrazo y una herida más grande donde uno de los ganchos se encajó en su piel.

—Cuidado con eso, arcángel —dice el gigante mientras se acerca a Raffe. La palabra «arcángel» escurre veneno en su boca.

Reconozco su voz. Es la voz del ángel Nocturno que cortó las alas de Raffe la noche que nos conocimos. Pasa a mi lado sin mirarme, como si fuera parte del mobiliario.

—¿A qué estás jugando, Beliel? ¿Por qué no matarme en la mesa de operación? ¿Por qué molestarse en coserme estas cosas al cuerpo? —Raffe se tambalea un poco. Debieron haber concluido la operación recientemente, momentos antes de que los ángeles doctores se fueran.

A juzgar por la sangre seca en la espalda del gigante, no se necesita ser una genio para advertir que trabajaron primero en él. Ha tenido más tiempo para recuperarse que Raffe, aunque podría apostar a que no se encuentra al cien por ciento de su fuerza.

Levanto la espada, trato de ser lo más discreta posible.

—Matarte hubiera sido mi opción —dice Beliel—. Pero todas esas insignificantes políticas de los ángeles… Ya sabes cómo son.

—Ha pasado mucho tiempo. —Raffe se tambalea de nuevo.

—Pasará más tiempo ahora que tienes esas alas —Beliel sonríe, pero su expresión sigue siendo cruel—. Las mujeres y los niños saldrán despavoridos cuando te vean. Los ángeles también.

Se dirige hacia la puerta, acariciando sus nuevas plumas.

—Lárgate ahora, mientras yo presumo mi nueva adquisición. Nadie tiene plumas allá abajo. Seré la envidia del infierno.

Raffe baja la cabeza como un toro y carga contra Beliel.

Con toda esa pérdida de sangre, me sorprende que Raffe pueda caminar, mucho menos correr. Serpentea un poco mientras corre hacia Beliel, el cual lo atrapa con uno de sus enormes brazos y lo lanza contra una mesa.

Raffe se estrella en la mesa. Unas cortadas aparecen en sus mejillas, cuello y brazos, mientras sus alas revolotean descontroladas tras su caída.

Corro hacia él y le paso su espada.

Una cierta incertidumbre se dibuja en el rostro de Beliel y sus movimientos se vuelven de pronto cautelosos.

En cuanto suelto la empuñadura en la mano de Raffe, la punta de la espada cae en el suelo como una tonelada de plomo.

Él sostiene la espada como si necesitara cada gramo de fuerza para impedir que la empuñadura caiga también. Había sido ligera como el aire en mis manos.

Raffe parece alguien a quien le acaban de quebrar el corazón.

Mira su espada, incrédulo, sintiéndose traicionado. Trata de levantarla de nuevo, pero no puede. La incredulidad y el dolor se mezclan en su expresión. Nunca lo había visto tan sensible, y verlo así me hace querer lastimar a alguien.

Beliel es el primero en recuperarse del shock de ver a Raffe incapaz de levantar su espada.

—Tu propia espada te rechaza. Puede sentir mis alas. Ya no eres Rafael.

Ríe con un sonido oscuro que es más perturbador por la alegría genuina que contiene.

—Qué triste. Un líder despojado de sus seguidores. Un ángel sin alas. Un guerrero sin su espada —camina en círculos alrededor de Raffe, como un tiburón al acecho—. No tienes nada más.

—Me tiene a mí —digo. De reojo puedo ver cómo Raffe hace una mueca de dolor.

Beliel me mira. Es la primera vez que realmente me ve.

—Conseguiste una mascota, arcángel. ¿Cuándo sucedió esto? —hay algo de confusión en su voz, como si fuera normal que Beliel conociera a los acompañantes de Raffe.

—No soy mascota de nadie.

—La conocí esta noche en el nido —dice Raffe—. Me ha estado siguiendo. No significa nada.

Beliel suelta una risilla.

—Qué gracioso, no te pregunté si ella significaba algo para ti —me mira de pies a cabeza, absorbe cada detalle—. Delgada. Pero útil —camina lentamente hacia mí.

Raffe me pasa el mango de la espada de nuevo.

—Corre.

Titubeo un poco y me pregunto cuántos golpes puede soportar en el estado en el que se encuentra.

—¡Corre! —Raffe se coloca entre Beliel y yo.

Corro y me escondo detrás de una de las columnas para observar.

—¿Así que estás haciendo nuevos amigos? —pregunta Beliel—. Y con una Hija del Hombre. Qué deliciosamente irónico. ¿Cuándo terminarán las sorpresas? —suena realmente encantado—. Muy pronto terminarás siendo un miembro de mi clan. Siempre lo supe. Serías un excelente archidemonio —su sonrisa se apaga—. Qué mal que no me gustaría tenerte como jefe.

Toma a Raffe en un fuerte abrazo de oso pero lo suelta rápidamente. Sus brazos y pecho sangran por las cortadas frescas. Aparentemente, Raffe no es el único que no está acostumbrado a sus nuevas alas.

Esta vez, toma a Raffe del cuello, levantándolo del suelo. El rostro de Raffe enrojece, las venas brota de sus sienes mientras Beliel aplasta su garganta.

Una fuerte explosión sacude el edificio. Unos pedazos de concreto chocan con la puerta que da a la cochera. Varias de las columnas de vidrio se rompen, ocasionando que sus ocupantes comiencen a dar vueltas, agitados.

Corro hacia Beliel.

La espada se siente sólida y bien equilibrada en mis manos. La levanto hacia atrás y recibo otra sorpresa.

La espada se mueve por sí misma, ajustando su trayectoria.

Modifica su ángulo para elevar mis codos. Está lista para la pelea y tiene sed de sangre. Parpadeo, sorprendida, casi pierdo el ritmo. Pero no lo hago, porque a pesar de que mis pies están paralizados, mi brazo hace un suave movimiento en arco, dirigido por la espada.

Yo no empuño la espada. Ella me empuña a mí.

Golpeo con la espada al mismo tiempo que Raffe azota sus alas mortíferas sobre Beliel. La espada corta la carne en su espalda, abriéndola hasta la columna.

Las alas de Raffe cortan las mejillas del demonio y abren sus antebrazos. El demonio grita y suelta la garganta de Raffe.

Raffe se desmorona en el suelo, jadeando para intentar tomar aire.

Beliel se aleja de nosotros, tambaleándose. Quizá si no acabara de pasar por la cirugía, sería lo suficientemente fuerte como para resistirnos. Quizás no. Las vendas en su abdomen deben ser por la herida que Raffe le hizo hace apenas unos días durante la pelea. La herida de Beliel no sanará pronto, si es que Raffe tiene razón acerca de las heridas hechas con espadas de ángel.

Mi espada vuelve a blandirse, claramente quiere que yo reanude el ataque. Beliel me mira con ojos desconcertados, no menos sorprendido que los ángeles que me vieron matar a su colega. Se supone que la espada de un ángel no debe estar en manos de una humana. Simplemente no puede ser.

Raffe se levanta y carga contra Beliel.

Veo atónita cómo Raffe aporrea a Beliel, con golpes tan rápidos que parecen invisibles. La fuerza de la emoción detrás de esos golpes es inmensa. Por primera vez, no se molesta en ocultar su frustración y coraje, o su tristeza por las alas que acaba de perder.

Mientras Beliel se tambalea por los golpes, Raffe toma una de sus viejas alas y jala. Las puntadas comienzan a desprenderse de la espalda de Beliel, la sangre fresca mancha las alas que una vez fueron blancas. Raffe parece decidido a recuperar sus alas, aunque tenga que arrancarlas de la carne de Beliel puntada por puntada.

Empuño la espada de Raffe. Supongo que ahora es mi espada. Si la espada lo rechaza mientras tenga esas nuevas alas, entonces soy la única que puede usarla.

Me acerco a Raffe y a Beliel, lista para cortarle las alas.

Algo me toma del tobillo y me jala. Algo viscoso y con manos de hierro. Mis pies resbalan en el suelo mojado y caigo en el concreto. La espada sale volando. Mis pulmones sufren un espasmo tan fuerte que siento que perderé la conciencia.

Logro girar la cabeza para ver qué me atacó.

Hubiera deseado no hacerlo.